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Ayrton Silva: “Convertir el dolor en propósito es el mayor acto de libertad”

Pasó por el infierno del consumo, volvió a su pueblo y, con el impulso de su familia, encontró una salida. Hoy, Ayrton Silva lidera una empresa que no solo da trabajo, sino también segundas oportunidades. Su historia se viralizó, pero detrás de la exposición hay una trama profunda de caídas, redención y compromiso social.

A los 17 años, Ayrton dejó Maipú, su pueblo natal, para estudiar Derecho en Mar del Plata. La ciudad y la libertad lo recibieron con entusiasmo, pero también con tentaciones. En pocos meses, la cocaína pasó de la curiosidad a la rutina. Todo se desbordó rápido. Vivía solo, usaba el dinero de la comida para consumir, y llegó a tener una sobredosis que no lo hizo parar: al día siguiente, desayunó droga.

La recuperación comenzó cuando tocó fondo y decidió hablar. Durante una cena familiar, se quebró y dijo: “Me estoy drogando, necesito ayuda porque me estoy pasando”. Sus padres, lejos de juzgarlo, tomaron una decisión radical: improvisaron una granja de rehabilitación en su propia casa. Entre cámaras de seguridad, turnos rotativos y una red de contención, empezaron a sostener su regreso.

—Tu historia se viralizó luego de una entrevista que circuló por todos lados. ¿Cómo cambió tu vida desde ese momento?

—Mi vida cambió de una manera que nunca imaginé. Pasé de ser alguien que había vivido un camino muy duro en silencio, a convertirme en una voz para quienes están atravesando lo mismo. Eso me llenó de responsabilidad, pero también de gratitud. Profesionalmente me abrió puertas impensadas, conecté con instituciones públicas y privadas que hoy confían en lo que hacemos. En lo personal, aprendí a equilibrar la exposición para proteger mi tranquilidad y la de mi familia.

ayrton silva

(En la imagen están Ayrton junto con el empresaio Matías Rappallini y Lorena Otermin, intendenta de Maipú)

Tras su proceso de recuperación, Ayrton empezó a trabajar en el municipio, primero en Desarrollo Social y luego en Obras Públicas. Esos primeros empleos le devolvieron el contacto con la rutina, la calle, la gente. En 2022, con sus ahorros, se lanzó con su propia empresa de mantenimiento y construcción. Aunque sufrió estafas importantes, no bajó los brazos. Y algo más: convirtió su emprendimiento en una herramienta para incluir a otros.

—Hoy tu empresa le da trabajo a personas en recuperación. ¿Cómo funciona ese proceso de integración?

—Nos enfocamos en dar oportunidades reales. Trabajamos con profesionales que nos ayudan a identificar personas que están listas para reinsertarse laboralmente. Una vez dentro, les damos formación y contención emocional. Lo más importante es que no se sientan juzgados por su pasado, sino valorados por su presente. Y los resultados son increíbles: no solo se integran socialmente, también recuperan la confianza en sí mismos.

El sistema no es improvisado. Cada ingreso está pensado, cada paso se acompaña con seguimiento profesional. Y lo más importante: hay un mensaje claro de fondo. “Se puede”, dice Ayrton. Pero no desde el eslogan vacío, sino desde la vivencia cruda de haber estado abajo y salir.

—¿Pensás escalar este modelo a otras ciudades?

—Sí, definitivamente. Mi objetivo es que esta experiencia no dependa solo de mí o de mi empresa. Estoy trabajando en alianzas con municipios y organizaciones para replicarla. A futuro quiero generar una red de empresas con responsabilidad social, sumando capacitación, vivienda temporal y apoyo psicológico. Un programa sostenible que impacte en miles de personas.

Mientras habla, Ayrton no pierde la humildad. No se ubica como modelo ni líder. Prefiere la palabra “herramienta”. Sabe que su historia resuena, y no lo niega, pero se cuida de no endiosarse.

ayrton silva

—Muchos te ven como un ejemplo. ¿Te sentís así?

—No me considero un ejemplo, pero sí sé que mi historia puede servir como espejo. Todos los días recibo mensajes de jóvenes y de familias que buscan orientación o simplemente una palabra de aliento. Para mí es un compromiso enorme, porque sé lo que se siente no encontrar una salida. Si mi experiencia ayuda a que alguien dé el primer paso, entonces todo valió la pena.

En su relato, la figura de la familia es constante. No romantiza el vínculo, pero lo reconoce como fundamental. Durante los peores meses, su casa fue el único lugar seguro. Su madre, su padre, los turnos de vigilancia, las charlas a destiempo: todo formó parte de un dispositivo de amor y límites que hoy él busca replicar para otros.

—Tu familia tuvo un rol clave. ¿Qué aprendiste de esa red de contención?

—Me enseñó que nadie se salva solo. En los peores momentos pensé que estaba solo, pero mi familia siempre estuvo ahí. El amor y la contención fueron el motor para salir adelante. Por eso hoy trato de generar ese mismo entorno: un lugar sin juicio, con apoyo y oportunidades.

Pero no todo es tan sencillo. Ayrton sabe que la mirada social todavía carga estigmas difíciles de desarmar. El prejuicio hacia quien pide ayuda, o quien está en rehabilitación, todavía pesa.

—¿Cómo ves hoy a la sociedad frente a quienes atraviesan adicciones?

—Creo que estamos en una transición. Todavía hay muchos prejuicios, como si la adicción fuera una elección y no una enfermedad. Pero también veo más apertura, sobre todo en los jóvenes y en comunidades que ya vieron este problema de cerca. Falta mucho, pero vamos camino a una sociedad más empática. Pedir ayuda no debería ser motivo de vergüenza, sino de valentía.

La conversación va cerrando, pero Ayrton no esquiva el futuro. Lo mira de frente, con ambición, pero sin perder el eje.

—¿Cómo te imaginás en 10 años?

—Me veo con un proyecto mucho más grande, con alcance nacional o incluso regional. Quiero seguir generando empleo digno y estar más involucrado en políticas que cambien las reglas del juego para los sectores más vulnerables. Mi sueño es que cuando miremos hacia atrás, podamos decir que hicimos algo que realmente mejoró vidas.

Y antes de despedirse, deja una frase que condensa todo su recorrido, del abismo al propósito:

“Convertir el dolor en propósito es el mayor acto de libertad. Mi vida cambió cuando entendí que ayudar a otros era la mejor forma de ayudarme a mí mismo.”

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