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Las mujeres como motor de la prosperidad post Covid-19

Ellas ganan mucho menos por igual trabajo que los varones, y, tienen mayor riesgo de ser pobres e indigentes.

Por Laura Alonso.
Extraído de Infobae.

La pandemia afecta a las mujeres y las jóvenes profundizando desigualdades pre-existentes. Los aumentos de la pobreza y la marginalidad, el desempleo formal e informal, la desigualdad salarial, una mayor carga de trabajo no remunerado en el hogar, son probables consecuencias que impactan negativamente más en las mujeres que en los varones. No es posible el progreso y el desarrollo de la Argentina, ni de ninguna nación, sin una inclusión amplia y efectiva de las mujeres en todos los aspectos de la vida material. Un nuevo compromiso por la igualdad de género entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil debe nacer de esta crisis.

De los millones que trabajan en la informalidad, la gran mayoría son mujeres. Tanto en el empleo formal como en el informal, las mujeres ganan mucho menos por igual trabajo que los varones, y, tienen mayor riesgo de ser pobres e indigentes. En la Argentina, diversos análisis sobre datos del Indec muestran esas diferencias persistentes que las políticas estatales y, también las privadas, no han sabido o podido resolver a pesar de loables esfuerzos. El Estado argentino no ha encarado siquiera la discusión del valor económico del trabajo no remunerado en el hogar que se ha multiplicado en la pandemia. Un estudio seminal de McKinsey en 2015 reveló que, para 2025, el producto bruto global se incrementaría en 12 billones de dólares si los países le otorgaran estatus legal y lo monetizaran. ¿Cuánto podría crecer el PBI de la Argentina si se reconociera el valor económico del trabajo no remunerado en el hogar, se formalizara el empleo y se pagara el mismo salario por el mismo trabajo a mujeres y varones?

Antes de la COVID-19, el Banco Mundial produjo un informe sobre América Latina y el Caribe titulado “Closing Gender Gaps”. En él observó la existencia de una desigualdad persistente entre mujeres y varones que detiene el desarrollo económico y el progreso social de nuestra región. La pandemia puede empeorarlo o puede funcionar como un catalizador para modificar ese estado de cosas y mejorar el bienestar de millones de mujeres y familias.

Argentina es uno de los países de la región con mayor reconocimiento y avance de los derechos de las mujeres. Desde muy temprano en nuestra historia, varones y mujeres accedieron a la educación, a la salud, la propiedad, y a la participación política. Quizás por esas decisiones tempranas, Argentina mantiene un buen desempeño en el Índice de Desarrollo de Género del PNUD (0.988 en 2018). Sin embargo, los derechos son un punto de partida y no, uno de llegada. Las distintas formas de violencia, el embarazo adolescente, las diferencias salariales por trabajo equivalente, la economía informal, las discriminaciones, los estereotipos arraigados y la pobreza afectan particularmente a esta mayoría de la sociedad.

El mal funcionamiento de los gobiernos en la Argentina (en todos sus niveles) afecta terriblemente las vidas y las oportunidades de las mujeres para progresar. Las crisis y la inestabilidad económica, también. Nada es más anti-mujeres que una mala política macroeconómica e inflacionaria. Nada puede ser más anti-mujeres que un mal gobierno y un Estado opaco, ineficiente, corrupto, patrimonialista y clientelar. La “sextorsión” sucede, en ámbitos estatales y privados, mucho más de lo que se admite o reconoce. Cuando se denuncia, no se investiga.

La cuestión del progreso de las mujeres tiene muchas raíces: una de las más relevantes es la económica. Esta ha sido poco abordada por los sucesivos gobiernos, que suelen correr detrás de los problemas económicos cotidianos, sin una mirada enfocada en el beneficio o el perjuicio que sus decisiones provocan en más de la mitad de la población argentina. O, mejor aún, sin calibrar cuál es el aporte económico que esta mitad puede realizar para aumentar el producto bruto interno y el ingreso per cápita.

El avance económico de las mujeres debe ser abordado de manera holística desde el Estado y el sector privado. El progreso de las mujeres (y de las naciones porque no son escindibles) tiene mucho que ver con la generación de riqueza y la participación de las mujeres en ese proceso. Hundidas en la pobreza, con dificultades para imaginar o concretar proyectos de vida alternativos y sojuzgadas por el pobrismo clientelar, las mujeres no progresan.

Sin generación de riqueza (que sólo producen las empresas privadas que invierten, arriesgan, crean empleos y obtienen ganancias) y un Estado eficiente, profesional y atento a generar los incentivos adecuados, no hay oportunidades de progreso para las mujeres. Por eso, un capitalismo con más mujeres incluidas y retribuidas justa y adecuadamente es necesario y urgente para promover el desarrollo de países postrados, como la Argentina.

El capitalismo y la democracia liberal, con sus virtudes y con sus defectos, son las únicas plataformas conocidas que garantizar la libertad y la autonomía de las mujeres, su tratamiento igualitario ante la ley, su educación, su participación política, el acceso a la tecnología y su derecho a la propiedad. Las mujeres son autónomas y libres cuando acceden al dinero, al crédito, al trabajo remunerado, y a la inversión. Dejan de ser propiedad para ser propietarias.

Sólo el capitalismo puede garantizar el alcance de estos objetivos en el que el Estado democrático aplica la ley imparcial e igualitariamente, implementa políticas y servicios públicos efectivos para resolver las desigualdades, produce estadísticas diferenciadas para atacar los problemas con evidencia empírica (sin ideologismos), y, promueve el acceso a la tecnología, al crédito y a los mercados de las mujeres, sus empresas y su producción.

Las mujeres no son un adorno para las fotos oficiales de los gobiernos y las empresas. Son un vector estratégico de transformación, innovación y resiliencia que no puede, ni debe, estar fuera de la agenda del desarrollo económico post-pandemia, tanto de los Estados como del sector privado. El riesgo de retrocesos, como vienen marcando la ONU, la OCDE y otros, es alto porque las urgencias llevarán a tomar decisiones rápidas y equivocadas.

No es moralmente aceptable, ni económicamente inteligente, dejar a las mujeres a un costado o fuera de las decisiones que tomen los gobiernos, el sector privado y las organizaciones internacionales. Es también un buen momento para encontrar respuestas viables al reconocimiento económico del trabajo no remunerado en el hogar y llevar adelante políticas masivas de formalización del empleo no registrado que es una daga en el corazón del desarrollo de las comunidades y de los países consolidando modelos de exclusión y pobreza. Tampoco es conveniente: sin mujeres, los países y las empresas pierden oportunidades de modernización y un mejor desempeño económico y financiero.

En Argentina, por la pandemia y por la cuarentena estricta decidida por el Presidente de la Nación, muchas mujeres perdieron sus trabajos e ingresos (formales e informales). Muchas más podrían perderlos. Encerradas en sus casas, son víctimas de brotes y rebrotes de violencia. También sufren más las angustias y la depresión ante un mundo incierto. Las mujeres pueden resignarse a retroceder decenas de casilleros, con derechos vacíos de contenido, o encontrarse ante la oportunidad presentada para demandar y construir un futuro de prosperidad para todas y, en consecuencia, para la Argentina y las empresas que operan en el país.

¿Le espera a las mujeres un nuevo ciclo de pobreza y más y nuevas ayudas sociales? O ¿será posible diseñar una economía capitalista estable que les dé oportunidades de propiedad, crédito, capacitación, educación, acceso a la tecnología e inserción laboral formal y asientos para influir en las mesas donde se toman las decisiones?

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