DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Muera el capitalismo

Pilar Róhola* La diferencia más nítida entre una manifestación de la Conferencia Episcopal y la de los indignados es que los primeros son un colectivo homogéneo que sabe lo que pide. Es decir, si el lema de la pancarta es "no al aborto" todos los manifestantes están de acuerdo.

En la manifestación del domingo, en cambio, el verbo que los une concilia pasiones pero no es una idea política definida. Es decir, si los miles de personas que tienen motivos para considerarse indignadas con la situación y salen a manifestarse tuvieran que decidir un lema político y no uno sentimental difícilmente se pondrían de acuerdo. Primero, porque los motivos de la indignación pueden ser enormemente diversos y segundo porque las soluciones pueden diferir unas de las otras centenares de pueblos. Pongamos ejemplos; ¿todos los miles que salieron a manifestarse el domingo están de acuerdo con cargarse el sistema económico? Es decir, las propuestas que surgen de las asambleas y que decoran las pancartas más vistosas del movimiento y cuyas ideas salen de los panfletos más viejos del viejo comunismo ¿serían aplaudidas por la mayoría? ¿Estarían todos de acuerdo en decir "abajo el capital" o "abajo los bancos" o "fuera la clase política"? ¿Estarían de acuerdo en no denunciar a los violentos porque "no creemos en la policía", tal como dijo un portavoz del movimiento a Jordi Basté en la entrevista sobre los hechos del Parlament? Quizás ése es el éxito de los convocantes, que no enseñan demasiado lo que piensan porque si lo hicieran se quedarían muy solos.

Y cuando lo hacen, a veces dan pavor. Por ejemplo, ¿no hubo ningún adulto cerca que les dijera que la inefable frase de "la calle es nuestra" que encabezaba la manifestación es un viejo lema de Manuel Fraga en sus épocas de ministro franquista?

Albert Sáez decía en la presentación del libro de Ernest Benach que fuimos capaces de amar la democracia educados en la dictadura y ahora parece que somos incapaces de amarla educados en democracia. Sea como sea, es un drama el desprecio hacia el Estado de derecho que muestra la mayoría de las ideas que sacan la patita más allá de los tuits. Claro que si el libro de cabecera de los líderes del movimiento es el de Hessel, un panfleto abominable que no tiene ninguna propuesta, que suma simplezas y que sólo se mueve por la senda resbaladiza de las consignas, todo está más claro.

"Muera el capitalismo", decían los viejos revolucionarios hinchados de utopía. Después llegó Stalin. "Muera el capitalismo", decía el Mayo del 68. Y arrasó De Gaulle un mes después. "Muera el capitalismo", dicen ahora, y el PP disfruta de sus mejores expectativas. Por otro lado, si nos cargamos el sistema económico, ¿cómo garantizamos el Estado social? Y ése es el drama, que los indignados parecen saber todas las respuestas y aún no se han hecho ni esta simple pregunta que las concilia todas.