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Mi sobrino pasó de visita y se quedó para siempre

Pareciera ser que al que el diablo le da hijos no le ahorra los sobrinos. ¿¡Qué hago!? - Parte l

Pareciera ser que al que el diablo le da hijos no le ahorra los sobrinos. Eráse entonces el momento en que luego de haber criado a dos bravíos hijos adolescentes pensábamos, con mi marido, "al fin solos". Nos sentíamos aliviados y contentos, aunque mi parte indeclinablemente masoquista extrañaba esa estremecedora sensación de vivir en zona de alto riesgo. Pues bien, ésta era la situación, cuando de Madryn ¡aterrizó mi sobrino!

Apareció un buen día sin ningún aviso (los adolescentes desconocen esa palabra) con una mochila negra que indicaba a las claras que estaba de paso. Obviamente mis reflejos se habían entumecido; un joven con una mochila puede significar cualquier cosa: que se está mudando a Australia, que va en viaje a la facultad, que salió a dar una vuelta o que ha decidido quedarse para siempre. Esto último era el caso.

Debí haberme percatado cuando, de motu proprio, el joven en cuestión se ofreció ¡a limpiar la bañadera! Obnubilada atiné a pensar: ¡Qué maravilla, a mi propio hijo no se le hubiera ocurrido tal gentileza! ¿cómo pude olvidar que los adolescentes no son gentiles, que -peor aún- jamás hacen nada por nada y, en general, optan directamente por no hacer nada? Claro estaba que, en el caso de la bañadera, lejos de moverlo una tierna preocupación por mi lumbago, lo guiaba su férrea determinación de quedarse. En síntesis, ¡se quedó!... Y aquí comienza la zaga.