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Nueva Caledonia, el paraíso que puede convertirse en un nuevo país

El territorio pertenece a un archipiélago del Pacífico Sur que está en manos francesas desde mediados del siglo XIX. El domingo realizará el segundo referéndum en dos años para resolver su futuro. 

Ubicado en medio del Pacífico Sur, Nueva Caledonia atraviesa el proceso para definir si continuará siendo territorio francés o no, catalogado como uno de los más largos y negociados del mundo ya que el referéndum de este domingo es un episodio más de una serie que comenzó en 1988.

Los Acuerdos de Matignon pusieron fin a la etapa más violenta de un conflicto centenario, que enfrenta a grupos separatistas, compuestos en su mayoría por miembros de la comunidad kanak –originaria de la zona–, con los autodenominados leales, muchos de los cuales son descendientes de europeos y se oponen a la independencia. Ese entendimiento pausó la discusión secesionista por diez años.nueva caledonia

En 1998 se firmó el Acuerdo de Numea, que estableció una hoja de ruta para una resolución democrática del enfrentamiento: la realización de tres referéndums entre 2018 y 2022 –siempre que el resultado de los dos primeros sea el No a la independencia–. Tras dos décadas de debates, el primero terminó con un triunfo de los leales por 56,7% a 43,3%, una diferencia menor a la que se esperaba. Sobre todo, porque una parte de los separatistas se abstuvo en protesta.

Este domingo, en la segunda de las tres consultas populares estipuladas, van a participar representantes de todos los sectores de una población de 284.000 habitantes. La expectativa entre quienes aspiran a hacer de Nueva Caledonia un país tiene como contrapeso un aumento de la polarización política en los últimos dos años. Si bien muy pocos analistas ven factible un triunfo del Sí, que abriría automáticamente un nuevo proceso de negociación sobre los términos de la ruptura, un resultado muy apretado imprimiría aún más dramatismo a la consulta de 2022.

“El resultado del referéndum de 2018 fue una sorpresa para muchos líderes pro-franceses, algunos de los cuales habían predicho un 70% para el No. Así que ahora están trabajando más duro para mejorar su elección. Los líderes independentistas ganaron confianza por su desempeño y también están tratando de sumar apoyos. El grupo de línea más dura, el Parti Travailliste (Partido Laborista), boicoteó el último referéndum pero esta vez hizo campaña por el Sí y formó una coalición con un nuevo partido pro-independentista. Esta polarización aumenta la probabilidad de que se produzca un resultado impugnado y no crea un clima propicio para una votación pacífica ni para los debates que serán necesarios para definir el futuro de Nueva Caledonia”, dijo a Infobae Denise Fisher, profesora del Centro de Estudios Europeos de la Universidad Nacional Australiana.
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Nueva Caledonia no es una colonia más para Francia. Es una colectividad de ultramar que tiene reglas sui generis, que no tienen otras como la Polinesia Francesa o San Bartolomé, en el Caribe. Mucho tiene que ver el hecho de que posea cerca de una cuarta parte de las reservas mundiales de níquel, un mineral muy utilizado en la fabricación de productos electrónicos. Es una de las razones por las que el referéndum se coló en la política de la metrópolis, a través de declaraciones de dirigentes importantes alertando sobre el perjuicio que implicaría una eventual victoria del Sí para los intereses franceses.

Los primeros habitantes de Nueva Caledonia fueron los Lapita, un pueblo que tuvo presencia en varias islas del Pacífico Sur entre el siglo XVI a. C. y el siglo V d. C.. Hay discusiones entre los arqueólogos en torno a su relación con los kanaks. Pero lo que está claro es que cuando llegaron los europeos, estos ya eran los principales pobladores del archipiélago.

El capitán James Cook, célebre explorador británico, fue el primero en ubicarlo en el mapa en 1774. Como lo que vio le hizo acordar a Escocia por razones difíciles de comprender, lo bautizó Nueva Caledonia, el nombre latino para lo que hoy es Escocia. En ese momento, se estima que había varios decenas de miles de kanaks. Muchos murieron en las décadas siguientes por las epidemias traídas por los europeos.

Más allá del paso británico, la primera potencia imperial en colonizar fue Francia, a partir de 1853. El primer uso que le dio el emperador Luis Bonaparte a su flamante adquisición fue el de colonia penitenciaria. Se calcula que Francia envió varios miles de criminales para ocupar el territorio con población propia.

Pero el descubrimiento de cuantiosas reservas de níquel cambió por completo la vida Nueva Caledonia, que dejaría de funcionar como cárcel a finales del siglo XIX. La explotación del mineral tensó aún más las relaciones de los colonos con los kanaks, a quienes ni siquiera utilizaban como mano de obra. Preferían importarla de otros lugares, lo que fue convirtiendo a los pobladores autóctonos en una minoría excluida.

Desde los primeros años del siglo XX se formaron pequeños grupos armados que empezaron pelear por la independencia y protagonizaron algunas escaramuzas, sin llegar a desatar rebeliones a gran escala. Tras la Segunda Guerra Mundial, Nueva Caledonia pasó a ser un territorio de ultramar y a todos sus habitantes se les concedió la ciudadanía francesa, lo que permitió un cese de las hostilidades. Pero no por mucho tiempo.

“La política de descolonización pacífica de los años 40 y 50 se interrumpió en los 60, cuando el presidente Charles de Gaulle consideró que el níquel era un recurso estratégico, con el que algunos de sus socios ganaron mucho dinero, suministrándolo a los Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam. Francia retiró unilateralmente el estatuto de autonomía que le había concedido para mantener el control de sus recursos y finanzas e inundarlo con nuevos migrantes de Francia y de los territorios franceses del Pacífico. Buscaban contrarrestar el separatismo, pero consiguieron lo contrario. El movimiento independentista, mayoritariamente indígena, ha tratado de equilibrar las relaciones étnicas y los derechos humanos desde entonces. Ese legado es la razón por la que sus partidarios restringieron con éxito el derecho al voto en los tres referéndums a los residentes de larga duración, ya que hoy en día los kanaks son sólo alrededor del 45% de la población”, explicó David Chappell, profesor emérito de historia del Pacífico de la Universidad de Hawaii, consultado por Infobae.
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En 1984 se formó el Frente de Liberación Nacional Kanak y Socialista (FLNKS), que agrupó a distintos movimientos que reclamaban la independencia. Tras una serie de enfrentamientos, el gobierno del primer ministro socialista Laurent Fabius, alineado con el presidente François Mitterrand, abrió una negociación para llegar a un entendimiento.

Sin embargo, el proceso se interrumpió cuando el socialismo perdió las elecciones parlamentarias y el conservador Jacques Chirac asumió como primer ministro, en una compleja cohabitación con Mitterrand. En 1987 comenzó un nuevo período de choques violentos entre el gobierno francés y los leales, por un lado, y los independentistas, esencialmente kanaks, por el otro.

“Los partidarios de la independencia sostienen que su país podría buscar otras fuentes de apoyo de la comunidad mundial, como ya lo hacen de diversas maneras con la Unión Europea y las Naciones Unidas –continuó Chappell–. Tendrían más opciones a la hora de elegir socios comerciales o estratégicos y, por supuesto, la diplomacia del dólar chino tiene mucho peso en las islas del Pacífico en estos días. Pero en última instancia, creo que es una cuestión de orgullo cultural. Un siglo de segregación racial y colonial endureció las líneas en Nueva Caledonia, por lo que los kanaks todavía están tratando de ponerse al día en términos de educación, empleo y desarrollo rural. Fueron denigrados por los colonos y tuvieron que ver cómo sus recursos eran exportados por una canción”.

Completamente diferente es la visión de muchos de los que vinieron de Europa y de sus descendientes, que se identifican como franceses. Sienten que tienen más en común con sus compatriotas continentales que con los kanaks, a pesar de que con estos comparten el territorio desde hace décadas. Pero no solo los europeos se oponen a la independencia. También muchos hijos de inmigrantes de la Polinesia y de otras regiones, que temen un deterioro de la economía, ya que el estado francés transfiere a Nueva Caledonia unos 1.500 millones de euros al año.

“Los grupos independentistas apenas han esbozado planes definitivos sobre los cambios económicos o de cualquier tipo que podría acarrear la independencia. El punto clave será si Francia continuaría inyectando fondos a un alto nivel. La independencia sería muy mal recibida por París, pero también por Australia y Nueva Zelanda, que temen un nuevo estado, posiblemente inestable, en una región en la que China ejerce una mayor influencia”, dijo a Infobae John Connell, profesor de política del Pacífico Sur en la Universidad de Sydney.

Ante la imposibilidad de ambos bandos de obtener una victoria definitiva sobre su adversario, se llegó en 1988 a los Acuerdos de Matignon, que permitieron desescalar el conflicto y abrieron un impasse de diez años hasta el Acuerdo de Numea, firmado con Chirac como presidente. Nueva Caledonia ganó entonces una mayor autonomía que antes, además del esquema de tres referéndums para que los ciudadanos decidan qué hacer. El pacto no resolvió las diferencias, pero creó las condiciones para tramitarlas de manera pacífica. Al menos hasta ahora.

Segundo capítulo

Muchas cosas cambiaron desde el referéndum de 2018. Para empezar, era el primero y todos sabían que, a menos que hubiera un muy improbable triunfo separatista, iban a quedar dos más. Así que para muchos fue casi un simulacro. La percepción generalizada es que esta vez empieza a jugarse en serio el futuro de Nueva Caledonia.

No es el único cambio. Como los jóvenes de 18 años fueron habilitados a votar, se sumaron 6.000 electores nuevos. Puede parecer poco, pero no lo es si se considera que el No se impuso por 18.000 votos dos años atrás.

De todos modos, aún más decisivo que el sufragio juvenil puede ser el de aquellos que se abstuvieron antes y estarían dispuestos a votar este domingo. Podrían ser hasta 33.000 personas, casi el doble de la diferencia entre ambos bandos en el primer referéndum.

Entre ellos están los seguidores del Partido Laborista, mucho más radicalizado que el FLNKS. Tras tratar de boicotear la última consulta, ahora están apostando a que haya una participación masiva. Aunque es probable que no sea suficiente para ganar, por lo menos no este domingo.

“En las dos últimas décadas, el movimiento independentista ha aumentado constantemente su representación en el Congreso de Nueva Caledonia. Sin embargo, la mayoría de los no kanaks, especialmente los europeos ricos, siguen oponiéndose a la independencia. Seis partidos anti independentistas han formado una alianza para pedir a la gente que vote No. El FLNKS debe obtener el apoyo de los votantes no indígenas para ganar el referéndum. Por eso, hace un llamamiento a los electores de la clase obrera, a las comunidades marginadas en asentamientos ilegales y zonas rurales, y a los isleños que no se benefician con las grandes desigualdades de poder económico y social”, sostuvo Nic Maclellan, periodista y corresponsal desde las islas del Pacífico Sur para la revista Islands Business, en diálogo con Infobae.

Los cambios en el bando independentistas coincidieron con transformaciones en el sector leal, donde se formó una nueva coalición que desplazó a Caledonia Unida, que era una formación mucho más moderada. En uno y otro extremo, son manifestaciones de una creciente polarización política.

Pierre-Christophe Pantz es doctor en geopolítica y profesor de la Universidad de Nueva Caledonia. Lo que más lo desvela es lo mucho que está avanzando el desencuentro. “Vemos que hay una forma de radicalización entre los dos campos, el diálogo está roto”, dijo a Infobae. “El panorama político también ha cambiado: las elecciones provinciales de 2019 llevaron al poder a nuevos partidos, entre ellos, L’Avenir en confiance (El futuro en confianza, la coalición de derecha, cercana a Los Republicanos). Por último, no es lo mismo el primero que el segundo referéndum. El anterior puede ser considerado como una prueba, mientras que este necesariamente suscita más apuestas, más tensiones, como si algo un poco más definitivo pudiera suceder”.

En este contexto, el estado francés trata de hacer equilibrio. Obviamente no quiere la independencia, pero parte esencial de los acuerdos es que organice los comicios con la mayor imparcialidad posible, algo que los independentistas denuncian que no cumple.

El presidente Emmanuel Macron se mantiene en silencio y anticipó que hablará una vez que termine el escrutinio, como hizo en 2018, cuando expresó su orgullo por el triunfo del No. Pero la oposición conservadora se manifestó contundentemente. Marine Le Pen, líder de la Agrupación Nacional, expresó su inquietud por el futuro de Nueva Caledonia en caso de independizarse, ante el avance de China en la región, y llamó a asegurar la soberanía francesa. Con algo más de recato, pero en el mismo sentido, se manifestó Christain Jacob, líder de Los Republicanos.

“Los grupos independentistas se han vuelto más críticos de Francia, alegando parcialidad –dijo Fisher–. Afirman que ha hecho caso omiso de su posición y que no refleja sus opiniones en las declaraciones públicas que hace para explicar las consecuencias de un voto por el Sí o por el No. Además, describen el manejo de la pandemia por parte de París como colonialista, diciendo que la imposición de medidas a nivel nacional no tuvo en cuenta las circunstancias singulares de los territorios más remotos del Pacífico, ni el éxito de sus medidas locales”.

Entre la desconfianza hacia las autoridades estatales y el aumento de las tensiones políticas, una de las mayores preocupaciones es que, si el resultado es muy ajustado, haya denuncias cruzadas. La pandemia fue muy inoportuna en ese sentido. Por más que Nueva Caledonia registró menos de 30 contagios de COVID-19, las restricciones vigentes a nivel global dificultaron la llegada de observadores internacionales. Habrá representantes de la ONU, pero no mucho más.

Los acuerdos y los referéndums fueron pensados como una vía para la resolución de un largo y complejo conflicto. Esa es su razón de ser, más allá del resultado. Por eso es tan importante que ambos campos los consideren válidos. De lo contrario, el peligro es que comience un nuevo ciclo de violencia, explican desde Infobae. 

“Hay una forma de impermeabilidad en el voto en Nueva Caledonia. Desde hace 30 años, observamos que en uno u otro campo, no hemos logrado convencer a las otras comunidades. Hay excepciones, pero la tendencia mayoritaria es que el voto pro-independentista sea un voto esencialmente identitario y kanak, y que el voto no independentista sea un voto esencialmente no kanak. Incluso si el SÍ gana con un 50 o 51%, seguirá habiendo al menos la mitad de la población que estará en contra de la idea de la independencia. Por el contrario, si gana el NO en el segundo y en el tercer referéndum, no será posible eliminar el hecho de que el voto por la independencia sea un voto de identidad, que no va a desaparecer. En ambas direcciones, este referéndum no proporciona realmente una solución real”, advirtió Pantz.

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