DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Sabina regresó a la vía y pasó por Rosario dando un concierto demoledor

Joaquín Sabina ofreció un concierto demoledor el sábado en el salón Metropolitano ante 6.500 personas que deliraron con las canciones y las palabras del trovador de la andaluza ciudad de Ubeda.

A las 21.15 sonó el primer acorde tocado por la sólida banda liderada por Pancho Varona y Antonio García de Diego, los dos históricos laderos del compositor. Frente a un público incondicional, Sabina demostró que es uno de los máximos constructores de canciones de habla hispana.
La precisión de cada palabra enhebrada en sus letras es la exacta medida para transmitir el sentimiento del poeta y, ensamblada con la música, se convierte en un arma mortal que el artista dispara directo al corazón.

Con ese inconmovible argumento el andaluz detuvo su "Penúltimo tren" en lo que fuera el viejo taller de los ferrocarriles argentinos, hoy convertido en un continente apto para la música.

El amigo pirata. Vestido con un jean y un saco verde militar, con la testa coronada por su clásico bombín, el artista desplegó toneladas de encanto y volvió a confirmar su comunión con el público rosarino.

El marco del salón Metropolitano fue el ideal. Con un sector destinado a las plateas y una valla tras la cual se ubicó a "la popular", el imponente escenario ambientado, junto a una iluminación que no mostró fisuras y un muy buen sonido, redondearon el ámbito y las condiciones perfectas para que el artista se luciera en toda su magnitud.

A lo largo de su actuación, el poeta habló entre tema y tema, mencionando a sus amigos rosarinos Juan Carlos Baglietto (el primero con el que trabó esa relación), a Roberto Fontanarrosa y a Pepe Táljame, y machacó con su incondicional amor por Rosario Central.

Como un viejo pirata que sale al mar después de calafatear en alguna bahía escondida su maltratado navío, el artista volvió a las giras tras una enfermedad que lo puso al borde del abismo. Sin embargo, ni el tiempo ni el "marichalazo" —como denomina a su ataque cerebral—, lograron atenuar su carácter díscolo ni su enorme talento.

La mordacidad y la ternura siguen en el borde de los labios del hombre de la voz cascada y gesto amplio.

Más allá de las declaraciones de amor expresadas a viva voz por sus fans más recalcitrantes, el poeta demuestra que maneja el escenario y la temperatura emocional de su público con todos los recursos conocidos para hacerlo.

Cuando declara su amor por Rosario resulta creíble, aunque exista la sospecha de que se haya estudiado hasta la última palabra que iba a pronunciar en el escenario.

Todo un caballero. Al mismo tiempo, sus canciones suenan convincentes, aún en su enésima versión. Sucede que a los trovadores la gente no va a descubrirlos sino a confirmar su existencia real.

Todos quieren escuchar otra vez esa canción que los transporta a los universos complejos del poeta. Todos quieren cantarla junto a él. Y Sabina, que es un caballero aunque tenga fama de iconoclasta, descastado y feroz, también es un romántico irredimible.

El amor es un sustento del que no podrá prescindir jamás y, cuando se termine el romance con su público poco le quedará para ofrecer.

Duro y sarcástico; infiel y seductor; implacable y tierno, el cantante sigue contando con el talismán que asiste a los cantores populares. Volvió del borde de la existencia para confirmarle a su gente todo lo que hay en la vida que merece ser vivido.