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Para Cristina Kirchner, su pregunta sí molesta

No está acostumbrada a responder y cuando, infrecuentemente, se topa con una, responde con indisimulable mal modo.

Extraído de La Nación

Por Pablo Sirvén

La Presidenta no está acostumbrada a responder preguntas y cuando, infrecuentemente, se topa con una, lo vive como un padecimiento personal o una insolencia. Y responde en consecuencia, con indisimulable mal modo.

Esta semana que pasó volvió a suceder lo que hace unos años le ocurrió a Mariano Obarrio cuando Cristina Kirchner se ofuscó porque el periodista de LA NACION la interrogó sobre lo que entonces era sólo una inquietud que el tiempo después confirmó: la pérdida de autonomía del Banco Central.

Pero lo que pasó el martes último es más grave porque el maltrato presidencial -esta vez contra la colega de Clarín Natasha Niebieskikwiat por preguntar por los intentos de La Cámpora de correr de Aeroparque a la empresa de aviación chilena LAN- fue en presencia de una mandataria extranjera.

Los hostigamientos desde la cúspide del poder hacia la prensa se han vuelto tan recurrentes que ya no llaman la atención. Sólo que al hacerlo ante personalidades de otros países es inevitable sentir vergüenza ajena. Porque, además, los enviados que cubrieron la visita comentaron el blooperpresidencial en sus respectivos medios, lo cual redunda en una mala imagen del país.

Hace dos años, la Presidenta también se incomodó por ciertas preguntas de los estudiantes de las universidades de Georgetown y de Harvard. Es un clásico que se repite.

Resulta inconcebible que con tantos años en la arena política, la jefa del Estado siga enojándose con tanta facilidad. Son tan contadas las conferencias de prensa que ha brindado en sus siete años de presidenta y, en cambio, son tantos los monólogos que pronunció frente a audiencias complacientes y aplaudidoras, que la falta de training en el diálogo y en la administración del disenso la llevan a dramatizar estos intercambios tan habituales en las democracias modernas. Es una pena que ni ella ni sus asesores hayan podido reflexionar que esos comportamientos extemporáneos, lejos de amedrentar la natural curiosidad inquisitiva de los periodistas, sólo lastiman su perfil público, al mostrarla autoritaria y poco tolerante.

Cristina Kirchner ya ha dado sobradas pistas de qué tipo de periodismo acepta y prefiere. Una pauta la dio en Desde otro lugar, el fugaz ciclo de entrevistas que protagonizaba. Allí aceptó de buen grado las preguntas que no la cuestionaban y le permitían glorificar su pasado y su presente (en las dos primeras emisiones, a cargo de Hernán Brienza) o las que le proponían repasar menudencias (en la última, con el chimentero Jorge Rial de preguntador). Luego puso como ejemplo del periodista ideal para ella a un cronista de intrascendencias de una señal oficialista.

La jefa del Estado, en el incidente del martes, intentó corregir e interrumpió varias veces a la representante de Clarín. Como si fuera poco, a continuación del acto, el ministro de Economía la acusó de "antiargentina", una terminología que no se escuchaba en la Casa Rosada desde los tiempos del dictador Videla, "un grosero acto de obsecuencia y misoginia", como opinó Fernando González, director periodístico de El Cronista. Una semana antes, Axel Kicillof había maltratado a la periodista Mariel Dilenarda, de Radio Mitre, también alterado por una pregunta. Si fuese realmente un caballero se habría disculpado con ambas. En cambio prefirió responder a la repulsa de Fopea que el episodio no existió.

Al día siguiente, el ultraoficialista Tiempo Argentino calificó escuetamente de "contrapunto" los retos presidenciales, en tanto que Página 12 apenas se animó a decir que "luego de varias idas y vueltas, CFK respondió". Otros periódicos cercanos al Gobierno, como Crónica y BAE, directamente ignoraron el hecho.

El Buenos Aires Herald, por su parte, puso en su portada una foto significativa donde se veía a Cristina Kirchner y al diputado camporista Wado de Pedro en el momento de entregarle a la presidenta chilena el libro de Sandra Russo sobre la agrupación juvenil prohijada desde el poder, paradójicamente el motivo que disparó el enojo presidencial. Michelle Bachelet no tendrá con los periodistas de su país la apertura que ofrecía su antecesor, Sebastián Piñera, pero al menos no pierde la cordialidad cuando se los encuentra.

En 2012, Orlando Barone calificó en 6,7,8 de "provocación" el episodio en el que Ana Guzzetti sacó de las casillas en 1974 al entonces presidente Juan Perón cuando le preguntó por "los grupos parapoliciales" (en referencia a la Triple A). Gabriela Cerruti, invitada al programa, le marcó erróneamente a Barone lo inoportuno del ejemplo ya que esa periodista había desaparecido. No fue así, Ana sufrió cárcel y tortura por su "insolencia", pero durante el Proceso fue asesora de prensa de Jorge Glusberg y en los 90 trabajó para la agencia Télam, en Trenque Lauquen, donde se radicó y murió hace dos años.

Guzzetti pagó un alto costo por preguntar en los tiempos en que la revista El Caudillo aconsejaba: "Hay que apoyar a Perón fanáticamente y tragarse todos los sapos habidos y por haber, porque nuestra revolución tiene un caudillo al que no le caben ni consejos, ni sugerencias. Nuestro lema debe ser Perón siempre tiene razón".

Esa forma de pensar prevalece en el partido gobernante 40 años después. Por eso las preguntas siguen molestando tanto.