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Marley, el Correcaminos

El conductor de Telefe resiste formatos, horarios y programas. Va y viene por la tele en una carrera interminable de la que siempre sale ganador.

Por Rodrigo Lussich
@rodrigolussich

Por Adrián Palla
@adrianpalla

Marley
llegó a un estudio de televisión en 1991 de la mano de Nicolás Repetto, y desde entonces, como si el coyote lo persiguiera poniéndole trampas ridículas, corre y corre mientras nos divierte con sus aventuras intrépidas por la televisión. Siempre sale airoso y protagoniza un nuevo capítulo.

Ya sea animando un big show de aspirantes a cantantes; o uno de famosos tirándose al agua y... haciendo agua!; enfrentándose a un muro infernal o mostrando juegos insólitos de insólita resolución, ahí está Marley, conductor multi formato, querido por la familia argentina y al que todo se le perdona.

Los éxitos no se explican y nadie se pregunta qué le vieron a Marley, aparte de la torpeza -¿forzada?- y la risotada gigantesca. Puede furcear cada veinte segundos y hablar veloz, pero ahí está su mérito: que no necesita ser explicado. Supo utilizar su "minuto para ganar" y ganó.

Marley es "blanco", tiene algo del "gen Susana Giménez" en su ADN televisivo, y hasta puede enfrentar la conducción del Martín Fierro en el teatro Colón. Viaja por el mundo, come insectos, es amigo de los famosos, no jode a nadie y eso en este medio, es más que mucho.

Es el primo buenazo de la familia que aparte no por eso es buenudo, porque conoce el negocio a la perfección, produce y conduce, presenta proyectos y busca formatos por el mundo. A veces parece que le dieran muchos programas, pero su marca registrada no es el programa que haga sino él mismo. Su propio estilo adaptado a lo que le pongan por delante.

En las antípodas de Tinelli -pero compartiendo la característica de ser querido por todos- Marley no quedó encaprichado en un formato -como el dueño de Ideas del Sur con el Bailando- hasta hacerlo chicle, sino que va cambiando permanentemente para que nada cambie. El sigue siendo el mismo ahí donde esté, como correcaminos que siempre zafa y sigue adelante, haciéndole burlas al coyote que nunca logra atraparlo.