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Más restricción a las importaciones

El temor a una balanza comercial deficitaria lleva al Gobierno a una política perimida y de lamentables consecuencias

La sustitución de importaciones, un sistema perverso de larga vigencia en el país y reiniciado con vigor hace casi un año, no sólo goza de buena salud sino que se extiende ahora a la llamada línea blanca, integrada por cocinas, heladeras, lavarropas y la juguetería.

Esta política comenzó con un grupo de productos alimenticios y luego farmacéuticos, aunque poco después se careció de medicamentos indispensables para tratamientos prolongados.
Todo se efectuó sin resolución escrita del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien invadió jurisdicciones ajenas. A poco de andar llovieron las quejas y represalias externas a cargo de China, que suspendió importantísimas compras de aceite de soja.

Sin buscarlo, todo parece alinearse en contra de la voluntad de Moreno. Ahora, por ejemplo, los juguetes se agolpan en los depósitos aduaneros tres semanas antes del Día del Niño, para el cual se incrementaron las importaciones.

El principal recurso reglamentario que habilita la Organización Mundial del Comercio por el cual se ejerce esta restricción aduanera son las licencias no automáticas de importación, cuya tramitación no debe insumir más de 60 días, que aquí, mediante artimañas, pueden extenderse largamente con las consecuencias imaginables.

En condiciones normales los importadores deberían recurrir a la Justicia, procedimiento que encarece la operación y puede acarrear el riesgo de recibir incómodas visitas de agentes del área impositiva.

El propósito del Gobierno es contener las compras al exterior ante su crecimiento para no comprometer el superávit de la balanza comercial. En lugar de buscar el equilibrio de la economía mediante sistemas compatibles con la libertad de los mercados, se pretende disciplinarlos, procedimiento que mil veces demostró su inconsistencia, retrasando a nuestro país y a tantos que lo intentaron. La sustitución de importaciones alienta la inflación, empobrece a los sectores más débiles de la sociedad y mejora el ingreso de los segmentos más protegidos, negando la mejoría en la distribución del ingreso, que el Gobierno declara sustentar. El resultado final es un mayor aislamiento del mundo, con todas sus consecuencias.