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Las elecciones son para ganarlas. Punto.

* Por Demetrio Iramain. La derecha advierte que, si bien no podrá impedir el copioso caudal electoral del gobierno, quizás sí pueda herir la necesaria (y mínima) cohesión política que deben tener sus variados integrantes.

La polémica acerca de la conveniencia, o todo lo contrario, de sumar listas de variadas siglas partidarias cuyo denominador común sea la candidatura presidencial de Cristina Fernández de Kirchner, resulta saludable. Es síntoma de vitalidad y amplitud al interior del armazón político y social que da en llamarse kirchnerismo. Todo ello, empero, siempre y cuando no se pierda de vista el objetivo central: defender un proyecto colectivo, y no ubicar por encima de él la necesidad inmediata de tal o cual aspirante a determinado cargo electivo.

Por el contrario, cuando ciertos dirigentes justicialistas objetan la posibilidad de que pretendientes kirchneristas, ajenos al partido, se presenten por fuera del PJ y les marquen los límites de sus férreas estructuras, están priorizando su interés particular por sobre el general, actitud de la que habría que desconfiar desde ahora. Esas imperativas estructuras, si bien aportan no sólo votos al oficialismo sino también organización territorial y manejo de sensibles áreas estatales locales, pueden comportarse como listas colectoras, pero de quienes enfrentan al gobierno. Al tiempo que le suman electoralmente, trazan las fronteras del proyecto nacional y popular. En eso podrían resultar más opositoras que la oposición, por su eficacia.
Eso lo sabe, con claridad, el duhaldismo, que alienta las colectoras a la manera que lo propone la centroizquierda extrapartidaria, para atomizar y debilitar al oficialismo. La derecha advierte que, si bien no podrá impedir el copioso caudal electoral del gobierno, quizás sí pueda herir la necesaria (y mínima) cohesión política que deben tener sus variados integrantes, y más aun en la etapa sociohistórica que podría sobrevenir: la profundización del proyecto.

A propósito, días atrás el cacique del Peronismo Federal, como un Curto cualquiera, sobreactuó sus críticas a las colectoras, con el evidente propósito de invitarlos a alejarse del oficialismo. Como buen pastor que aparentó ser en su lanzamiento presidencial, recurrió a una imagen bíblica y predijo, sin demasiadas precisiones, una "diáspora" de intendentes. Por su parte, los medios hegemónicos, que son quienes digitan el pulso de la oposición, a la vez que buscan un candidato superador a ese impresentable de Lomas de Zamora, excitan a los barones bonaerenses a romper con el kirchnerismo. Esa estrategia en su máxima expresión sueña con el día en que el mismísimo Daniel Scioli dé el portazo.

Lo cierto es que el kirchnerismo podrá comprender al PJ, pero sus bordes lo exceden, tanto en sus políticas estatales, su marco teórico y conceptual, como en su proyección, que podrá salirse muy por fuera del statu quo que hasta ayer nomás el peronismo ortodoxo sostenía en una de sus patas, junto a la Iglesia, el establishment económico, y el alicaído partido militar. Lo dijo la mismísima presidenta Cristina Fernández en lo que hasta ahora fue su parada más brava: el 18 de junio de 2008 y ante una Plaza de Mayo colmada de manifestantes que la empujaban a sostener la Resolución 125; la presidenta señaló: "Esta plaza empezó siendo de los peronistas, pero después de las Madres es de todos los argentinos." Los pejotistas transpiraban.

Quizás resulte tentador empezar a disputar hoy mismo las presidenciales de 2015, pero eso también puede resultar delicado. En verdad, la alta política siempre está evaluando eventuales futuros escenarios mucho menos inmediatos que el estricto hoy día. Ese movimiento pendular está en su matriz dialéctica; pero también debe ser parte de su complejo movimiento la necesidad de no frustrarlo ni anular sus extremos, que son los que lo potencian. La mejor manera de resolver los lados de un triángulo siempre será la hipotenusa. En otras palabras: pareciera ser esta la situación inmejorable (dada por la arrasadora imagen positiva de la presidenta, circunstancia que pone al oficialismo en una posición incluso más óptima que la de 2005) para que el kirchnerismo se dé a un salto de calidad en sus dirigentes (la apuesta por nuevos cuadros políticos y técnicos de edad muy joven es indicativa de esa búsqueda), pero todo ello sin dejar de mensurar de modo sincero y objetivo falencias recientes de la transversalidad.

Decía el Che que un revolucionario debe serlo, no hasta morir, sino hasta vencer. He ahí el desafío de vivir en un país en el que "hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir", como escribió en su poema Juan Gelman, hace más de 40 años, sobre un país que felizmente ha cambiado, y que en el fondo sigue siendo el mismo.

Quienes tienen compromisos en la conducción del actual proyecto político deben una única responsabilidad, en este caso definitoria: no fallar. Ocasionales yerros en la estrategia electoral, también en la conducción de departamentos muy susceptibles del Estado, podrían devenir en rotundos fracasos colectivos, ciertamente imperdonables.

Por lo demás, las elecciones no son para zanjar discusiones, ni para probar la eficacia de un laboratorio social. Una elección, per se, no es una política de Estado, pero gravita tanto o más que aquella. Las elecciones son para ganarlas. Punto. El peronismo mucho sabe en este sentido: del histórico movimiento quizás quede sólo eso, la maquinita de mandar. He ahí su filosofía: el poder. No es poco. Y no olvidar: es Cristina Fernández quien lo conduce.