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Alberto Fernández y el “Efecto Coyote”

Por Shila Vilker. El Coyote sigue corriendo y de pronto entiende la gravedad de su situación. Entonces mira hacia abajo, mira a la cámara y se despide con su mano, precipitándose al vacío.

En su discurso inaugural, el flamante presidente de la Nación Alberto Fernández expresó su deseo de convocar a la unidad de toda la Argentina, en pos de la construcción de un nuevo contrato ciudadano social. “Un contrato social que sea fraterno y solidario”. El mandatario hizo extensivo a lo largo de todo su mensaje la idea de cerrar la grieta que divide a la sociedad, como uno de sus principales objetivos de Gobierno. A tono con su comentada deconstrucción de los dibujos animados de algunos meses atrás –cuando describió a Bugs Bunny como una mala prsona-, el mandatario en su discurso inaugural sostuvo: “Tenemos que suturar demasiadas heridas abiertas en nuestra Patria. Apostar a la fractura y a la grieta significa apostar a que esas heridas sigan sangrando. Actuar de ese modo, sería los mismo que empujarnos al abismo”. Desde aquella perspectiva analítica, podemos ver al Coyote en su frenética persecución, llegando a un abismo del cual no se percata. El Coyote sigue corriendo y de pronto entiende la gravedad de su situación. Entonces mira hacia abajo, mira a la cámara y se despide con su mano, precipitándose al vacío. Allá abajo, al fondo del abismo, se ve una nube de tierra y se escucha el "¡bip!, ¡bip!". Es la avestruz que siempre escapa de su enemigo y se sale con la suya. La analogía con la física de los cartoons, en ese plano, puede devolvernos de forma  concreta la idea que Alberto Fernández presentó en forma de metáfora: si se camina por una grieta, tarde o temprano, se termina en el abismo.

A su vez, en oratoria, el efecto Coyote ocurre cuando al estar hablando cometemos un error pero no nos detenemos, sino que seguimos adelante y hacemos como si no hubiera pasado nada. En muchos casos, la gente no llega a percatarse del error. Pero el discurso de Ferández no transitó por lugares tan sinuosos. Fernández, eligió el camino del pragmatismo y enumeró medidas concretas, prácticamente un plan de Gobierno, en oposición a las ambiciosas consignas del macrismo que se desvanecieron en esa nube de polvo, y quedaron simplemente como lo que eran: consignas de campaña. El macrismo no logró bajar la inflación, ni crear empleos, ni logró atraer una lluvia de inversiones,  y mucho menos, alcanzó la meta del hambre cero. El tono pragmático de Alberto Fernández también contrastó con la retórica del kirchnerismo más duro, aquel que utilizaba consignas, aunque también instrumentaba políticas para hacerlas realidad. Esa realidad que el flamante Presidente conoce, en parte, por su condición de “tipo normal”, con los pies en la tierra. Tan normal, que incluso llegó al acto de asunción manejando su propio auto, en un gesto que muchos destacaron como muestra de autenticidad y coherencia -considerando que incluso cuando fue Jefe de Gabinete prescindía de los choferes- .

Una vez en el recinto, leyó el discurso a través de unos anteojos que podrían ser de Mahatma Gandhi, ícono pacificador. Pero también podrían remitir al autor del tema Imagine. Para el crítico David Fricke, de la publicación Rolling Stone, esta canción de John Lennon “pide una unidad e igualdad basadas en la eliminación completa del orden social moderno: fronteras geopolíticas, religión organizada y clase económica”. El carácter utópico y el principal valor de esa letra consiste en que proporciona un sueño y un concepto sobre el cual construir.  En su discurso de asunción, también, Néstor Kirchner venía a proponer un sueño, el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. “La Argentina contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de equipos y grupos orgánicos con capacidad para la convocatoria transversal, el respeto por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes”, indicó el10 de diciembre de 2003.

El discurso de Alberto Fernández, de manera acertada, se alejó de la magia que garantizan las frases del marketing, del mismo modo que evitó profundizar en consignas ideológicas que suenan bien, pero que en lo concreto, no llevan a nada. En cambio, enumeró una serie de medidas de Gobierno concretas que pueden mejorar la vida de la gente y recurrió al nunca más, para intentar alejarnos de esa grieta que separa a los ciudadanos, impide consensuar políticas, y termina por degradar al sistema. “La historia, más temprano o más tarde, la terminan escribiendo los pueblos”, señaló Cristina Fernández ante una Plaza de Mayo colmada. Será quizás una oportunidad para que la historia la escriban los que ganan, y que quien gane, sea el pueblo. En esa frecuencia se proyecta el tramo final del discurso Alberto Fernández: “Cuando mi mandato concluya, la democracia argentina estará cumpliendo 40 años de vigencia ininterrumpida.  Ese día quisiera poder demostrar que Raúl Alfonsín tenía razón. Espero que entre todos podamos demostrar que con la democracia se cura, se educa y se come. Pongámonos de pie y empecemos nuevamente nuestra marcha”.

Ojalá Argentina pueda sobreponerse al efecto Coyote, aprender de sus errores y seguir adelante. Es tiempo de ponernos en marcha y avanzar por un camino que conduzca a nuestro país al destino sin grietas ni abismo. En esta simbiosis histórica –tal como lo expresó Néstor Kirchner- vamos a encontrar el país que imaginamos.

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