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Una guerra de mezquindades

* Por Alfredo Leuco. El Día de los Derechos Humanos, CFK creó un Ministerio de Seguridad para Nilda Garré y no envió ni un policía al lugar donde los vecinos se tiroteaban.

La designación de Nilda Garré en el flamante Ministerio de Seguridad tuvo un bautismo insólito. Pareció una proyección de laboratorio transmitida por cadena nacional mientras, simultáneamente, en la vida real de los barrios más populares y peronistas de la Ciudad de Buenos Aires, los vecinos protagonizaban un acontecimiento de una gravedad inédita desde el retorno de la democracia: el desalojo violento por mano y piedras propias de gente muy pobre mientras quemaban sus pocas pertenencias.

La escena estremecía y nos hacía descender a los peores infiernos de la ley de la selva. Dos Argentinas separadas por un abismo a pesar de que sólo están a ochenta cuadras de distancia. La presidenta Cristina Fernández encontró esta solución para empezar a asumir de una vez por todas la primera preocupación de los argentinos. Por ahora es apenas un primer paso. En su discurso, explicó la anarquía y el horror, los sucesos terribles con heridos, más muertes y cuasi linchamientos entre gente humilde como una suerte de intento desestabilizador de su Gobierno.

No dio información acerca de quiénes están detrás de semejante locura. Sólo aseguró que no es tan ingenua “como para pensar que las cosas surgen por casualidad”, aunque hizo callar a los militantes que cantaban “Macri, basura, vos sos la dictadura”. Ante la deserción de las autoridades nacionales y con las primeros fríos de la madrugada de ayer, el pánico de los vecinos había potenciado sentimientos tan repugnantes como la xenofobia y comportamientos tan peligrosos como la violencia fratricida.

La mezquindad especulativa de los máximos funcionarios demostró irresponsabilidad e incapacidad para resolver un drama que solo evidenció la punta del iceberg. La jueza Elena Liberatori y Adolfo Pérez Esquivel habían sido los primeros en poner una cuota de sentido común y sensibilidad. Y eso que el Premio Nobel de la Paz, ex preso político durante la dictadura, en el Día de los Derechos Humanos no consiguió que le atendieran el teléfono ni el ya casi ex ministro Julio Alak ni el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández.

Es una obligación de Cristina K y Mauricio M dejar de tirarse con pobres y muertos y coordinar los recursos para atender primero la urgencia y luego fijar políticas conjuntas y complementarias a mediano y largo plazos. Nadie debe creer que esto es un problema policial. El único control posible y duradero que evite el vale todo es la planificación rigurosa en temas tan delicados como la lucha contra las injusticias sociales, el intento de establecerse definitivamente por parte del narcotráfico y una política migratoria solidaria pero prudente que no fomente la ilegalidad. Y en esto no puede estar ausente el Gobierno de Daniel Scioli, quien no está a salvo de padecer copamientos similares en el Conurbano que descolocarían los discursos electoralistas y sesgados de los ministros de Cristina.

Con la toma de los colegios secundarios metieron la pata de la misma forma. Elogiaron y fogonearon las protestas mientras fueron en la Ciudad de Buenos Aires. Se tuvieron que tragar las palabras cuando les tocó a escuelas bonaerenses. La gran epopeya nacional debe apuntar a que los compatriotas de las provincias más pobres salgan de la cárcel del desarraigo y regresen a sus lugares de nacimiento incentivados con proyectos productivos y por hospitales y escuelas de excelencia que es lo único que les garantiza tranquilidad y futuro para sus hijos. La batalla de Villa Soldati y Lugano es la demanda de un nuevo diseño de país, de una estrategia revolucionaria que distribuya con mayor equidad los recursos económicos y los territorios.

El estallido social focalizado en el sur es un grito desesperado de los sectores más necesitados que reclaman condiciones de vida dignas y el combate contra la inseguridad en el más amplio sentido de la palabra. Porque sienten tanta inseguridad las personas que carecen del más elemental derecho humano que es el de tener un lugar en el mundo como las que no se atreven a salir de sus casas porque a sus hijos les roban casi todos los días y temen que los maten por un par de zapatillas.

Mario Benedetti, citado inesperadamente por alguien ajeno a la cultura progre como Macri, dice en El Sur también existe que “cerca de las raíces, hay quienes se desmueren y quienes se desviven, en donde la memoria ningún recuerdo omite”. Ayer, Aníbal Fernández y Luis D’Elía responsabilizaron a Macri por los muertos. Y eso que no hay una sola foto ni un segundo de filmación, pese a la presencia de tantos medios, donde aparezca un policía metropolitano pegando palos, trompadas, tirando piedras o dándole una paliza feroz a los manifestantes. Todos los escrachados en esa situación repudiable tenían el uniforme de la Policía Federal. Las mentiras tienen patas cortas por más que se ponga en funcionamiento el aparato estatal y paraestatal de medios. La gente no come vidrio.

Macri tiene otras culpas y responsabilidades, pero no tiene nada que ver con las muertes como tampoco las tiene el Gobierno nacional. Hay quienes no cuidan su credibilidad porque ya no tienen. Por momentos con la verdad de los hechos, Macri dejó a su derecha a Aníbal Fernández que, al igual que sus compañeros porteños en las últimas elecciones, no alcanza a expresar a la mayor parte del electorado que no identifica el cumplimiento de las normas como una bandera de la derecha. Mauricio Macri estaría agradecido de tener siempre como sparring a Aníbal y D’Elía. Acusan distintos pesos en la balanza. Los bonaerenses tienen más calle y astucia, pero el ex presidente de Boca tiene una imagen positiva que los aplasta.

Encima tuvo más cintura política al reclamar a viva voz y hasta mediante una carta la intervención de la Presidenta en la resolución de este primer conflicto grave desde la muerte de Néstor Kirchner. Con el fantasma criminal de 2001 ha sido un gran activo del kirchnerismo la decisión de no reprimir para evitar cualquier muerto.

Pero también es cierta la triste comprobación de que ni aún así se pudo evitar matanzas indignas que los salpican. La de un militante popular del PO a manos de patotas sindicales del gremio de José Pedraza alineado con el oficialismo, la de un integrante del pueblo toba en Formosa bajo las balas de la policía de un gobernador feudal y kirchnerista de la primera hora, y los crímenes en la rebelión de Soldati y Lugano, que por ahora no tienen culpables confirmados pero que desgarran el corazón de todo argentino bien nacido.