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¿Bochorno para EE.UU.? Sí, y para muchos otros

* Marcelo Falak. La filtración de cables diplomáticos estadounidenses que realiza WikiLeaks, con la invalorable y debidamente dosificada colaboración de cinco importantes medios gráficos internacionales, presenta un fuerte atractivo para el público.

La filtración de cables diplomáticos estadounidenses que realiza WikiLeaks, con la invalorable y debidamente dosificada colaboración de cinco importantes medios gráficos internacionales, presenta un fuerte atractivo para el público. Sin entrar en las pocas cuestiones realmente delicadas (como los pedidos árabes para un ataque a Irán, la orden de espiar a los más altos funcionarios de la ONU o la poca disposición que muchos tendrán por un buen tiempo para hablar con delegados norteamericanos), hay que señalar que el grueso de lo publicado no sorprende a casi nadie. Lo que atrae, entonces, es ver a la hiperpotencia desnuda y tecnológicamente humillada, y pescada en un flagrante doble discurso que combina elogios en público con críticas y sospechas en privado.

Asimismo, interesa descubrir el «costado humano» de la política internacional, el desfile de funcionarios de diferentes niveles deseosos de abrirse frente a interlocutores que, lo saben bien, harán llegar el mensaje a la metrópoli. Conocer, en resumidas cuentas, que Cristina de Kirchner puede ofrecerle su ayuda a Estados Unidos para poner en caja a Evo Morales, a quien pondera en público pero que en realidad (¿en realidad?) considera una persona «no fácil». O que Michelle Bachelet puede ser muy amiga de la Presidente, pero que eso no le impide calificarla de «inestable» nada menos que en una conversación destinada a llegar a los escritorios más importantes del Departamento de Estado. ¡Vaya novedad!: lo mismo que puede estar haciendo a esta hora con usted su más íntimo amigo, estimado lector.

Con todo, convengamos, nada de eso es demasiado relevante. Como no lo es que Sergio Massa haya tenido una opinión tan pobre de Néstor Kirchner (paralela, de seguro, a la que éste, de poder defenderse hoy, expresaría sobre el intendente de Tigre) o que Alberto Fernández haya indicado, palabras más o menos, que no le ve futuro al proyecto político del que en su momento decidió desertar. Y tampoco, ciertamente, que se considere a Mauricio Macri igual de brusco que el ex presidente.

Reacciones

Ayer le tocó el turno a Aníbal Fernández. Los calificativos que se le prodigan son impactantes, pero también lo es la admisión del propio redactor del cable, encargado de Negocios Thomas Kelly, de que sólo recogió comentarios de prensa y dichos varios «sin fundamentación» hasta el momento.

Una salvedad: la comidilla puede convertirse en cosa seria por las reacciones (partidarias, electorales) que genere y las implicancias políticas que tenga, no por su fiabilidad.

Ni siquiera importa demasiado si Hillary Clinton interroga a sus diplomáticos en Buenos Aires sobre el «estado mental» de Cristina de Kirchner, eco pobre emitido por línea diplomática de suposiciones de prensa nunca comprobadas. O que haya preguntado cómo reacciona la mandataria argentina en situaciones de gran presión o estrés. Sea cual sea la realidad, lo concreto es que los aspectos más discutibles de sus tres años de gestión no pasan precisamente por allí, ni siquiera en estos tiempos de tragedia personal.

¿Que Silvio Berlusconi asiste a «partusas» (una mejor traducción que la de «fiestas salvajes» que se viene usando)? ¡Qué novedad! ¿Que Muamar Gadafi es hipocondríaco y se hace atender por una potente enfermera ucraniana? ¿Y? ¿Que Vladimir Putin es un «macho alfa»? Acaso éste sea el único en sentirse halagado por las filtraciones.

Uno imagina que la inteligencia que realiza la diplomacia de Estados Unidos va un poco más allá de estas minucias, tan atractivas como las peleas en el elenco de Marcelo Tinelli. Constancias de corruptelas varias, propias y ajenas, seguramente forman parte también, por caso, del intercambio esperable de cualquier cancillería del mundo con sus embajadas. Así, no conviene descartar que el goteo que entregan cada día The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País aporte en algún momento algo verdaderamente relevante.

Sería descorazonador que la tarea de la diplomacia del país más poderoso del mundo se limite a la transcripción de chismografía de segunda mano, cosa que no decimos por cuidar el destino de los impuestos que pagan los estadounidenses sino en función de cuál es la calidad de la información que, como insumo de políticas, puede definir posturas o, incluso, conflictos armados.

Pero más allá de lo anterior, el «wiki-escándalo» revela algo más profundo: la mentalidad colonizada de muchos de quienes desfilan ante los diplomáticos para contar infidencias o articular alianzas y, también, desde ya, de muchos de quienes hoy las leemos.

Incomodidad

Un caso claro es lo que se viene divulgando sobre la colaboración de autoridades y fiscales de España en pos, por ejemplo, del cajoneo de la causa penal contra los soldados estadounidenses que mataron en Bagdad en 2003 al camarógrafo José Couso. Incomoda tanto énfasis en aplicar el poder conferido por el pueblo en beneficio de los de afuera, aun cuando los de adentro sean los damnificados.

Otro ejemplo es el del ministro de Defensa de Brasil, Nelson Jobim, pescado en off-side justo cuando acaba de ser confirmado por Dilma Rousseff. Su carácter de mejor amigo de los Estados Unidos (sí, el funcionario que debe convertir en políticas las sospechas de su país sobre la IV Flota y el que debe encargar la construcción de varios submarinos para poner las nuevas cuencas petroleras a salvo de la codicia de Washington), sus críticas al «antinorteamericanismo» de Itamaraty y su recién descubierta costumbre de hablar a las espaldas de sus colegas no lo convertirán, de seguro, en el miembro más popular del nuevo gabinete.

Pero, si de mentalidad colonizada hablamos, queda un costado más, el de la legión de quienes consagran como verdad absoluta la visión que pueda tener el Gobierno de Estados Unidos sobre diferentes líderes políticos, que, en el fondo, es lo que se divulgó hasta ahora.

A propósito, ¿habrá cursado ya la Cancillería argentina a la embajada en Washington el interrogante sobre el estado mental actual de Hillary Clinton, sobre su capacidad para reaccionar positivamente en situaciones de máxima tensión? Atención: tal como están las cosas podría ser realmente pertinente.