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Meditando en voz baja

*Por Rogelio Alaniz. No es cómoda la situación del peronismo en la provincia de Santa Fe. No es cómoda, pero es interesante. Su oferta política es una de las más amplia de su historia. Se trata de cuatro candidatos con los que se podrá estar más o menos de acuerdo, pero no se les puede desconocer talento y, sobre todo, identidad, una virtud decisiva para disputar el poder.

En este caso, los cuatro candidatos saben quiénes son y qué es lo que se proponen hacer si llegaran al gobierno. Con esos atributos no se gana necesariamente el poder, pero tampoco se puede pretender disputar el poder sin ellos. Haber perdido el poder de la provincia no le impidió al peronismo seguir siendo una fuerza gravitante; ahora deberá demostrar que es capaz de recuperarlo, tarea ardua para una fuerza política que siempre ha dependido del Estado para reproducirse.

Predecir quién va ganar la interna peronista en Santa Fe es tan azaroso como predecir quién va a ganar la del Frente Progresista. Leer el horóscopo suele ser entretenido siempre y cuando se admita que el futuro no depende de sus predicciones. Lo que vale en general, vale también para el peronismo santafesino. Dicho esto, debo observar que el peronismo llega a la elección provincial con una disminución evidente. No de otra manera merece calificarse el hecho de que los dos candidatos con más votos estén excluidos de la competencia. Me refiero a Reutemann y a Obeid. Los motivos de la exclusión -o auto exclusión- no son los mismos, los niveles de representatividad tampoco, pero en términos prácticos habría que preguntarse si una fuerza política con vocación ganadora puede darse el lujo de prescindir de los candidatos con más votos.

El peronismo santafesino hoy está perdiendo -además- la centralidad del debate electoral. Por diversos motivos en la actualidad la opinión pública sigue con más atención las vicisitudes de la interna del Frente Progresista que las del peronismo. Es como si se supusiera que el ganador de las internas del Frente Progresista será el nuevo gobernador de la provincia. Esto no es una fatalidad, pero es un síntoma que ningún peronista con sangre en las venas puede dejar de tener en cuenta.

Según se mire este escenario interno, el candidato con más posibilidades parece ser Agustín Rossi. Esto se debe seguramente a sus méritos, a la militancia que ha sabido activar alrededor de su candidatura, pero también a los recursos que dispone del poder nacional, recursos que son políticos pero también materiales, decisivos en todos los casos para una campaña.

El otro candidato es Rafael Bielsa, cuyo problema principal es su condición de vecino porteño en contrapunto con su aspiración a ser gobernador. No lo conozco a Bielsa, jamás he conversado con él, creo que es un hombre inteligente, un intelectual que con su presencia demuestra que no a todos los peronistas les está negada esa virtud, pero al mismo tiempo observo que intenta representar en el territorio provincial al oficialismo. Lo hace con moderación, con matices discursivos interesantes, pero en todos los casos es el candidato de Cristina. La pregunta a hacerse a continuación es ¿a quién apoyarán los votantes? ¿Al original o a la copia? ¿Y quién es el original y quién la copia? Dejo a los lectores decidir sobre este dilema.

Omar Perotti es un político moderado, democrático, con capacidad genuina de gestión, pero con serios límites para alcanzar dimensión provincial. Es muy probable que el peronismo profundo lo apoye más allá de los marketing publicitarios. La pregunta a hacerse en este caso es si se podrá ganar con ese apoyo.

Por su lado, Juan Carlos Mercier es básicamente un candidato que exhibe su condición de hombre del poder. Lo conoce, lo ha ejercido y ofrece esa experiencia a consideración de los electores. No es de origen peronista, pero es el dirigente que más letra le ha dado al peronismo en el poder y desde el llano. Esa virtud suele ser reconocida por intelectuales y políticos. No sé si se la reconocerán los votantes.

A este escenario hay que añadirle un protagonista que no es peronista, pero daría la impresión que succiona votos del peronismo: se llama Miguel Torres del Sel.

Con respecto al Frente Progresista, su gran logro fue haber demostrado dos cosas: que una oferta política interesante puede lograr el apoyo de la mayoría y que se puede gobernar con el peronismo en la oposición. Lo que vale para Santa Fe seguramente vale para la Nación.

La fortaleza del peronismo reside en su masividad, en su historia, pero fundamentalmente en el control que ejerce del Estado. Un ejemplo típico, casi folklórico, es el de la provincia de La Rioja. Siempre se supuso que esta provincia era genéticamente menemista, que Menem podía llegar a estar desprestigiado en todo el país, pero en su ínsula riojana gozaba de la simpatía de todos. Sin embargo, cuando una soberana mediocridad política, un personaje absolutamente menor como Beder Herrera, decidió enfrentarlo desde el Estado y con el apoyo kirchnerista, la pretendida mayoría menemista se cayó a pedazos, con lo que se demuestra que en los tiempos que corren el clientelismo es más fuerte que los mitos y las leyendas y que los votantes creen más en las bondades de la caja que en la bondades del líder.

Algo parecido le ocurrió a Saadi en Catamarca, a Juárez en Santiago del Estero y algo parecido podría ocurrirle a los Kirchner en Santa Cruz. En todos los casos, no es la pérdida del carisma lo que los lleva a la derrota, sino la pérdida del control de los recursos del Estado. ¿Lo que vale para el peronismo vale para los no peronistas? Me temo que sí. Por lo menos en más de un caso los datos de la realidad así parecen confirmarlo. El Estado como botín, como fuente de recursos para financiar el poder y reproducirlo es una añeja tradición argentina que se reforzó con el populismo pero que practican todos, algunos con más eficacia que otros.

El remedio a estos vicios no está en apelar a la voluntad política de los dirigentes, a quienes el sentido común más elemental los empuja en esa dirección, sino en constituir sistemas políticos amparados por instituciones fuertes que den lugar a grandes coaliciones con capacidad para alternarse en el poder. Dicho de una manera más simple: la alternancia es la clave de la renovación política, de la recreación de nuevos espacios y nuevos dirigentes.

Lo que vale para el país, vale para la provincia de Santa Fe. La alternancia ha sido buena para la provincia como lo demuestra la gestión de Binner, una gestión correcta, previsible y progresista. Un gobierno moderado es un gobierno que no hace cosas extraordinarias, tampoco realiza anuncios exagerados, pero avanza progresivamente en una dirección social justa.

Si la Constitución provincial de Santa Fe estuviera en sintonía con la mayoría de las provincias Binner podría presentarse a la reelección y seguramente lograría el apoyo de la mayoría que está satisfecha con su gestión y, sobre todo, está satisfecha con su perfil de gobernante sobrio, decente y políticamente progresista. Pero ocurre que no hay reelección en Santa Fe y entonces el debate por la sucesión interna salta con todo vigor a la superficie. ¿Es malo? No creo que el pluralismo sea malo y tampoco creo que la alternancia sea mala. Es más, en este caso creo que es deseable. En política he aprendido que hacer lo que el sistema autoriza nunca es malo por principio.

El Frente Progresista nació expresando una voluntad de cambio en las prácticas políticas e institucionales. Si esto es así, si efectivamente se cree que el cambio, la alternancia, el control al poder es necesario para la democracia por razones prácticas y pedagógicas, es importante que ese clima de cambio también este presente en quienes así lo proclaman. Barletta, Bonfatti y Giustiniani son en lo personal excelentes candidatos, pero si quiero ser leal a los valores que siempre he defendido, por razones sistémicas preferiría que a la interna la ganaran Barletta o Giustiniani. ¿Está mal que Binner aliente un candidato propio? En su lugar yo hubiera preferido ser el dirigente de todo el Frente Progresista y no el de una facción del Partido Socialista, pero debo admitir que en política a nadie se lo puede criticar por hacer lo que su lógica de poder le indica.

¿Pero acaso Bonfatti no es Binner? Lo es en cierto plano, pero no lo es en el otro. Los liderazgos y las virtudes pueden divulgarse, pero raramente transmitirse y esta es una verdad que opera más allá de sus protagonistas. Barletta y Giustiniani hubieran admitido sin reservas el liderazgo de Binner, pero no están dispuestos a aceptar por "mandato real" el de Bonfatti, motivo por el cual la decisión queda en mano de los votantes, lo cual no deja de ser, también, una genuina lección de democracia.