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Un liderazgo con la brújula dañada

No es la primera vez que un presidente enfrenta el final de su gestión con su liderazgo totalmente desdibujado.

Nota extraida de diario La Nación
Por Sergio Berensztein

No es la primera vez que un presidente enfrenta el final de su gestión con su liderazgo totalmente desdibujado , generando una pérdida notable de ingresos en la población y sin tomar conciencia del desastroso legado que está a punto de dejar.

Tampoco son desconocidos para nosotros la devaluación, la inflación, la crisis energética, la fuga de capitales, las protestas sociales, el fracaso del Estado en brindar los bienes públicos esenciales (en particular, seguridad e infraestructura), el aislamiento internacional, los escándalos de corrupción, el involucramiento de los militares en política interna y el incremento de la pobreza y la marginalidad en un contexto de creciente desconfianza , pesimismo, recesión, constantes episodios de violencia e incertidumbre de corto y de mediano plazo.

Lo inusual de esta coyuntura es que todo esto ocurre de manera simultánea, adelantando el certificado de defunción de un proyecto político que hasta hace poco deliraba con la eternidad. Más aún, el kirchnerismo todavía se ve a sí mismo como protagonista estelar de una gesta revolucionaria, expresión de una simbiosis perfecta de las tradiciones populares y progresistas argentinas y latinoamericanas. Creen que tienen las mejores intenciones. Y que si los resultados no son los esperados, o los niegan o inventan conspiradores para descargar la responsabilidad.

En estos últimos días ha quedado por fin bien en evidencia que Cristina y sus seguidores fueron por todo y se quedaron sin nada. Ni la lacerada Venezuela chavista está tan mal: por lo menos Nicolás Maduro sigue ganando elecciones y mantiene un apoyo popular que el kirchnerismo ha perdido para siempre. Un sobreviviente de todos los peronismos definió con su habitual picardía el profundo debilitamiento del liderazgo presidencial: "Al Gobierno se le escapan no sólo los precios y los dólares de las reservas, sino también los presos".

Acostumbrado a hacer del conflicto su principal táctica para construir y detentar poder, el Gobierno ha encontrado finalmente un rival contra el que no puede, quiere ni sabe pelear: es él mismo. Las causas más letales de esta inusitada y peligrosa situación son y han sido sus formidables errores y torpezas.

Se trata de un conjunto de profesionales del poder que se han aferrado a una concepción anacrónica, parroquial y prejuiciosa de la política y del mundo. En muchos asuntos críticos, en particular respecto de la política económica, han demostrado un nivel de impericia e ignorancia increíble sobre aspectos básicos del funcionamiento de los mercados que es a esta altura imposible de justificar. ¿Cómo puede ser que un presidente que transita el final de su segundo mandato designe a gente tan inexperimentada, por más buenas intenciones que tenga, para desempeñar semejantes responsabilidades? Para operarse de su enfermedad, eligió a los mejores especialistas que tiene el país. Es una pena que no aplique el mismo criterio para manejar los asuntos del Estado.

Ante semejante nivel de incertidumbre e impericia, se han derrumbado el valor de todos los activos argentinos. Según una encuesta reciente de Poliarquía, las expectativas inflacionarias alcanzaron un récord: 40 por ciento para el próximo año. Los argentinos están obsesionados por la cotización del dólar, porque el Gobierno destruyó el valor del peso al emitir irresponsablemente.

¿Seguirá la Presidenta erosionando su propia legitimidad, evadiéndose de problemas urgentes que podrían generar más inestabilidad hasta comprometer la continuidad de su gobierno? ¿Tratará acaso de buscar algo de credibilidad y consistencia, complementando la reciente devaluación con otras medidas fiscales y monetarias?

Los principales agentes económicos estiman que el Gobierno ha perdido la brújula y que reacciona poco, mal y tarde alimentando una crisis tan innecesaria como simple de resolver. Ven medidas aisladas, espasmódicas y mal diseñadas. Nadie del Gobierno se ocupa de generar canales de diálogo. No hay con quién hablar. Resulta urgente que se mejore la comunicación tanto de los objetivos del nuevo programa como de los instrumentos elegidos para alcanzarlos.

Ante la incapacidad del Gobierno en encarar un programa de estabilización serio y consistente, el ajuste lo está haciendo la gente, es decir, el mercado. Lejos ya de aquella edad dorada, cuando "la política" podía supuestamente cuestionar hasta la propia ley de gravedad, el Gobierno puede terminar promoviendo una tormenta perfecta, sucumbiendo al enemigo que tanto buscó desplazar, regular, confiscar y contener.

El margen de maniobra es cada vez más acotado. Las macanas del equipo económico terminaron coordinando las expectativas de los agentes económicos. Los principales expertos coinciden en que aún queda tiempo para evitar un escenario más traumático, pero se requiere romper la actual inercia suicida y recrear la confianza.

Esto implica una profunda modificación del diagnóstico, las ideas y seguramente también del equipo. Presentar lo antes posible un nuevo índice de precios al consumidor que dé cuenta de la realidad y resolver inmediatamente la situación de los bonistas que no aceptaron entrar en los canjes. Es decir, se necesita un nivel de autocrítica y pragmatismo considerables, atributos tradicionales del peronismo y en general de la política, pero sólo presentes en dosis homeopáticas a partir del conflicto con el campo.

¿Qué le conviene a la Presidenta? ¿Cuál sería el escenario más costoso para ella y para el país? La dolorosa historia argentina ofrece enseñanzas categóricas que sería irresponsable y absurdo ignorar: el Rodrigazo, la crisis de 1982, el aciago final del gobierno de Alfonsín y hasta el desastre de 2001 constituyen experiencias lo suficientemente dramáticas como para que Cristina despierte ya de su letargo, se ayude a sí misma y se deje ayudar. Su preocupación no debería ser por las consecuencias de una rectificación del rumbo, sino precisamente por lo contrario.

Cristina debería mirarse también en el espejo de sus predecesores en esta inconclusa transición a la democracia. Ninguno de ellos llego a la pospresidencia con prestigio y popularidad. Pero aquellos que fueron más flexibles, cooperativos y pragmáticos (Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde) pudieron al menos evitar los desaguisados judiciales que enfrentaron los que prefirieron imponer unilateralmente sus intereses y visiones, aun en contra de la opinión pública y de sus propios partidos (Carlos Menem y Fernando De la Rúa).

Ninguno de ellos buscó someter a su antojo al Poder Judicial, como sí lo hizo Cristina con su ya sepultada reforma. Su desesperación por designar jueces supuestamente amigos, fundamentalmente en la justicia federal, no hace sino enfatizar lo preocupada que ella y muchos de sus funcionarios están al respecto.

Si Cristina rectificara el rumbo, y no sobra el optimismo al respecto, encontraría curiosamente un entorno político y social predispuesto a la cooperación. Menos por compasión o altruismo que por interés personal y sectorial, lo cierto es que a nadie le conviene un final abrupto y anárquico de este proceso político.

Todo el peronismo cree que tiene chances de gobernar luego de 2015: Scioli y Massa son los candidatos naturales, pero la lista de aspirantes es interminable. El no peronismo tiene también buenas perspectivas, tanto en su versión socialdemócrata (en pleno aunque complejo proceso de reconfiguración), como en la socialcristiana liberal moderada que expresan Mauricio Macri y Pro.

Todos creen que les puede tocar y que cuanto antes se comiencen a arreglar los principales problemas, mejor. Ninguno está preparado para gobernar antes de tiempo.

Podríamos llegar a ser testigos y protagonistas de otro colosal y absurdo fracaso colectivo si, en un contexto en el que todos los actores relevantes objetivamente ganan consensuando una agenda que garantice la paz social y la estabilidad política, y con un contexto global razonablemente bueno, la Argentina se dejara de nuevo caer al precipicio por caprichos infantiles, vanidades desmesuradas y problemas de coordinación.

Si eso pasara, no sólo Cristina sería la culpable, pero sin duda sería la principal responsable. La suerte no está del todo echada, pero estamos al borde del precipicio. Enfrentamos una coyuntura crítica: las decisiones que se tomen en los próximos días, tal vez semanas, determinarán el futuro del país.