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Tirá a mamá del tren: el oscuro pasado de José Arce en Estados Unidos

La historia familiar del hombre que mandó matar a su mujer, Rosana Galliano, como nunca se contó.

Hace exactamente 30 años, asumía como diputado nacional un referente del radicalismo en el barrio de la Boca. Carlos Bello fue el primer político que utilizó barras bravas para acompañarlo en el proselitismo político. Su amigo y organizador de los grupos de apoyo era el entonces jefe de la hinchada boquense, conocido como "Quique el carnicero". Bello se había formado en un hogar con una madre dominante cuyo lema era más o menos así: "Prefiero que si te peleas en la calle te traigan muerto antes que vengas llorando".

El caso más reciente de madres que educaban a sus hijos en los ritos violentos, es el de la familia Alé en Tucumán,  supuestos organizadores del secuestro de Marita Verón.  La madre de "la chancha Alé" crió a su descendencia con ese extraño slogan de "más vale muerto que llorón"

Tucumán fue testigo de matanzas entre las dos familias dominantes, los Alé versus "los Gardelitos", éstos últimos también apañados por una madre dominante y violenta.

"Los Gardelitos" sucumbieron y se fueron del Jardín de la República aterrizando en Ciudad Oculta. Uno de los Alé, terminado el juicio y absuelto por el caso Verón, fue nombrado por el gobernador Alperovich como titular de Lotería de Tucumán, una repartición clave para el lavado de dinero sucio.

Elsa Aguilar, la madre de José Arce, pertenece a esa rara especie de progenitoras que en vez de inculcar ciertos valores de vida a sus hijos, lo formó en el campo de la violencia patoteril y el orgullo malentendido. Ser "el cornudo del barrio" -como se lamentaba Arce- era una ofensa que había que saldar con el crimen de Rosana Galliano. Suena una locura, pero ahí están el fallo de primera instancia con pruebas abrumadoras en contra de Aguilar y su hijo.

En los años 90, Elsa Aguilar pertenecía a una agencia que lucha contra el crimen organizado en Estados Unidos. Son esos colaboradores que tiene las fuerzas de seguridad, en la Argentina se los llama PCI (personal civil de inteligencia), o simplemente "buchones",  infiltrados o no orgánicos, szin dependencia directa con los organismos para quienes trabajan.

Cuando la policía allanó la vivienda de Arce encontraron credenciales y otras pertenencias que lo identificaban como  agente de la DEA, la agencia anti narcóticos de USA. Se dijo en su momento que eran réplicas de esas que se compran en negocios de Miami, pero las autoridades consultaron con la Embajada de USA en la Argentina sobre la autenticidad de esas piezas y ahí saltó la verdad del vínculo de Arce con la DEA.

Quedó flotando la duda que obvio ninguna autoridad norteamericana va a refrendar, pero al parecer José Arce era una especie de agente encubierto que vigilaba las actividades de narcotraficantes en la zona Norte del gran Buenos Aires, disfrazado de productor agropecuario.

Y saltó a la luz una historia que data de 1995. En esa época José Arce aparece como preso en una cárcel de Estados Unidos por espacio de dos años y medio, por el presunto delito de tenencia de cocaína.

Recordarle ese episodio al asesino de su esposa era sacarlo de quicio,  y el robusto personaje contestaba masticando rabia  con un "yo no soy un drogón".

Claro, no podía revelar la verdadera causa de ese encierro tras las rejas.

Dicen los conocedores de aquella historia que Arce fue infiltrado en una prisión disfrazado de narcotraficante (30 meses de condena no es para una simple tenencia para consumo personal) para espiar desde adentro a otros narcos encarcelados y sacarles data de sus actividades criminales.

Ese trabajo carcelario no es para cualquiera. José Arce tenía algo más de 40 años, un cuerpo fibroso y morrudo, y tenía que vérselas con criminales de toda talla enfrentados en peleas donde hay que bancarse todo, y nadie garantiza salir de ahí con vida tras combates encarnizados donde todo vale y a nadie le importa volver a matar pues ya están presos. ¿Qué más les puede ocurrir? ¿Qué le alarguen la condena por otra muerte?

Era el comienzo de las "salva truchas", esas pandillas llegadas de El Salvador y que aún hoy siguen siendo la pesadilla de ciudades como Los Ángeles. Todos arriaban el mismo código: "antes muertos que llorones".

Elsa Aguilar había criado en esos dogmas sin códigos de amor a la vida a su hijo José, y éste salió fiel a como su madre quería.

Rosana Galliano pagó con su vida una relación amorosa que a su familia nunca le sonó consistente. No por la diferencia de edad entre Rosana y José, sino por el carácter posesivo y pendenciero de Arce.

El hombre nunca hizo nada por ocultar su personalidad violenta, pero ya es tarde para lágrimas.

Quedan dos chicos víctimas del crimen de su madre a manos de su padre, y una abuela que sigue orgullosa de su hijo criminal, mientras la abuela materna clama por la tenencia de esas pobres criaturas.

El dogma estúpido de "antes muerto que llorón", siempre apareja víctimas inocentes y dolor irreparable.

Y cuando las sociedades abren los ojos a estos estigmas, como aquel que suponía que la obesidad infantil es sinónimo de buena salud,  la enfermedad se convierte en una plaga difícil de erradicar.

Danny De Vito hizo de estas historias de dominación materna una comedia fílmica hace un cuarto de siglo: Tirá a mamá del tren.  No perdió vigencia aquel relato.