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Oficialismos, la trampa detrás del dulce

Para los oficialismos, el amplio dominio político puede ser una oportunidad aunque la experiencia se empecine en indicar que en realidad se termina convirtiendo en una trampa.

 Ciertamente, al menos los que fueron reelectos en la Nación y la Provincia se quejaron durante la gestión anterior de que las legislaturas les resultaron esquivas, más un estorbo operativo que una posibilidad de articular acciones desde las diferencias. Ahora, la evidente supremacía política, que se manifiesta en las representaciones institucionales, pero fundamentalmente en las simbólicas, en la autoridad con que algunos grupos realizan planteos y la timidez con que los otros miembros de la corporación dirigencial manifiestan disidencia o resuelven callarla, expone los proyectos sin maquillaje, deja a la luz las reales intenciones más allá de las formulaciones dialécticas, de la trama de sentidos urdida con lo dicho y lo sugerido en los spots publicitarios.

Entonces, si –como se dio a entender- faltaba cantidad para alcanzar la calidad deseada, puede sospecharse que ahora están todas las condiciones dadas para que el proyecto, con sus trazos gruesos y sus finas líneas, se lleve adelante o complete. El balance al final de 2015 tendrá la última palabra.

Sin embargo, un riesgo cierto es el ensimismamiento de lo oficialista, esa sensación de que fuera del redil nada tiene demasiado sentido ni valor, de que los números (de votos, de diputados, de senadores, de intendentes, de concejales) cuando son abrumadores instalan una licencia infinita, que en términos prácticos un buen resultado electoral da la razón por siempre a los que supieron conseguirlo y condena al resto a la ignominia. Cualquier observador de la realidad local estaría tentado a señalar que el mayor problema lo representa el nivel de desarticulación como expresión política del radicalismo, el principal partido opositor, segunda fuerza en los últimos comicios.

En efecto, en los hechos la UCR se comporta como una federación de partidos vecinales, sin liderazgos que trasciendan, cada cual dedicado a lidiar con los problemas de su comarca, ausente de capacidad por aglutinar en torno a una estrategia. No es que la sociedad no tenga de qué quejarse, no está dichosa ni desborda satisfacción o entusiasmo con lo que ocurre y lo que se propone como alternativa única: el dilema es que nadie expresa a escala social esa disconformidad de un modo que suene sensato, serio, coherente. No se advierte una estrategia no ya de construcción sino tan siquiera de resistencia política, en el sentido de militante pero también de intelectual. Pudo haber armado equipos de especialistas el radicalismo en torno al Foro de Intendentes o el bloque de diputados. Pero eso no ocurrió y, sin sustento técnico, las estrategias irremediablemente quedan limitadas a la supervivencia individual.


IDA Y VUELTA

Con adversarios más organizados la discusión pública podría tener otros ribetes. Pero no hay que olvidar que en la gestión anterior hubo oposición institucional y partidaria (fundamentalmente interna, dentro del peronismo) y sin embargo no hubo debate, al menos no de una calidad que desbordara en mejoras constantes y sonantes, excepción hecha de los meses que duró la Convención Constituyente.

Este es un asunto interesante: no es la mera conformación formal de lo opositor ni siquiera el hecho de que se enrolen detrás de una misma estrategia de poder lo que garantiza que se produzca discusión a escala social, con los grandes temas como condensadores de la atención pública. Ayuda si lo opositor además es lúcido, pero el mayor compromiso con el nivel de la discusión parece corresponderle al oficialismo; si él le escapa a la deliberación más bien poco puede hacer el resto, salvo situaciones de profundo desgranamiento social o institucional. Sin dudas, si el oficialismo constituye, respeta y consolida los espacios sociales de intercambio, la experiencia puede volverse potente. Algún imaginario contradictor podrá señalar que el debate en la corporación política no siempre refleja los intereses y preocupaciones de la sociedad en general. Y que, por lo tanto, circunscribir la discusión social al intercambio entre políticos profesionales puede ser riesgoso o simplemente miope. La pertinencia de la observación plantea la medida del desafío, toda vez que es interesante advertir entonces los canales de conexión del gobierno con la sociedad.

En la gestión anterior, en algunas áreas más que en otras, el gobierno de Urribarri intentó una integración operativa con sectores académicos y profesionales, hubo convocatorias precisas para el sistema científico-tecnológico y las entidades representativas de la producción primaria, la industria y el comercio, se intentó tomar contacto con las instituciones intermedias en el terreno en el que se desenvuelven y hasta hubo experiencias interpoderes. ¿Querrá el oficialismo profundizar esta línea de acción o, como suele ocurrir, luego de una gestión preferirá concentrarse en profundizar la relación con algunos y vedar toda chance de diálogo con aquellos que lo incomoden?

EQUILIBRIO

No cabe duda de que los términos de esa tensión entre cerrar filas para consolidar la hegemonía alcanzada y abrir ventanas que oxigenen los procesos determinará las características del segundo mandato de Urribarri.

Los contextos no son los mismos. Ya se sabe que la organización de la economía y su correlato, la generación de empleo y la distribución de la riqueza producida, terminan delimitando el horizonte hacia donde confluye la batería de políticas ciudadanas puntuales en materia de salud, de educación, de desarrollo y fomento en general. En este sentido, debe entender el gobierno que es tan importante sentirse firme en los planteos como promover un diálogo franco, con la enorme constelación de entidades intermedias o instituciones de la sociedad civil, de manera que proveen la mirada puntual pero también la perspectiva histórica y la profundidad analítica.

Tampoco el entorno político institucional es el mismo. Reflejo de la necesidad de contener y proyectar las estratégicas alianzas internas que derivaron en el triunfo de octubre de 2011 se han incorporado comensales en torno al gabinete. El resultado primero es la conformación de un espectro de procedencias políticas disímiles, heteróclitas, que hacen mover el péndulo desde la formación tradicional peronista al más encendido kirchnerismo, pasando por una gama de grises que incluye a aquellos eminentemente técnicos. A esta combinación de factores debe sumarse el hecho de que el Gobernador tenga expresamente vedado un tercer mandato al frente del Ejecutivo. Y que, en esas condiciones, aparentemente, la idea lanzada es que los líderes con pretensiones para 2015 (y todos tienen alguna) "armen" estructuras y grupos que los habilite a conversar sobre el futuro en el momento adecuado.

Si se suma y se resta, se advertirá que surge aquí una nueva tensión entre los límites que deben constituirse entre "armar" políticamente a gusto y placer (lo que incluye un modo distintivo de tramitar lo público y de exhibirse en público), los compromisos de identidad que debieran desprenderse del hecho evidente de ser parte de una gestión y el lugar del propio Urribarri como conductor del proceso, no sólo como árbitro. Ese campo de fuerzas modelará, en definitiva, la imagen real del período.