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Ni el Titanic, ni Disneyworld

*Por Alberto Dearriba. La presidente Cristina Fernández de Kirchner se apresta a finalizar su exitoso primer mandato presidencial en medio de una estrategia de reasignación de recursos fiscales que revisa decisiones tomadas por su antecesor en el marco de una Argentina totalmente distinta.

Cuando Néstor Kirchner asumió la primera magistratura en 2003 el país venía de una de las crisis más grandes de su historia democrática y el objetivo central fue reanimar la economía mediante estímulos a la demanda agregada.

El consumo, la inversión pública y el estímulo a las exportaciones mediante un tipo de cambio competitivo, fueron los tres motores que le permitieron a la Argentina salir del infierno a la cual la llevó el modelo neoliberal e ingresar al purgatorio. Desde entonces hasta ahora el Producto Bruto Interno (PBI) creció alrededor de un 90 por ciento, más de cinco millones de personas consiguieron trabajo y se redujo la pobreza de un modo evidente en las grandes ciudades.

Las mejoras económicas y sociales se produjeron sobre la base de sostener puntillosamente el equilibrio fiscal y diferencias positivas en el comercio internacional. Néstor Kirchner fue un celoso custodio de los superávits gemelos, cuyas cuentas llevaba personalmente.

Cristina pudo sostener el ascenso económico en tres de los cuatro años de su mandato, ya que en 2009 la Argentina sintió el impacto de la crisis internacional desatada en 2008 y dejó de crecer notoriamente y de generar empleo.

El impacto económico del terremoto desatado por lo que la Presidenta llama el "capitalismo anarco financiero", tuvo un reflejo político en las elecciones legislativas de 2009, cuando Kirchner perdió en la Provincia de Buenos Aires por un par de puntos frente a un empresario de centroderecha.

En las repercusiones económicas y políticas que puede tener en la Argentina este nuevo remezón de la crisis internacional es en lo que está pensando Cristina cuando dispone una reasignación de los recursos fiscales que se invirtieron en los subsidios a las tarifas públicas con la idea central de estimular el consumo que se encontraba estancado tras la crisis de 2001.
En la etapa de lo que llamó la "sintonía fina" se busca sostener el estímulo a quienes ganen menos de 5.200 pesos, pero eliminarlos para todos aquellos que puedan pagar la tarifa plena. Dicho de otro modo, el Gobierno antepone un criterio de justicia al de estímulo al consumo.

Así como piensa en cuidar los pesos de la billetera fiscal frente a la crisis cuando elimina subsidios o se niega a subir el piso del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias que pagan los trabajadores, la Presidente cuida los dólares de la reserva del Banco Central al disponer que petroleras y mineras liquiden sus divisas en el mercado interno.

En el mismo sentido marcha la obligatoriedad a las aseguradoras a repatriar sus capitales y las recomendaciones a las filiales de las multinacionales para que demoren o eviten el giro de remesas al exterior.

Cristina elogió a dos empresas automotrices que reinvierten sus utilidades en el país y condenó en cambio a otra que adquirió dólares por un valor similar al del préstamo que consiguió a tasas subsidiadas por el Estado.

Las tasas preferenciales de los Créditos del Bicentenario tienen el sello del kirchnerismo en el sentido de estimular la inversión que redunda en crecimiento, empleo y consumo. Pero resulta inconcebible que esos dineros fiscales que hoy se le quitarán a vastos sectores de la clase media fueran a parar a la compra de dólares.

Así como el Gobierno les pide a los trabajadores que sean moderados en las demandas que formularán en las inminentes negociaciones paritarias y rechazó la aplicación por ley del reparto de utilidades, también pide a los empresarios que ajusten sus costos para contener el alza de precios.

En las medidas adoptadas inmediatamente después a las elecciones, se advierten los nubarrones de la crisis internacional. La Presidenta señaló reiteradamente que la economía nacional está preparada para enfrentar la crisis. Pero también advirtió que "no estamos en Disneyworld".