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Mi sobrino pasó de visita y se quedó para siempre - ¿¡Qué hago ¡? Parte IV

Vida amorosa: creía que el haber pasado la adolescencia de mis hijos me había dado cierta experiencia. Grave error.

Vida amorosa

Yo creía que en ese tema, el haber pasado la adolescencia de mis hijos me había dado cierta experiencia. Grave error, nada mas velado para una madre que lo que ocurre en esos corazones. En parte porque ellos no están dispuestos a decir ni mu pero hay que sumar también el hecho de que para una,no es cómodo. Haciendo memoria podía recordar que alcancé a impartir algunas informaciones básicas de educación sexual y luego alcé una plegaria a Dios y traté de mirar para otro lado. Sin embargo había alcanzado a comprender que en esa etapa de la vida , para los animalitos varones cualquier dama que pese más de veinte kilos y tenga menos de ochenta años, era considerada pieza para asar(después se les pasa: deben ser las hormonas) Mi sobrino cumplió con esta apreciación en forma mas que abundante Distintas voces femeninas con reminiscencias gatunas indagaban en mi oreja: "Está Pablo?".

El desfile de niñas parecía interminable. Como el teléfono no paraba nunca y me era imposible memorizar nombres porque indefectiblemente le decía Mariela a Luciana y Luciana a Paula, me obligé a elaborar un breve decálogo para no meter la pata. La primera regla fue entonces llamarlas: "querida" a todas y esperar que algún día trajera la definitiva.

La segunda regla fue no encariñarse con ninguna, pues cuando les aprendimos el nombre, les preguntamos sobre su familia y comenzamos a quererlas, a la semana siguiente renovaba el stock y una se quedaba heredando una novia que ya "fue".

La tercera regla era no indicar el paradero del galán, así estuviese tirado en su pieza, abrazado a su guitarra para no complicar su intricado calendario amoroso.

Aprendí también que era decididamente inútil verter mis sanas opiniones sobre la promiscuidad, o pavadas tales como la valoración del amor. Con toda humildad, cual una madre pasada por todos los fuegos, me limitaba a decir como tía: cuidate del SIDA y amén.

Inolvidables excesos

Debo reconocer que este pequeño monstruo pasajero no conocía en el tema ningún límite. Así fue como una mañana con su inefable sonrisa abrió la puerta trayendo de la mano y con una inmensa mochila al hombro a una joven niña de quince años, prófuga de su familia de Puerto Madryn con la que había decidido convivir... en el living. Digo que verla y amarla fue una sola cosa y no me dio el corazón para ponerlos a los dos de patitas en la calle. Entendía que lo razonable era devolverla a la policía, pero no entendía qué tendría que ver la policía con un tema tan sensible de corazones enamorados y tías estúpidas. Allí se instaló entonces, por algún tiempo, donde aprendió a hacer una ensalada, poner la mesa y las cosas habituales que hace cualquier hija. Cada día viví sobresaltada por la llegada de los padres a rescatarla pero los padres no dieron señales de vida. Me la hubiese quedado para siempre, enamorada de su alegría de campanita y su revoleo de pelo rubio por toda la casa pero, un día sin el menor pre aviso él me comunicó: se vuelve a Madryn, lo nuestro ha terminado. Ella partió con mochila sin parecer lamentarlo demasiado. Yo lloré durante un mes su ausencia y le retiré la palabra a él quien todavía me lo esta reprochando.

Y un buen día él también se fue. Con el tiempo se casó con Quequi y tuvo a Lara y Flor.

Y cuando nos encontramos nos reímos de aquellos días de sobresaltos, iras y amores.. Esta Navidad que pasé con ellos los miraba pensando de que extraña manera la vida nos mandó un sobrino y nosotros sin saberlo, lo convertimos en hijo. Nada mal.