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Algo más que locro en la mesa de los trabajadores

Por Alejandro Mareco*. Lo que está en cuestión no es cómo los hombres somos capaces de sacar los frutos de la tierra a través del trabajo, sino lo que cuesta a los hombres sacar frutos de su trabajo.

Sobrevuelan viejos fantasmas sobre el sereno otoño cordobés. El regreso de un poco de nubes tal vez haga recuperar olores y sabores de esos mediodías bien fríos en los que el aire de finales de abril, hasta hace algunos años (¡bah!, eso es lo que uno recuerda, sin archivos meteorológicos a mano) siempre era asaltado con puñales de invierno. Algunos fantasmas pasan raudamente, apurados por su pertenencia universal; otros son de aquí, son nuestros.

Mañana será otro Día del Trabajador. El recuerdo, que como todos los años se repite pero que nunca sobra para esta historia, tiene que ver con lo que sucedió el 1º de mayo de 1886 en Chicago, uno de los centros industriales de aquel fresco Estados Unidos señalado como el vórtice del capitalismo. Fue una gran huelga, con represión, muertos y ese infame dolor que nadaba por las venas de los hombres y mujeres que sólo veían pasar la vida a través de los ojos de un capataz y de un mendrugo de pan.

Esta fiesta de mañana es un feriado concedido a una clase social y no lleva en sus orígenes fundadores nombres determinados sino el colectivo superior, ése que una vez, entre otras originalidades, se permitió reclamar ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho en la familia. Y eso costó sangre, muertes, llanto... costó la tragedia social de vivir en tiempos del capitalismo.

Imagínese que en aquellos días (no han pasado demasiados, apenas un siglo y monedas) las empresas ferroviarias estadounidenses podían disponer 18 horas diarias de sus empleados y, en caso de estar en falta, pagaban una multa de 25 dólares.

Luchas argentinas. Y vaya si tenemos nuestras historias de lucha y represión y tragedia en escenarios propios, como en aquellos de la Semana Trágica de 1919.

Es decir, mañana lo que está en cuestión no es la metáfora inocente de cómo los hombres somos capaces de sacar los frutos de la tierra a través del trabajo, sino de lo que cuesta a los hombres sacar frutos de su trabajo, en una época en la que los que dirigen el rumbo piensan que lo decisivo es sólo el dinero, que es el dinero el que saca agua de las piedras y no los hombres (sorprendente poética la de los capitalistas).

El 1º de mayo (día dedicado al trabajador en todo el mundo, salvo, casualmente, en Estados Unidos) fue en este país una celebración popular a partir de que el ascenso del peronismo reconoció el protagonismo social y los derechos de ese sector.

Pero porque en las mesas se tienda un locro y se lo disfrute en calma, no es sólo conmemoración. Basta ver los abusos de quienes quieren enriquecerse rápido a costa de condiciones de explotación comparables a la esclavitud, o los call centers que se llevan por dos pesos lo que al país le ha costado décadas en educación.

Este subcontinente, Sudamérica, dio a luz a uno de los más grandes líderes de su historia, como Lula da Silva, un tornero sindicalista que fue capaz de ponerse al frente de los intereses generales de su país y de la región.

Es posible que acaso el horizonte tenga reservado para los  trabajadores argentinos mucho más que un buen y suculento locro de un domingo como el de mañana.