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Por primera vez hay plazo para Malvinas

*Por Martín Granovsky. El canciller agregó un nuevo terreno a su condición de principal argumentador de la posición argentina sobre las islas: el propio Reino Unido. Las instrucciones presidenciales. Los tiempos. El papel de Mister Gott.

Nota extraída del diario Página 12.

Por primera vez la meta de recuperar la soberanía de las Malvinas tiene un pronóstico oficial: el canciller Héctor Timerman dijo que puede ocurrir dentro de los próximos veinte años.

La frase sobre el cambio de status de las islas que transcribió Patrick Wintour, el jefe de Política del diario The Guardian que entrevistó al ministro, quedaría en español como sigue: "No pienso que lleve otros veinte años. Pienso que el mundo está entrando en un proceso de comprensión cada vez mayor sobre que se trata de un asunto colonial, un asunto de colonialismo, y que la gente que vive allí fue transferida a las islas".

Timerman no le puso una fecha precisa a la modificación del régimen actual, y no podría haberlo hecho. La cuestión de las Malvinas involucra a dos partes y debería resolverse con una negociación que todavía ni comenzó. Como se trata de un canciller, y no de un simple analista, y como además habló nada menos que en Londres, cualquier plazo lanzado por él debe ser sometido a análisis.

¿Por qué la mención al plazo máximo de veinte años?

Chance uno: para mostrar que el resultado probable está ahí cerquita porque el mundo, según el canciller, comprende el tema con una nitidez cada vez mayor.

Chance dos: lo hizo para mostrar que el resultado de cualquier reclamo de este tipo se mide en décadas.

Chance tres: para instalar un título concreto en el debate británico sobre las islas, un terreno en el que sin duda Timerman eligió participar al viajar a Londres para una reunión con académicos, al hacerlo sin compromiso diplomático formal con el Foreign Office y al reunirse con parlamentarios conservadores y laboristas.

Pase lo que pase con las islas, nadie es capaz de predecir los tiempos. Pero es obvio que los hechos transitan en la dimensión de las duraciones largas.

Pasaron 180 años de la ocupación de 1833 hasta hoy.

El 2 de abril se cumplirán 31 años de la guerra decidida por la dictadura militar, librada con entusiasmo por el entonces flamante gobierno conservador de Margaret Thatcher y aprovechada por Londres para demostrar que podía disciplinar a los mineros y a los recolectores de basura mientras enviaba una flota para un conflicto atípico entre los librados luego de la Segunda Guerra Mundial.

Uno de los principales participantes británicos de la reunión de especialistas en Londres fue Richard Gott. Historiador y también periodista de The Guardian, Gott es un columnista prestigioso que dedicó tiempo a pensar en el futuro de las islas.

El 24 de diciembre de 2011 Página/12 resumió una columna de Gott sobre el tema. Fue luego de que el Mercosur decidiera que no permitiría a ningún barco con bandera de las islas recalar en sus puertos. Gott dijo que el Reino Unido estaba "dormido" ante el diferendo, explicó que "Sudamérica está cada vez más fuerte y crecientemente unida", y que por eso Gran Bretaña "debe despertar ante esta nueva realidad".

Escribió Gott en esa columna: "Tradicionalmente el Foreign Office dice a los periodistas sotto voce que los gobiernos de América latina (y, muy importante, estas alianzas ahora incluyen Estados del Caribe con lazos históricos con Gran Bretaña) hablan con lenguaje fuerte, pero de verdad no apoyan el reclamo argentino sobre las Falklands". Para el analista, la verdad es que "la música de fondo cambió". Y lo explica así: "Las naciones de América latina no miran más hacia Europa y hacia los Estados Unidos en busca de apoyo y consejo". Esas naciones hacen otra cosa: "Crecieron al punto de que quieren hacer lo suyo. Esta semana, el reclamo argentino sobre las Malvinas resultó poderosamente reforzado".

Como Gott no es un exitista, elaboró una propuesta que hizo circular entre expertos y académicos. Su eje es una fórmula que llama lease-back. En el mundo inmobiliario el lease-back es un contrato mediante el que el propietario de un bien se lo vende a otro y este otro se lo alquila al vendedor. El alquiler contempla, para quien alquila, en este caso el ex propietario, la posibilidad cierta de comprar el bien inmueble luego de un cierto plazo.

Gott se inspiró en dos fuentes. Por un lado, negociaciones sobre este punto entre el Reino Unido y la Argentina antes de la guerra de 1982. Por otro, la cesión de soberanía de Gran Bretaña a China en 1997.

En la hipótesis del lease-back, Londres renunciaría formalmente a la soberanía de las islas, que quedaría asegurada para la Argentina. Al mismo tiempo, se encargaría de gobernarlas por un período largo, que podría llegar a los 50 años.

Claro que, antes, el gobierno argentino debería proponerse no sólo el lease-back sino un trabajo en favor del mecanismo para que caiga simpático en Londres y en las islas.

Caer simpático a los isleños no parece haber sido el objetivo de Timerman en su visita al Reino Unido, de modo que sería irreal decir que existe un Plan Gott en marcha por parte del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Sin embargo, la gira marcó algunas novedades.

Uno de esos elementos nuevos se dio antes de la llegada de Timerman, cuando la Presidenta y el canciller decidieron cambiar el estado de la embajada argentina en Londres. Hasta 2008 había sido embajador Federico Mirré, un diplomático de carrera hábil para relacionarse con el mundo académico y político. Un Gott podía sentirse a gusto conversando con él. La representación quedó desierta hasta el año pasado, cuando llegó Alicia Castro con instrucciones de marcar una presencia fuerte e instalar la discusión sobre Malvinas en el propio Reino Unido.

Dentro de esa línea de acción es que el canciller acaba de mantener sus contactos en Londres. Conviene entender sus movimientos, entonces, a partir de la decisión presidencial de mantener la cuestión de las islas allá arriba en el ranking de prioridades de política exterior. Y con un tono más bien fuerte. Tan fuerte que por primera vez una declaración oficial le pone plazos. Es una jugada audaz, porque en política quien pone un plazo, así sea como conjetura, sabe que el tiempo corre para el otro pero también para el que lo echó a rodar.