Última Entrega: Cristina Onassis – Garcia Belsunce, el cartero llama dos veces
Hoy, el bonus track de dos historias paralelas que comparten un misterio muy fuerte Onassis -Belsunce. Capitulo final.
Por Jorge Boimvaser
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Si el actor Steve Martin conociera la trama secreta de las muertes de Cristina Onassis y María Marta García Belsunce, posiblemente la remake de su fantástico film "Cliente muerto no paga" sería considerada una de esas tantas exageraciones a las que nos tiene acostumbrado Hollywood. Pero, ¿para qué embarcarnos en cine de ficción cuando la realidad –y más que todo en la Argentina-, supera holgadamente a la ficción?
Los sospechosos de haber podido instigar la muerte de Cristina Onassis en 1988 eran unos pocos pero bien definidos personajes. No somos nosotros quienes afirmamos que la heredera del imperio de Aristóteles fue asesinada y no murió de un edema pulmonar como quiso dictaminar el análisis forense de aquella época.
Dos agentes experimentados de Interpol-Grecia lo decían a los gritos cuando en noviembre de 1988 llegaron a la Argentina para investigar la misteriosa muerte. Nicolas Tassiopoulous y Lacopulus Satirios.
En una trama mas de cabotaje, los comisarios de "la bonaerense" Antonio Casafuz (quien resolvió el secuestro extorsivo del padre de Pablo Echarri) y Aníbal De Gastaldi (un oficial de impecable trayectoria y olfato como pocos) nunca dudaron que la secuencia mortal por la que atravesó María Marta había que buscarla en el ámbito íntimo de la occisa.
Ahora bien, ya nos referimos en nuestras entregas anteriores a desmenuzar los pormenores de ambas muertes, en este último informe veremos las presuntas causas que llevaron a sendas mujeres a padecer la muerte violenta.
Empezamos por casa. El fiscal Diego Molina Pico infirió que la causa del crimen había que relacionarla con los manejos turbios que ligaban al Cartel de Juárez (mexicanos líderes del comercio mundial de cocaína), el Banco General de Negocios (cuyos dueños los hermanos Rhom fueron procesados por la jueza federal Servini de Cubría) y un pequeño accionista de Bolsa –Carlos Carrascosa- que de buenas a primeras pasó a ser titular de una mega compañía de inversiones bursátiles. La juez federal intuyó que se estaba en presencia de una mega operación de lavado de dinero que abría sociedades colaterales en las que figuraban como socios María Marta García Belsunce y Carlos Rhom.
Lavado de dinero, triangulación de empresas sospechadas y fuga de capitales estuvieron en la mira de Servini de Cubría. Demasiado engorroso para relatarlo en unas pocas líneas, pero claro como el agua que los García Belsunce entraron en un torbellino de negocios donde quienes los manejan poseen microdósis de escrúpulos que ni con cuenta gotas se pueden medir. O sea: No les importa nada.
En ese contexto quien no paga las cuentas, se queda con dinerillos ajenos o amenaza contar los secretos inconfesables, puede finalizar su vida con varios pitutos en la cabeza.
De ahí la nueva hipótesis que dimos a conocer en nuestra tercera entrega. Quizás no fue Carlos Carrascosa quien apretó el gatillo en El Carmel, solo franqueó el ingreso a la casa familiar a tres desconocidos (dos hombres y una mujer), de los cuáles seguramente jamás se sabrá su verdadera identidad. Y el conocimiento que esos chicos malos juegan en las ligas mayores del crimen organizado causa terror a la familia, y ya se sabe que el miedo cierra la boca de todos. Ahí se encuentra la clave del secreto que los García Belsunce guardan bajo siete llaves.
La muerte de Cristina Onassis tiene laberintos más complicados de sortear, si se quiere deducir las causales de su asesinato.
La hija de Ari había caído en las redes de las antiguas y temibles conspiraciones del espionaje soviético. Un mediocre empleado del consulado de la URSS en Londres –Serguei Kausov- conquistó su maltrecho corazón, la llevó al altar e intentó que el matrimonio se radicara en Moscú. Acostumbrada a la vida principesca con los millones heredados de su padre, Cristina no aguantó la austeridad de la vida soviética y la vuelta a Europa y el plantazo al aburrido Serguei fue un golpe impensado a las sospechadas intenciones de los rusos. ¿Cuáles eran? Según papeles encontrados en la sede de la KGB (oficina de espionaje del soviet) después de la caída del Muro de Berlín, los rusos pretendían que la flota de transporte de petróleo que manejaba la hija de Ari desabasteciera del vital fluido al Reino Unido de Gran Bretaña.
Otro sospechado por los agentes griegos de la Interpol fue su otro ex marido, el play boy Thierry Rusell, cuyo emporio familiar de laboratorios medicinales estaba al borde de la bancarrota en aquellos tiempos.
Rusell frecuentaba mujeres espectaculares, y su perfil de conquistador de bellezas monumentales no daba para noviar con una dama de frondosa billetera pero siempre en conflicto con su estética personal. Ya lo dijo hace tiempo el filósofo contemporáneo Jacobo Winograd con su sentencia aristotélica: Billetera mata galán.
Cristina y Thierry tuvieron una hija, Athina, hoy casada con un multimillonario brasilero. La pequeña de solo tres años cuando murió su madre, fue cuidada hasta la mayoría de edad por un ejército de guardaespaldas que tenía en la mira al propio padre de la niña a quien veían como sospechoso de querer apropiarse de la fortuna heredada si Athina sufría un fatal accidente. Un secuestro fallido de la joven fue abortado por esa guardia imperial provocando mayores resquemores sobre el play boy decadente.
"Era tan pobre que no tenía más que dinero", escribió Joaquín Sabina en su tema "Pobre Cristina", relatando en dos palabras la vivencia de una mujer cuya familia –ligada a la desgracia de los Kennedy tras la unión entre Aristóteles y la viuda de JFK, Jackeline Kennedy-, parecía escrito por algún guionista barato de la meca del cine.
Misterios de la vida: Cristina Onassis fue enterrada en la Isla de Skorpios donde estaban los restos de su hermano Alexander, muerto en un accidente de aviación a los 23 años.
A su vez, Alexander fue instructor de vuelo de John F. Kennedy junior, el hijo del asesinado presidente norteamericano, quien falleció también en un incomprensible accidente aéreo piloteando su propia nave en julio de 1999.
Sin causa aparente (no hubo ni fallas mecánicas ni mal tiempo aquel día), el avión Piper Saratoga se estrelló en las cercanías de Long Island, Masachuset matando al hijo de Kennedy y su esposa.
Familias entrecruzadas por el dinero , la ambición, la infelicidad y la muerte –portadores de un extraño designio de desgracias paralelas- Cristina Onassis y Maria Marta García Belsunce se llevaron a la tumba secretos que jamás podremos develar.
Tan solo podemos relatar –eso hicimos en estas cuatro entregas- las tramas secretas y misteriosas de dos muertes que portan coincidencias tan llamativas como misteriosas.