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Meter la mano en el bolsillo de los jubilados, el primer error de Alberto Fernández

La crisis económica no justifica que otra vez los jubilados sean los que deban “poner el hombro”.

Uno de los conceptos más escuchados durante las épocas de crisis es que alguien siempre tiene que “poner el hombro”. La situación económica es difícil desde hace varios años y tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández siempre pidieron a un sector de la sociedad que haga el esfuerzo de resistir el ajuste.

El presidente saliente ahorcó el bolsillo de la clase media y de los sectores con ingresos más bajos. Sus medidas y sus promesas de un futuro mejor después de la “tormenta” no tuvieron resultado alguno frente a la incesante inflación.Es esa una de las principales causas que explican su derrota en las últimas elecciones.

El panorama con Alberto Fernández parecía ser distinto: el líder del Frente de Todos apuntó a financiarse con las retenciones a los grandes propietarios del campo, uno de los sectores más ricos de la economía nacional. “El campo”, actor social que se caracteriza por no ser asiduo a la idea de “poner el hombro”: una mínima actualización de los impuestos a las exportaciones –en medio de un contexto en el que el peso se devaluó a niveles históricos frente al dólar- ya es condición para que los principales terratenientes amenacen con ir al paro y frenar la producción.

Que el Presidente utilizara al campo como su fuente de recursos ya se preveía desde la campaña. Pero que fueran los jubilados quienes tuvieran que sufrir otra vez la crisis fue toda una sorpresa. ¿Por qué nuevamente el ajuste recae sobre los ancianos, quienes menos chances tienen de realizar al menos una changa para poder sobrevivir? ¿Será porque se ven más imposibilitados de poder reclamar por sus derechos, de salir a la calle a protestar?

La decisión de congelar la movilidad de los salarios de los jubilados es, en principio, una decisión equivocada. Y si las intenciones fueran buenas, estuvo mal comunicada. ¿Por qué anunciar el freno a los aumentos de la clase pasiva, a uno de los grupos más perjudicados y vulnerables de la sociedad?

El Gobierno aseguró que se iban a aumentar en los próximos meses por decreto hasta que salga una nueva fórmula de movilidad, pero no dejaron en claro ninguna certeza. En primera instancia, el congelamiento de los aumentos progresivos a  los sueldos de los jubilados solo se puede analizar de una manera: la suba sería menor a lo que otorgaría la fórmula establecida por Macri. ¿Sino por qué congelarlas? Si el aumento fuera mayor, estos anuncios no tendrían lugar. ¿Será que el Fondo de Sustentabilidad de la ANSES está quebrado y no puede pagar las subas? De ser así, deberían comunicarlo.

El bono anunciado por Fernández, a darse en los meses de diciembre y enero, es una buena mano a los jubilados que cobran la mínima. Una ayuda, que con Macri les fue negada. ¿Pero qué pasará con los que cobran un poco más, que de todas formas quedan por debajo de la línea de la pobreza?

La jubilación mínima de 14 mil pesos es una burla indigna y con el bono tampoco alcanza una cifra lógica. Una de 20 mil es insuficiente y no será reforzada con ninguna medida. Según los últimos cálculos de la Defensoría de la Tercera Edad, la canasta básica de un jubilado es de $37.815.

El anuncio de los congelamientos del aumento de los salarios de los jubilados indignó más cuando trascendió que en el mismo megaproyecto de “Ley de Solidaridad” se contemplaba que las jubilaciones de expresidentes, de jueces y fiscales no serán alcanzadas por esta medida. ¿Cuándo será el día en que el ajuste caiga sobre los políticos y funcionarios, aunque ello no represente una gran fuente de recursos fiscales? Al menos que den el ejemplo.

Así las cosas, lo que plantea Alberto Fernández es una cuestión de fe. Que los ancianos esperen, que ya les va a llegar su turno para observar mejoras en sus condiciones de vida. Pero los jubilados no pueden esperar.  Y ya están acostumbrados a desilusionarse con el gobierno de turno.

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