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Máxima y Cristina, dos reinas gemelas

*Por Carlos M. Reymundo Roberts. Qué impresionante: cuando me fui de vacaciones teníamos una sola reina, y tres semanas después ya tenemos dos.

Nota extraída del diario La Nación.

Qué impresionante: cuando me fui de vacaciones teníamos una sola reina, y tres semanas después ya tenemos dos. Los holandeses, que no son ningunos tontos, vieron lo que estaba pasando en nuestro país y dijeron: la mejor receta para salir de la crisis es coronar a una argentina. Y allí está Máxima, imponente , a punto de reemplazar a Beatriz, el primer paso en su objetivo de ir por todo.

Hay que reconocer que estos tipos eligieron bien. Después del mentado paralelismo entre Evita y Lady Di, imagínense lo que va a empezar a decirse de las monarcas argentinas, que parecen dos gotas de agua.

Si sus historias fueran de ficción diríamos que el autor es el mismo. Por de pronto, a las dos las hizo lindas y distinguidas. Una belleza acaso más trabajada la de Cristina, más natural la de Máxima, pero ninguna deja a los hombres indiferentes. A las dos les gusta la ropa. La buena ropa. Ropa de marca. Allí Cristina saca algo de ventaja, porque su vestuario es interminable: jamás repite nada. A Máxima acaban de darle la cana: en su reciente gira por el sudeste asiático usó el mismo vestido largo de seda bordada con canutillos de cristal que se había puesto en 2011 para la apertura de sesiones del Parlamento. Tampoco seamos duros con ella: aun riquísima, la corona holandesa no ha de tener la misma holgura que la caja de los Kirchner.

Máxima decía de chica que quería ser princesa, y llegó a reina. Cristina quería ser reina, y para eso primero se hizo presidenta. Las dos son ambiciosas. Máxima atrapó a Guillermo con su encanto. A Cristina le encantó atrapar a Néstor. Máxima dijo el miércoles que para ella es un honor suceder a Beatriz, pero claramente se dispone a dejar su sello, su impronta. Para Cristina es un honor suceder a Néstor, y si de él no quedan sello ni impronta, mejor.

En su grandiosidad, las dos son sencillas. Máxima vive con total naturalidad ser una y otra vez tapa de Hola!, y Cristina, de Tiempo Argentino. Máxima no da entrevistas. Cristina tampoco. Máxima se graduó en economía. Cristina parece que también. Las dos aman Nueva York y París, el sur argentino, treparse a los aviones, vivir en palacios y mechar palabras en inglés.

¿Más paralelismos? El padre de Máxima fue funcionario de la dictadura. La cuñada de Cristina, Alicia Kirchner, también. El padre de Máxima supo tener buenos amigos militares. Igual que Néstor. Los Zorreguieta seguramente votaron a Menem. Como los Kirchner. Máxima tiene su plata en Holanda. Los Kirchner la mandaron a Suiza.

¿Quién tiene la última palabra en la próxima pareja real de Holanda? Según dicen, ella. ¿Quién mandaba en la alcoba de los Kirchner? Sin duda, él, pero a esa historia todavía no le aplicamos el relato.

Por supuesto, también hay entre ellas matices, cuando no grandes diferencias. De chica Máxima vivió en Barrio Norte digamos que obligada, en la casa de sus padres. En cambio, Cristina y Néstor compraron un buen piso allí por decisión propia. La última inversión inmobiliaria de Guillermo y Máxima fue una villa de lujo en Kranidi, en el Peloponeso griego, un paraíso al que van celebridades como Vladimir Putin y Sean Connery. Pagaron 4,5 millones de euros. Mucho más austera, la última inversión inmobiliaria que le conocemos a Cristina son dos departamentos (uno de 400 metros y otro de 200) y ocho cocheras en Puerto Madero, para lo cual apenas tuvo que desprenderse de unos 3 millones de dólares. Y la austeridad llega a los vecinos: la mayor celebridad del barrio es Amado Boudou. De Sean Connery, el primer James Bond, a Guitarrita Boudou, el último Ciccone.

Otras diferencias: Cristina dio una clase maestra en Harvard, algo que nunca pudo hacer Máxima. Máxima está llena de amigas y sigue cultivando esa relación. Cristina no tiene tiempo para esos menesteres. Máxima no para de subir en las encuestas. A Cristina no le preocupan esos menesteres. Máxima ha adoptado el naranja, color oficial de la Casa Real de Orange. Cristina tiene ganas de prohibirlo.

Por cierto, la última gran diferencia entre las dos son los reinos en los que les toca mandar. A la próspera Argentina se le contrapone una Holanda acuciada por la crisis europea. Ciudades antes deslumbrantes como Amsterdam o La Haya hoy se debaten entre la inseguridad, la violencia y el hambre. Son ciudades que sufren permanentes inundaciones y cortes de energía, y donde los trenes chocan. Si se afina la mirada, hasta en las páginas de las revistas del corazón se puede ver, detrás de las caritas sonrientes de Guillermo, Máxima y sus tres primorosas hijas, cómo asoma el rostro cruel de las villas miseria.

Seguramente estamos en las vísperas de una cumbre entre Cristina y Máxima. Esta chica Zorreguieta, por más que haya estudiado en el Northlands y no sé cuántas cosas más, sería una irresponsable si antes de ser coronada no le pidiera consejos a nuestra Presidenta. Yo hablo de cumbre, pero es casi una falta de respeto. A Máxima la eligieron, como mucho, Guillermo y Beatriz. A Cristina, el 54% de los argentinos. Máxima tiene que agachar la cabeza, callarse y escucharla. Obedecer. Someterse. Qué paradoja: la próxima reina de Holanda convertida, a la fuerza, en súbdita de Cristina. Una argentina más.