Opinión
¿Quién es el padre de la criatura?
Chicos drogados de Tik Tok, de Instagram, de sueño e insomnio, de comida chatarra, de sedentarismo, de imperativo de ser millonarios pasado mañana, de filtros para ponerse ojos verdes, de virtualidad distorsionante del propio cuerpo, de la necesidad de seguidores que, en su incremento cargado de entusiasmo y euforia, terminan anulando a los amigos de siempre.
Algunos días atrás vi un documental sobre los estragos de las pantallas en los chicos y adolescentes.
Chicos drogados de Tik Tok, de Instagram, de sueño e insomnio, de comida chatarra, de sedentarismo, de imperativo de ser millonarios pasado mañana, de filtros para ponerse ojos verdes, de virtualidad distorsionante del propio cuerpo, de la necesidad de seguidores que, en su incremento cargado de entusiasmo y euforia, terminan anulando a los amigos de siempre.
El documental me impactó aunque no me sorprendió; basta con mirar un poco alrededor para lograr la misma observación.
Me impactó sobre todo una parte: la necesidad de internar a tantos chicos para poder sacarles el celular, enseñarles hábitos, ayudarlos a socializar presencialmente, obligarlos a hacer actividad física para lograr volver a tener y sentir un cuerpo, etc.
Me impactó y angustió porque me resulta tan fuerte que los pibes necesiten pasar por una internación para encontrar una rutina, una disciplina y ordenamiento que siempre fue puesta por los padres.
Los chicos decían que no entendían por qué los padres los retaban cuando no dejaban el celular para comer, siendo que estos mismos padres tampoco lo hacían.
Y claro, a esta altura de la historia de la humanidad sabemos que no se trata de parlamentos, de palabras repetidas sacadas de un manual (o más bien, de consejos de la inteligencia artificial) sino de actos y transmisiones. Coherencia señores y señoras grandes, coherencia.
Porque lo más dramático del documental es la denuncia que los pibes hacen, lamentablemente ya es-tragados por algoritmos e influencers. La denuncia es que las nuevas drogas de diseño (y no hablo de sustancias sino de pantallas) son consumidas por los padres.
Consumidores con-sumidos, ausencia de límites, de mirada y escucha atentas, de compromiso con la palabra, avaricia de tiempo para sentarse a jugar como los chicos necesitan, para poder crecer con herramientas arregladoras de situaciones de frustración y angustia que siempre aparecen en la vida. ¿O acaso creemos que podemos esquivar la angustia, la incertidumbre, las preguntas?
Ésto no intenta ser una acusación moral, un señalamiento con mi dedo índice ni mucho menos. Pero necesitamos volver a ser los padres de nuestras criaturas porque sino los estamos entregando a Tik Tok, Instagram, streamers, criptobro, y todos los personajes que están comandando la vida del siglo 21.
Lic. DÉBORA BLANCA
Directora de Lazos en juego
Ig deborablancalj
YouTube Débora Blanca
Chicos drogados de Tik Tok, de Instagram, de sueño e insomnio, de comida chatarra, de sedentarismo, de imperativo de ser millonarios pasado mañana, de filtros para ponerse ojos verdes, de virtualidad distorsionante del propio cuerpo, de la necesidad de seguidores que, en su incremento cargado de entusiasmo y euforia, terminan anulando a los amigos de siempre.
El documental me impactó aunque no me sorprendió; basta con mirar un poco alrededor para lograr la misma observación.
Me impactó sobre todo una parte: la necesidad de internar a tantos chicos para poder sacarles el celular, enseñarles hábitos, ayudarlos a socializar presencialmente, obligarlos a hacer actividad física para lograr volver a tener y sentir un cuerpo, etc.
Me impactó y angustió porque me resulta tan fuerte que los pibes necesiten pasar por una internación para encontrar una rutina, una disciplina y ordenamiento que siempre fue puesta por los padres.
Los chicos decían que no entendían por qué los padres los retaban cuando no dejaban el celular para comer, siendo que estos mismos padres tampoco lo hacían.
Y claro, a esta altura de la historia de la humanidad sabemos que no se trata de parlamentos, de palabras repetidas sacadas de un manual (o más bien, de consejos de la inteligencia artificial) sino de actos y transmisiones. Coherencia señores y señoras grandes, coherencia.
Porque lo más dramático del documental es la denuncia que los pibes hacen, lamentablemente ya es-tragados por algoritmos e influencers. La denuncia es que las nuevas drogas de diseño (y no hablo de sustancias sino de pantallas) son consumidas por los padres.
Consumidores con-sumidos, ausencia de límites, de mirada y escucha atentas, de compromiso con la palabra, avaricia de tiempo para sentarse a jugar como los chicos necesitan, para poder crecer con herramientas arregladoras de situaciones de frustración y angustia que siempre aparecen en la vida. ¿O acaso creemos que podemos esquivar la angustia, la incertidumbre, las preguntas?
Ésto no intenta ser una acusación moral, un señalamiento con mi dedo índice ni mucho menos. Pero necesitamos volver a ser los padres de nuestras criaturas porque sino los estamos entregando a Tik Tok, Instagram, streamers, criptobro, y todos los personajes que están comandando la vida del siglo 21.
Lic. DÉBORA BLANCA
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