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Vísperas de mayorías impensadas

*Por Pepe Eliaschev. El triunfo posicional del Gobierno fue determinante cuando le arrancó al Congreso un sistema de elecciones previas que hizo imposible la reconfiguración de alianzas políticas. En cualquier caso, los resultados del 14 de agosto fueron elocuentes y si hubiese mediado la posibilidad de barajar y dar de nuevo, tal vez no hubiera acontecido cambios demasiado gravitantes, pero hoy eso es una remota y deslucida conjetura.

No solo desde 1983, sino incluso desde las elecciones de 1946 en adelante, la Argentina nunca enfrentó, como lo hará dentro de siete días, comicios presidenciales menos dramáticos y tan previsibles, los menos expresivos de su historia moderna.

No se recuerda nada parecido a esto. Una exasperante calma chicha, en el marco de una impavidez civil notable, preside los días y horas previos a la cita del domingo 23 de octubre.

Aunque el Gobierno recogió 10 millones 200 mil votos en las primarias del 14 de agosto, esta semana cierra su campaña en el muy burgués Teatro Coliseo de la porteña plaza Libertad, un local donde no entran más de 1500 personas. Elecciones sin muchedumbres, se dirá, pero también sin expectativas más o menos relevantes.

El triunfo posicional del Gobierno fue determinante cuando le arrancó al Congreso un sistema de elecciones previas que hizo imposible la reconfiguración de alianzas políticas.

En cualquier caso, los resultados del 14 de agosto fueron elocuentes y si hubiese mediado la posibilidad de barajar y dar de nuevo, tal vez no hubiera acontecido cambios demasiado gravitantes, pero hoy eso es una remota y deslucida conjetura.

Porque, ¿acaso Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá se hubieran reacercado en caso de poder combinar sus formulas entre el 14/8 y el 23/10? Todo revela que no, y en verdad ese peronismo que se diferenció de Néstor Kirchner a partir de 2006 es hoy una desventurada colección de destinos equivocados, errores garrafales y carreras terminadas.

De hecho, este lunes 17 de octubre, nadie mueve un dedo para recordar el otrora emblemático Día de la Lealtad. Es que el peronismo de Perón es cada vez mas historia, progresivamente reemplazado por el kirchnerismo.

Duhalde, por ejemplo, termina esta última campana de su vida política agraviado con casi todo el espacio político que lo tuvo como uno de sus animadores durante largos años, despotricando contra todos los referentes con los que durante una larga etapa entretuvo una intensa camaradería.

También asombra el destino que le toca asumir a Elisa Carrió, que marcha a un naufragio electoral rimbombante.

Plenamente convencida de que su inmolación política es una especie de holocausto necesario para darle una lección cívica a la Argentina, la chaqueña aportenada patentiza una de las parábolas más volátiles de la política democrática argentina, en la que apareció como primera figura hace apenas una década, cuando abandonó a la Unión Cívica Radical.

La postulación de Hermes Binner en este 2011 de alguna manera se orienta a representar el ámbito que en las elecciones de 2003 y 2007 dominó Carrió, pero la aritmética electoral así lo demuestra; a Binner lo sigue hoy gran parte de ese progresismo que se entusiasmaba con la cruzada ética de Lilita.

El conjunto del republicanismo progresista vino asociándose en torno de las tres vigas sobre las cuales se edificó en las legislativas del 2009 el luego derrumbado espacio del Acuerdo Cívico y Social.

Hoy vaciado para la cita del próximo domingo, dicho lugar sin embargo existe, aunque sea ‘in absentia’. Se trata del común denominador de tres grandes tradiciones ideológicas hoy políticamente disociadas.

Radicales, socialistas y cívicos encarnan necesidades y vocaciones más complementarias que divergentes. Pero en esta circunstancia se pulverizaron entre ellos, cada cual por sus propios y discutibles elucubraciones.

El radicalismo, claramente vigorizado tras las elecciones de 2009, enfrentó desde ese momento un cruce pernicioso de decisiones.

Por una parte, la arremetida de Ricardo Alfonsín tras ganar la interna de su partido en la provincia de Buenos Aires, suscitó un clima adverso en quienes deberían haberle dado la batalla interna. Julio Cobos siempre fue un artificio carente de posibilidades y Ernesto Sanz se bajó del tren antes de que la locomotora arrancara.

Desprovisto de un triunfo adentro de la UCR, Alfonsín sintió el hálito de la soledad y abrazó la causa sagrada del ‘anti gorilismo’ cerrando precipitadamente un acuerdo con el más que volátil Francisco de Narváez.

De Narváez es la quinta esencia del pragmatismo post-político: no hay un solo colectivo que lo deje mal, y así ha ido desfilando por diferentes concubinatos electorales.

Alfonsín no explicó bien al interior del sufrido radicalismo su alianza con De Narváez, que en estas últimas semanas no se privó de los gestos más despectivos con sus supuestos aliados, como abrazarse con el siempre divertido Rodríguez Saá.

Pero también es cierto que Binner modificó su proyección nacional después que Antonio Bonfatti ganó las elecciones para gobernador de Santa Fe, en las cuales los radicales pusieron por lo menos la mitad de los votos con los que triunfó el ahora electo mandatario.

En clave ideológica, Binner y los socialistas alegan que el acercamiento de Alfonsín a De Narváez asesinó las posibilidades de un acuerdo radical-socialista, pero los socialistas, tan alérgicos al ‘derechista’ De Narváez, no tuvieron en cambio problemas con coquetear hasta el final con Pino Solanas y su pintoresco combinado de setentistas de izquierda.

Por su parte, el declinante espacio de Carrió no pudo zafar de la tensión patológica de su fundadora al echar o hacerles la vida imposible a todos los que no están a la altura de la inaccesible vara moral de ‘Lilita’, aparentemente convertida en una suerte duena de la pureza, la ética y los valores, y consagrada a ser una especie de taciturna fiscal de la república a la que casi todo le parece mal o por debajo de sus galácticas exigencias.

De todas maneras, el declive de estos actores, que son más importantes por su legado histórico que por lo que ellos terminaron siendo en lo personal, no cambia la historia argentina de manera irreversible. Por el contrario, el previsible valle al que descenderán dentro de siete días, si algún inesperado giro no se produce, no clausura una peripecia que tiene raíces profundas.

Aun en su momento de cenit político incuestionable, el peronismo no tapa ni homogeniza completamente el escarpado y multifacético panorama nacional, donde muchos reclamos, necesidades y matices distan de ser expresados por la fuerza que ha gobernado la Argentina durante 31 de los últimos años.

En este sentido, es llamativo y revelador que las tres ciudades principales del país (Buenos Aires con Mauricio Macri, Rosario con Mónica Fein y Córdoba con Ramón Mestre) no serán gobernadas por el oficialismo kirchnerista, un movimiento cuyo núcleo central es cerrado y excluyente, pero que es una fuerza a la que ha venido votando la mayoría de la población.

Ese voto urbano (agréguense ciudades como Mendoza o Mar del Plata, cuyos jefes tampoco provienen el kirchnerismo propiamente dicho), permite conjeturar que un cisma importante se ha producido entre lo comunal/municipal y lo nacional, espacio éste donde siguen primando los liderazgos fuertes de escaso apego a las minucias de una democracia republicana madura.

En esta frontera es donde pueden instalarse las perspectivas y proyecciones del futuro político argentino, que deberá recuperarse más temprano que tarde de su pérdida densidad y variedad.

Colocada ahora la Argentina ante la desmesura de una hegemonía tan totalizadora, puede tener que verse enfrentada a decidir en muy corto plazo si resuelve vivir en una continuidad no cuestionada de usos y costumbres acunadas en 1945, o se decide por cambios de cultura política que, por ahora, es cierto, no parecen entusiasmar demasiado a las mayorías.