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Los falsos mendigos

Son como lobos disfrazados de ovejas y sobreviven merced al engaño y la ayuda desinteresada de gente solidaria.

Debo confesar que cuando decidí abordar este tema tuve sentimientos encontrados puesto que temí en generar una desconfianza extrema ante personas verdaderamente necesitadas y que, sin engaños de por medio, recurren a la solidaridad de los demás. La duda quedó zanjada cuando reflexioné sobre el doble daño que provoca una persona que mendiga simulando algo que no es: por un lado abusa de la confianza de un tercero solidario y que no espera nada a cambio por su ayuda, y por otro perjudica la imagen del honesto limosnero que podría quedar enredado en un manto de sospecha por el mal accionar de esos timadores.

Hace varios años escribí una nota sobre la indignación de los vecinos de Villa Martelli (Pcia. de Buenos Aires) por la actividad fraudulenta de un falso ciego. En aquella oportunidad, el excelente trabajo del periodista Facundo Pastor permitió exponerlo públicamente y con ribetes cuasi-humorísticos dada la situación de fuga del "no vidente" que vio la cámara que lo estaba filmando.


Cuando vi ese informe recordé tres cosas de mi juventud: un mal consejo, una experiencia personal y un libro. Lo primero surgió en una charla en la que no recuerdo el contexto pero sí lo que me dijo un señor. Me preguntó qué haría si tenía que salir a mendigar, le respondí que saldría a la calle y pediría que me ayuden. De inmediato me dijo: "error, una persona viva debe buscarse un par de muletas o un bastón blanco y recién ahí salir a pedir, de lo contrario vas muerto pibe".

Al poco tiempo fui testigo de un hecho que, de inmediato, asocié a ese mal consejo. Mientras viajaba en un colectivo, subió un muchacho pidiendo colaboración y con una aparente dificultad para expresarse. Después de recoger el dinero que generosamente le dieron varios pasajeros, cuando bajó del transporte saludó al chofer con total fluidez del habla y seguido del asombro e insulto de todos los que habían colaborado.

Estos dos antecedentes también me conducían a uno de mis libros de cabecera y que nunca dejo de recomendar: "La simulación en la lucha por la vida", de José Ingenieros (1877-1925). Desde el comienzo de su tesis advertía que, en la lucha por la supervivencia, el ser humano impuso su inteligencia "pero al mismo tiempo, en la lucha entre hombre y hombre, entre sociedad y sociedad, ha perfeccionado casi ilimitadamente sus medios de lucha mediante la mentira y el fraude, la astucia y la simulación" [p. 25]. Luego, en su análisis psicosocial de los simuladores, establece una clasificación en la que encuentran su espacio los simuladores mesológicos o "aquellos cuya aptitud para simular en la lucha por la vida es determinada o acentuada por las influencias del medio sobre el individuo", y "su simulación es siempre utilitaria" [p.84].


Esta categoría incluye a los astutos, y advierte que "la personalidad de estos sujetos se afirma en terreno moralmente resbaladizo" y "dado el propósito utilitario de la simulación, llega a las zonas linderas de la delincuencia, engendrando un tipo mixto de 'simulador-delincuente'" [p.85].

El viejo recurso

En el devenir de ejemplos, Ingenieros rescata un caso típico de simulador astuto que refirió el profesor Ramos Mejía: "Siendo él estudiante, un enfermo ingresó en el viejo hospital de Buenos Aires, situado en la calle Independencia, con úlcera varicosa en una pierna. La curación se prolongó y el individuo se fue adaptando muy bien a la vida holgazana del hospital. Cuando sanó de su úlcera comenzaron a notarse en él los síntomas de la ataxia, que fueron acentuándose hasta completar el cuadro clínico. Ese enfermo sirvió durante varios cursos para la enseñanza de la enfermedad a los alumnos. Sólo después de utilizarlo algunos años como caso clínico, se descubrió que el sujeto no era atáxico; había simulado serlo, imitando los síntomas de un vecino de cama, para no perder las comodidades gratuitas que el hospital le proporcionaba" [p. 89].

Si bien en este caso hay un fin utilitario pero no de mendicidad manifiesta, al menos ilustra sobre el factor "enfermedad" como uno de los viejos recursos para la simulación. No en vano es una de las modalidades preferidas por los falsos mendigos para conmover, generar empatía y estimular el gesto solidario. Y a la hora de elegir, la simulación de una discapacidad física estará entre las primeras para despertar ese sentimiento. Cuanto más extrema y aparatosa, el efecto será mayor y los beneficios también, como veremos en el segundo caso del próximo video.


Existen innumerables picardías de este tipo, pero más allá del "negocio" o "creatividad" que señalan, el rechazo de la sociedad a estos embaucadores es unánime por los daños morales que mencioné al comienzo.

Si debo referirme a cuestiones de creatividad o ingenio, estos casos son menores comparados con los que abordaré en la próxima entrega y, en alguna medida, son los que más me han motivado para incursionar en este tema. Pero antes de eso, y a modo de paliar el gusto amargo que provocan estos engaños, les pido que no dejen de ver el siguiente "experimento social" para no caer en un total desaliento.