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Los vecinos: esa cosa horrorosa

El que inventó el proverbio "Más vale un buen vecino que cien parientes", no debe haber conocido a mis vecinos.

Por Cristina Wargon

@CWargon

En estos años, salvo preciosas excepciones, sólo me faltó el hombre lobo. Aunque, quien sabe... ese señor mayor y calladito que vive a mi derecha, he notado que sólo sale las noches de luna. Por suerte, no aúlla.

La loca de los gatos

Es casi imposible, aunque uno no simpatice con los gatos, imaginar que una vecina con un gatito pueda joder a alguien, salvo que:

a) la vecina salga a las seis de la mañana y vuelva a las diez de la noche;

b) que no tenga un gatito sino doce;

c) que no les deje comida

d) que el sexo de los gatos sea variado

e) que los doce maúllen al unísono un poco de hambre y otro de calentura;

f) que para compensarlos de su ausencia semanal, los sábados y domingos la vecina los "eduque"... entonces gritan los doce gatos, más ella.

La vecina había bautizado a sus felinos con nombres de cristianos, con un toque de telenovela, y para cada uno tenía alguna observación didáctica aunque no muy paciente.

Era alucinante escucharla:

-¡¿Cuántas veces te voy a decir, Carlos Antonio, que no me hagas pis en la almohada?!...

Flor de las Mercedes, no te comas el dentífrico que te estreñís!

Marta María, no puede ser que te quedes embarazada cada semana! ¿Quién es el padre ahora?... ¡Juan Alberto!, no pongas esa cara de inocente que siempre salen parecidos a vos...

La respuesta de los aludidos era inmediata. Un solo miau tapaba todo. Solo ella distinguía si Flor de las Mercedes se había comido el dentífrico o bebido el champú, o si el malandra de Juan Alberto era legítimo padre del ilegítimo gato que esperaba Marta María. Para mis aturdidos oídos todos eran culpables y dignos de meterlos en un paté.

La vecinita erótica de Boedo

Es la que evoco con simpatía; después de todo, sus disturbios procedían de un exceso de placer (¿exceso de placer? ¡Cómo has envejecido, muchacha!).

Carina era una estudiante modosa que vivía con su mamá y tenía novio. La mamá, notoriamente, no era "moderna", del tipo: "chicos les llevo el desayuno a la cama".

Pertenecía a este género intermedio que se imagina que la nena "le da", pero no está dispuesta a hacerle fácil la cuestión. Así, la pobre Carina debía aprovechar las salidas de la madre para ponerse al día, y su dormitorio daba exactamente sobre la pared de nuestro living.

Hasta ahí, y por lo que a mí concernía, Carina y su novio podían retozar hasta despellejarse... pero había dos pequeños inconvenientes: primero, la turra de la madre salía los domingos al mediodía, y segundo que justo el domingo mi familia (con niños pequeños y de vez en cuando una abuela incluida) almorzaba los fideos dominicales. Lo descalabrante era que Carina, quizá por las urgencias acumuladas durante la semana o por un exceso de películas de Hollywood, hacía el amor gritando como una cabra enfurecida, y entre los dos golpeaban la medianera de tal modo que parecía a punto de ceder, dejándolos caer en caliente amasijo sobre la mesa familiar.

Las explicaciones que tuve que darles a los chicos sobre el batifondo mellaron para siempre mi credibilidad de madre. Por suerte, porque sino todavía estarían creyendo que un orgasmo es igual a una peritonitis aguda.

Cuando superando la vergüenza le rogué a mi vecinita que moderara sus alaridos, Carina me miró de arriba a abajo cual si yo fuera una liendre, y con sus ojos gélidos replicó: ¡¿No querés que además apague la luz, vieja repre?! Lo hizo con toda la intención de hacerme sentir mal. Lo consiguió. Me sentí como la mierda.

La cuestión continuó para solaz de los chicos, la mirada nostálgica de los abuelos y el malestar de los adultos.

Con el tiempo se mudaron. Espero pese a todo que, esté donde esté, Carina siga fastidiando vecinos.

Y valga esto como muestra, porque como he vivido en tantos lados, en la próxima sigo...