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No morir para contarlo: a 21 años del 11S, la historia de David English

“Cuando corté el teléfono miré para arriba. Por encima de mi cabeza estaba pasando el segundo avión e impactando en la Torre II. Dos aviones no podían ser casualidad”.


Era martes y no había clases porque se celebraba el Día del Maestro.
De antemano sabía que esa mañana no iban a sonar despertadores ni habría corridas para desayunar, cambiarse y estar lúcidamente apta para ir al colegio. Estaba en sexto grado.

Sin embargo, contra toda expectativa, cerca de las nueve de la mañana fui arrebatada de la cama por mi papá que abría sin escrúpulos las puertas de mi pieza y la de mi hermano y entre exasperado y desconcertado nos incitaba a despabilarnos pronto para poder ver lo que estaba pasando en la tele.

Todos los canales habían cortado su transmisión habitual. Ya nadie mostraba otra cosa.
A través de la pantalla del televisor de tubo se olía la desesperación, mientras la angustiosa desidia se diseminaba por la cara de los conductores que sistemáticamente entraban y salían de escena tratando de comprender algo de lo que estaba ocurriendo.
Dos aviones habían estallado en el corazón de Manhattan, volando en quintillones de pedazos las Torres Gemelas, cambiando la historia del mundo para siempre.

Estaba atónita. Pero a mi corta podía dimensionar perfectamente que lo que estaba sucediendo era de un nivel muy superador, en relación con otros conflictos mundiales y que realmente de esto no habría vuelta atrás.

2977 personas muertas y más de 24 mil heridos. 

La tele mostraba fuego, derrumbes, gritos, llantos, personas saltando al vacío, personas empolvadas, tumultos de seres humanos tratando de escaparle  a la marea de humo denso. Y dentro de ese conglomerado de cuerpos huyendo, la tele evidenciaba el terror que estaba viviendo David English. 

torres gemelas

Esa mañana David, de 30 años, se había despertado con el mismo objetivo con el que se levantaba a diario y que movía la brújula de su vida: trabajar para crecer, ascender, ganar cada vez más dinero y vivir una vida tranquila, libre de preocupaciones. Estructurado y un poco frío, David era un soldado del sueño americano. 

Para eso, cerca de las ocho de la mañana se dirigió al World Trade Center, subió a una de las Torres para luego volver a su oficina, que quedaba al lado, imprimir un contrato e ir a presentarse a una reunión en un banco cercano de la zona.

Sin embargo, cuando salió de su oficina el rascacielos en el que había estado hacía unas pocas horas, ya no existía. Todo estaba en llamas y completamente destruido.

David está cerca, pero intercambiamos unos mensajes de WhatsApp porque no vendrá a Buenos Aires hasta después del veintiún aniversario del 11S. Está viviendo en Mendoza. 

Responde las preguntas que le hago y dice que luego de ver las calles envueltas en llamas, humo y gritos, siguió caminando hacia una estación de subte para llegar a tiempo a su reunión. 

Es que por un corto, pero suficiente tiempo, no logró dimensionar todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor y caminó convencido de que tendría esa reunión. Sin embargo algo no le cerraba del todo y  decidió parar en una esquina a llamar a su padre para contarle lo que estaba pasando, advirtiéndole que él estaba a salvo.

“Cuando corté el teléfono miré para arriba porque por encima de mi cabeza estaba pasando el segundo avión e impactando en la torre II”.
Ya sin duda, sabía que estaba siendo protagonista de un ataque terrorista “porque dos aviones no podían ser casualidad”

Esa esquina fue el escenario de una de las primeras marcas que acompañarán por siempre la vida de David: “Los escombros caían, la gente lloraba, recibía llamados de sus familiares y una mujer en particular, de la que nunca me podré olvidar, gritaba y lloraba mientras por teléfono hablaba con lo que supongo, era su marido, atrapado en una de las torres”

¿Cuál fue tu primera reacción luego de que chocara el segundo avión? 

Lo único que quería hacer era salir de ahí. Seguí caminando hacia otra estación de subte y cuando bajé me encontré con un mundo totalmente diferente. Con una dimensión en la que los atentados nunca habían existido.
En esa época no había señal de celulares en el subte y a cinco metros bajo tierra, nadie sabía lo que estaba pasando en la superficie sobre sus cabezas. Pasé del caos de la calle al silencio absoluto del vagón del subte. 

El tiempo cambió su configuración y aunque el día se hizo eterno, la noche no tardó en caer, y con ella el insomnio, el miedo a quedarse dormido y el terror a soñar.

“La primera noche fue imposible dormir porque todo el tiempo sonaban sirenas que advertían sucesivos ataques, pero que terminaban siendo falsas alarmas. Además, la Fuerza Aérea puso aviones cazadores a sobrevolar la zona a doscientos, trescientos metros de altura. Yo vivía cerca de ahí y no podía dormir porque no distinguía si eran aviones  propios o posibles nuevos ataques.
Con el que tiempo fui durmiendo cada vez mejor, pero por cuatro meses me despertaba con frío y transpirado por pesadillas en las que colapsaba mi edificio y ardía en llamas conmigo adentro”

Sin poder soportar emocionalmente las secuelas que el ataque había dejado en la sociedad, David eligió irse lo más lejos que podía, de todo ese mundo “tóxico y con olor a muerte”

¿Por qué Argentina? 

El 11 de septiembre de 2001, tuve la suerte de que ya conocía Argentina. En 1998 había hecho un intercambio y viví en casas de familias que al igual que yo, eran socias del Rotary Club. Ahí me enamoré de Argentina, de los argentinos, de la torta de ricotta y de todas las costumbres hermosas que tenemos.

David lo hace naturalmente y probablemente no lo percibe, pero al hablar de Argentina y de las costumbres de los argentinos, sin pensarlo, se incluye en el pronombre de la primera persona en plural al señalar “tenemos” hermosas costumbres y que “nos” identifican por ser muy afectuosos al saludarnos con un beso y eventualmente con abrazos. 

“Para irme lo más lejos posible del caos en el que se había convertido Manhattan, qué mejor que un país en el que se saluda con un beso y un abrazo, que se fortalecen las relaciones humanas al compartir un mate, un asado con amigos o los veintinueve con los ñoquis de la abuela”.
 
torres gemelas

Su llegada a Argentina cambió radicalmente el rumbo que le había destinado haber sobrevivido al ataque terrorista al centro neurálgico de los Estados Unidos. 
Se radicó en Mendoza, se hizo del lugar, conoció  gente, forjó  amistades y tuvo un hijo que al día de hoy, tiene doce años. 

¿Volviste a la Zona Cero, el lugar donde quedó el vacío de las Torres? 

Jamás quise volver a pisar ese lugar. Todo ese espacio quedó cercado por mucho tiempo porque los intentos de rescate y los trabajos de levantamiento de escombros duraron muchísimo tiempo. 

Volví a estar cerca del epicentro del terror cuando renuncié a mi trabajo, cuya oficina quedaba al lado de las Torres. Ese día fue lo más cerca que estuve por años, pero fue de las peores experiencias de mi vida. Había olor a muerte, olor de los cuerpos que aún estaban en el piso, olor al acero calcinado.

Ya en Argentina, mi hijo empezó a preguntarme por qué me había venido a vivir acá y gradualmente fui contándole mi historia. 

No fue hasta 2018 que lo llevé a Benji a conocer vivencialmente mi historia y mis raíces. Fuimos a Nueva York a recorrer casas de familiares y por supuesto al Ground Zero, que lo hicimos junto con un equipo para documentar cada parte de esa travesía  emocional.
Documental que espera, salga a la luz antes de marzo de 2023.

torres gemelas

¿Cuál es la pregunta que más te hacen en los reportajes? 

Generalmente me preguntan detalles que es lo que menos me gusta recordar pero que a la vez, reafirman  mi decisión de haber venido a vivir a Argentina. Me interesa contar por qué amo vivir acá y por qué jamás volvería a vivir en Estados Unidos. Mi destino es hacerles tener presente a los argentinos todas las cosas buenas que tienen y lo ricos que son en tenerlas. 

Con vehemencia David reafirma en cada respuesta su amor por la Argentina y cómo el vivir aquí,  hizo que su vida realmente cobrara un rumbo diferente al que hubiese tomado si se quedaba en su país natal. No solo por la vida después de los atenuados, sino por cómo venía siendo su vida previamente.

Con énfasis señala que los argentinos le enseñaron que nada le quita lo bailado. Cambió sus altos niveles de autoexigencia por ver amaneceres sin apuro. Canjeó sus rígidas estructuras por compartir un fernet con amigos, incluso cuando al otro día debía despertarse temprano para trabajar. 

Permutó el sueño americano por salir a bailar sin que nadie le quite lo bailado. “Argentina me ayudó a sanar”

Identificado en carne y corazón con cada una de las palabras plasmadas en el tango “volver”, de Carlos Gardel, David dice que “Todos tenemos un 11 de septiembre en la vida.

El mío vino en forma de atentado terrorista, pero todos atravesaremos tragedias a lo largo de nuestro camino. Más grandes, o más pequeñas. Pero el asunto está en ver la semilla de lo positivo dentro de lo malo y tomar la iniciativa de  sobrevivir”.

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