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Trabajo en la nueva era industrial

Sería incurrir en una amarga irrisión considerar el 1º de Mayo como Fiesta del Trabajo, cuando hay decenas de millones de jóvenes en todo el mundo marginados de las fuerzas laborales.

La humanidad vive la Tercera Revolución Industrial. En la Segunda, iniciada a comienzos del siglo XIX, cuando el uso del vapor comenzó a reemplazar a la fuerza humana, a los telares mecánicos y al ferrocarril, los cambios produjeron una elevada destrucción de puestos de trabajo. Tanto que hubo movimientos como el "ludismo" (1800/1830), que en Inglaterra promovió la destrucción de los telares mecánicos porque ponían en riesgo una importante fuente de trabajo, lo que en efecto ocurrió. Pero al promediar esa centuria, la industrialización mecanizada había multiplicado la producción, creado centenares de miles de posiciones laborales y prolongado la expectativa de vida, porque se abarataron la vestimenta de abrigo y las frazadas.

La actual revolución multiplica de manera sideral los volúmenes de producción, pero sus posibilidades de creación de puestos de trabajo son comparativamente menores, porque la robótica y la informática destierran en número siempre creciente a los seres humanos de la producción. De hecho, el fenómeno que antaño se reducía a la literatura de anticipación es hoy una realidad: el proletariado está desapareciendo como tal y el trabajo se ha precarizado en el mundo, sobre todo en los países emergentes que, para recibir inversiones directas, deben cancelar o restringir la vigencia de conquistas sindicales obtenidas mediante luchas dolorosas y prolongadas. En la centuria de la mayor tecnificación, regresa ominosamente el trabajo esclavo.

Quienes pagan el precio más alto por esas transformaciones son los jóvenes, cuya marginación no cesa de crecer. Informes difundidos por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) describen un panorama sobrecargado de conflictividades potenciales, que se van insertando en una realidad cada vez más negativa. De nada parece valer la formación profesional de los jóvenes; los títulos universitarios y terciarios sólo sirven para engrosar currículos que terminan en archivos. Tanto que en algunos países de Europa ha ganado difusión una consigna que sintetiza el grave problema: "Formarse mejor para vivir peor".
Por supuesto que transcurrimos una fase de transición, como sucede cuando se reemplazan sistemas políticos o modos de producción. Pero la solución de este drama social no está, como en el pasado, a la vuelta de un par de décadas, porque la ciencia y la tecnología crean día tras día nuevos métodos para producir a menores costos y con menor intervención de mano de obra.

Por eso existe hoy toda una generación condenada a pagar los elevados costos de la creciente marginación y la decreciente esperanza. Para esta generación, el Día Universal del Trabajo –que se celebra mañana– sólo tiene el valor de recordar a los Mártires de Chicago, ejecutados por luchar por mejores condiciones laborales. No para festejar la conquista de trabajo.