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Argentinas paralelas

La realidad del país muestra diferentes escenarios en medio de la pandemia del coronavirus, incluso a unos pocos metros de distancia.

Argentina, como todo el mundo, atraviesa la pandemia a prueba y error. Pero en nuestro país no hay mucho margen para equivocarse y, encima, hay que mantener las imposturas políticas. Y quizás esto último prime por encima de lo sanitario.

Así, no hay un criterio unificado a la hora de llevar adelante medidas para disminuir el impacto de los contagios de coronavirus en todo el territorio del país. Pero ya nos acostumbramos: para todo hay una doble vara, y depende quién seas o de dónde seas.

En el punto más álgido de los contagios, la Ciudad de Buenos Aires permitió la apertura de bares y restaurantes, muchos de los cuales se desbordaron de personas que no respetaron ninguna medida de prevención ni alguna condición del protocolo. Era esperable, y entendible que los locales quieran abrir después de varios meses de mínimos ingresos. ¿Pero por qué no se hacen más controles, si es previsible esta situación?

La falta de controles no es una novedad ni tampoco exclusiva de la Capital. Sin aperturas oficiales, pero con una cuarentena “paralela” con gente en las plazas, reuniones familiares y de amigos y aglomeraciones en las zonas céntricas, es muy difícil que la cadena de contagios se detenga. Se entiende la necesidad de unos y otros, pero no por ello hay que dejar de respetar el distanciamiento, ni tampoco que las autoridades permitan que las cosas sucedan así.

Todas estas condiciones se dan en medio de un nivel preocupante de ocupación de camas de terapia intensiva y de fatiga de los trabajadores que se encargan de velar por la salud de cada uno de los contagiados, incluso dando su propia vida. ¿No alcanza escuchar e imaginar esto para poner la salud en la prioridad que debe tener, incluso sobre la vida recreativa individual?

Pero el doble criterio lo es para todo. ¿Por qué se permite, por poner de ejemplo, que un móvil recorra todo el país pero que a una persona –que puede garantizarse su propio transporte- pueda despedir a un familiar o estar con él/ella en sus últimos momentos de vida?

¿Por qué no se deja a los propietarios de casas y terrenos en otros municipios, como los de la costa, cuidar sus posesiones, mientras se le da piedra libre a la usurpación de tierras? Punto aparte: sí hay un déficit habitacional grave, pero no por ello hay que perjudicar a otros.

Muchos de los cuidados corresponden a los ciudadanos, pero el Estado y sus funcionarios deben dar respuestas. Y el ejemplo también. No podemos estar relajados, ninguno, en el peor momento de la pandemia. Ni tampoco es tiempo de campaña política: no tenemos por qué escucharlos contando los muertos de cada uno.

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