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¿Brujerías a mí?

Es difícil atravesar cualquier conversación social sin escuchar la pregunta: ¿de qué signo sos? O enterarse de qué signo es nuestro interlocutor. Sabido lo cual, se exclama: "Claro, ya me parecía". Pues bien, habiendo sido yo misma una horoscopera, digo con todo respeto: "¡fangulo!"

Por Cristina Wargon

@CWargon

Los caminos de la pobreza

El cómo llegue a ser una pitonisa de los signos del zodíaco es uno de los capítulos mas vergonzantes de mi historia profesional, pero bien dicen que la pobreza aguza el ingenio o liquida nuestros escrúpulos. Así, en aquel año fatal, me encontraba recién divorciada, con dos crios a la cola y abriéndome camino en un diario de mi aldea. Pagar el alquiler era una empresa y comer bastante azaroso. Tal era la situación cuando una tarde, escuché que una compañera que hacía la página de la mujer, preguntaba si alguien sabía quién podía hacer horóscopos dado que era una orden del director incorporarlos a su página.

Salí corriendo a hablar con él y le ofrecí sin pestañear, escribírselos. Como por aquel entonces yo era una periodista culta, el buen hombre parpadeó sin entender muy bien qué tenía que ver Proust con los avatares de Géminis y bastante desconcertado me preguntó si "sabía"... Como jamás miento más allá de lo necesario respondí que a duras penas recordaba cuál era mi signo pero que se los haría tan lindos y más certeros que ninguno. Por supuesto, si me lo pagaban aparte.

Esto originó un tironeo y finalmente acordamos. Volví a casa contentísima y para celebrar, compramos una Coca para cenar y brindamos con los chicos mi nuevo conchabo de bruja (ya lo dije eran épocas muy duras).

Jugando con los signos

Al comienzo me divertí como loca. Enterada de todos los entuertos de la redacción fabricaba un horóscopo personal para cada intríngulis amoroso de mis compañeros.

Al tímido que andaba mal de amores le escribía bajo su signo "con la palabra apropiada obtendrá resultados maravillosos". Para el histérico que siempre se peleaba con su mujer iba el consabido: "modere su carácter y verá cómo su vida de relación mejora". Al glotón le aconsejaba: "sea mesurado en la comida". Y al que andaba en alguna historia turbia, lo prevenía: "la discreción protegerá a todos los que ama".

El mensaje, aunque era dirigido, debía ser lo suficientemente ambiguo como para cubrir innumerables tipos de emergencias... Después de todo, cualquier cristiano necesita ser más discreto, más considerado o menos glotón. Visto a la distancia, tenía más un olorcillo a consejo que a premonición iluminada, pero igual funcionaban maravillosamente.

Ciertamente me divertía pero al correr de los meses, los argumentos se me fueron terminando. Realmente ¿qué le puede pasar de novedoso a una persona todos los días?

Ya entregada al desenfreno inescrupuloso, pasados algunos meses retomé los primeros horóscopos y simplemente cambiaba las predicciones de lugar, lo que había escrito para Virgo se lo ponía a Acuario y así sucesivamente. Jamás nadie se dio cuenta del engaño. Más aun, mis aciertos eran tan rutilantes, que los contadores del diario que no sabían del contubernio los leían atentamente cada mañana. Entre ese trouppe había uno que llegó a ser secretario de Transporte de la Nación. A veces me desvelo por las noches y se me da por pensar si todos los descalabros de tránsito de Buenos Aires no tendrán que ver con algún horóscopo que imprudentemente le escribí a ese señor.

Si así fuera, Dios y los porteños me lo perdonen.