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Vivimos en una sociedad que avala la ira y censura la tristeza

Hay personas que no lloran en público, por pudor o vergüenza. Sin embargo, se agrede cada vez más y en todos los ámbitos. Pensemos los motivos.

En público...




En estas fechas; la sensibilidad está más a flor de piel, los encuentros familiares remarcan ausencias, los recuerdos empapan las conversaciones y las fotos salen de las cajas como si tuvieran vida propia. Pero los sentimientos están todos los días y a toda hora, el tema es cómo se manifiestan. Llorar es mostrarse vulnerable, abrirse en sentimientos y perder el control. Quizás por eso, sea más fácil discutir y criticar que hacerse cargo de los motivos del propio malestar. Las lágrimas empiezan a brotar y no hay pañuelo descartable que pueda absorberlas. Llorar es un acto íntimo, quizás más íntimo que otros. Cada quien tiene su punto débil, y sus elecciones a la hora de permitirse llorar o camuflar la tristeza con bronca, y salir a dar batallas obsoletas. Al agredir, ponemos el foco en el otro y no necesitamos vernos a nosotros mismos.

Solo en casa

Llorar en el ámbito laboral y académico, no está bien visto. Es un signo de debilidad que muchas veces puede traer inconvenientes a la hora de obtener algún ascenso o beneficio, ya que se entiende que quien llora no puede “separar los tantos”. Hay quienes lo hacen, por motivos de índole amoroso, personal o profesional, hay quienes defienden el poder expresarse libremente estén donde estén. En la calle, en los transportes públicos, en locales comerciales, mesas de café, plazas… es raro, en principio, porque se queda expuesto a la mirada de los otros que no saben bien si deben actuar o no, y cómo debieran hacerlo. Llorar genera la incomodidad de quienes viajan, comen o pasan alrededor. ¿Se puede? Sí, pero tiene impacto en los demás. Entendamos que vivimos en un mundo individualista, en el que cada uno trata con sus propios “demonios” o eso intenta, y no quiere saber nada del infierno ajeno. Muchas veces se llora en el hogar, por comodidad, por intimidad. Sin embargo, escuchamos y vemos peleas y escenas de violencia en la vía pública a diario. Los transeúntes pasan o se quedan como espectadores pasivos, pero tienen una tolerancia mayor que hacia la tristeza. La violencia se vive como “espectáculo”, ya está naturalizada desde los medios y desde las vivencias. La tristeza se mete con uno, con el interior y eso se torna insoportable.  

La noche es más amiga de la lágrima

No hay un horario para la tristeza, pero aparentemente sí para poder expresarla. La noche y el silencio alejan las distracciones y hacen que nos enfrentemos con uno mismo (si logramos dejar el celular). Es entonces cuando aparecen los miedos, las angustias, la nostalgia. Quien no haya experimentado el llanto contra la almohada para evitar que los demás escuchen el sollozo, sepa que es muy recomendable. Es un momento de uno, así se conviva con muchos. Es un estrujar la almohada y llenarla de mocos y lágrimas, sobre los cuales nos rendiremos al sueño para amanecer con ojos hinchados que delataran nuestra catarsis nocturna. Las discusiones se explayan haya sol o tormenta. Tienen vía libre y los motivos pueden ir de los más básicos hasta los más complicados. Quien sepa moverse en la furia contará con elogios tales como “sabe discutir”, en cambio quien llore en público contará con estigmas del estilo “se quiebra fácil” o “se desequilibra”. 

Que no me vea nadie

A pesar de elegir el propio hogar, son muchos los adultos que no se permiten llorar delante de los hijos. Quizás para no transmitirles la tristeza, o preocuparlos. También para mostrarse fuertes frente a la prole. El baño suele ser el escondite, mirarse en el espejo con la cara roja e hinchada, tratando de alivianar la imagen con agua fría sin poder frenar las lágrimas y ejercitando un “ya salgo” en tono neutro sin vestigios de angustia; es un clásico de algunas madres. El hombre se pone de pie, se aleja, y trata de retener la lágrima en el lagrimal hasta encontrarse a solas en el balcón o en el toilette. Tanta privacidad para no mostrarse vulnerable, pero ¿cuántas parejas discuten entre ellos o con otras personas frente a los niños?, ¿cuántos critican y defenestran a personas presentes o ausentes frente a los menores? ¿Es terrible que nos conozcan débiles, pero no lo es que nos vean agresivos?

En un lugar legitimado

Desparramarse en el diván, sentarse en el consultorio, repasar letra, esperar la receta de los globulitos, cortar en tres con la mano izquierda, leer en voz alta… hay espacios que nos dan “luz verde” para moquear a gusto. Ya sea porque hay una confianza construida por las temáticas que se tocan, o porque simplemente sentimos que ahí sí podemos. Espacios de arte, de apertura, de charla profunda, de temas complicados, de humanos en su esencia. En esos casos, el llanto sale y quizás se convierte en risa, quizás se contagia. Se toma como lo que es, parte del ser y de la vida. Y la ira deja su traje en la puerta, porque la tristeza no necesita disfrazarse. Es un gran esfuerzo cotidiano el que se hace para no mostrarse frágil.     

En compañía

Cuando los chicos terminan pre-escolar, cuando se casan, se anuncia un embarazo, se festeja un nacimiento, se recibe un resultado, se acompaña en una pérdida o se mira un dramón con formato de película, obra o serie… momentos de lágrimas compartidas, hay un sentimiento colectivo que permite blanquear el llanto. Hay un grupo cómplice de la emoción. Es parte del ritual, de la ceremonia; y se disfruta, se pasan pañuelos, se comparte. En esos momentos de unión, las discusiones se diluyen, porque se está frente a lo que realmente importa. Las lágrimas cuentan con el visto bueno del contexto.     

Con abrazos

A veces simplemente aparece el motivo y se sueltan las lágrimas, se llora frente a algún elegido. Y esta persona nos brinda su calma, su escucha y sus brazos. Entonces el otro está ahí, se deja mojar con el llanto, se conmueve también, pero contiene. En ese momento, sus defectos no importan tanto, y las discusiones no tienen lugar. Y entendemos que nuestras tristezas y angustias son nuestras, pero qué bien se siente apoyar la mejilla en el hombro de quien nos permite abrirnos, sabiendo que otro día nuestro hombro será el refugio de lágrimas ajenas.  

El llanto tiene mala prensa, porque no conviene. Entonces se juzga y critica, provocando que se oculte o se impida. No así la violencia que se incentiva a través del ejemplo y de la competencia. No tengamos pudor de llorar y empecemos a avergonzarnos de agredir. Porque quizás tanta lágrima censurada, se convierte en insultos, agravios y golpes. Lo sensible justamente está ligado al aspecto femenino y la ira al universo masculino, quizás no es una casualidad. Tengamos cuidado con ciertos mandamientos que nos alejan tanto de nuestra esencia, de ser humanos.  

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