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La xenofobia del heredero de don Franco

*Por Ricardo Ragendorfer. Lo de Macri no es un desborde verbal sino el resultado de una maniobra urdida con el siguiente propósito: poner en práctica iniciativas bestiales para así captar en 2011 a los sectores más rancios del electorado.

El desalojo pacífico de la canchita del Club Albariño hizo que en la mañana del 31 de diciembre los medios remplazaran las coberturas sobre la vidriosa puja entre los ocupantes de ese predio y los vecinos de Lugano por simpáticas crónicas acerca del Rally Dakar. Para comprobar eso sólo me bastó mirar en el kiosco de Caseros y Defensa los títulos de los principales diarios de aquel día.

En tales circunstancias, no pude evitar oír una conversación entre el muchacho que cuida los autos de la cuadra y la portera del edificio de la esquina. "El país no está en condiciones de recibir a todos estos paraguayos y bolivianos", decía ella y su interlocutor asintió con un leve corcoveo.

Poco después, en la fila ante la caja de un supermercado, el tipo que se encontraba delante de mí se empeñó en matizar la espera relatándome su vida. Era un santiagueño que –según sus dichos– había llegado acá con una mano atrás y otra adelante; ahora trabajaba en un hotel y, gracias a un crédito hipotecario, estaba a punto de convertirse en propietario de un departamento. Luego comparó su propio esfuerzo con el de algunos otros semejantes: "Los bolivianos llegan a la Argentina sin dinero, sin casa ni trabajo, y nosotros los tenemos que mantener." Declamó esa frase sin ruborizarse. 

Lo cierto es que, hasta hace unas pocas semanas, las expresiones xenófobas únicamente eran patrimonio de algunos cantitos futboleros o el eje discursivo de ciertos racistas notorios. Es que la naturaleza políticamente incorrecta del asunto hizo que hasta quienes padecían en la intimidad de semejante patología del pensamiento no la manifestaran ante terceros. Sin embargo, los dos casos descriptos –ocurridos en apenas una hora– indican que algo cambió. Y en ello, Mauricio Macri tuvo algo que ver.

Ya se sabe que en una conferencia de prensa efectuada el 9 de diciembre –a sólo dos días de que la metralla policial asesinara a dos personas en el Parque Indoamericano–, el heredero de don Franco responsabilizó de los hechos a "la inmigración descontrolada de los países limítrofes".

También se sabe que esas palabras propiciarían un pogrom con decenas de heridos y otro crimen –el de un ciudadano boliviano–, en medio de una cacería de personas que ofende a la condición humana. Mientras tanto, los medios deslizaban sólo su estupor ante el carácter "espontáneo" de ese enfrentamiento de "pobres contra pobres".

Tal fue la lectura que hicieron sobre la súbita  irrupción de un ejército de matones sindicales, barrabravas y punteros oscilantes entre el duhaldismo y el PRO. Lo cierto es que ello dibujaría una peligrosísima bisagra en la Historia argentina: fue la primera vez desde la Semana Trágica –ocurrida en enero de 1919– que grupos de choque reclutados entre la sociedad civil se lanzan a la persecución de inmigrantes.

Lo de Macri, por cierto, no fue fruto de un desborde verbal sino el resultado de una maniobra minuciosamente urdida con el siguiente propósito: poner en práctica iniciativas bestiales para así captar en 2011 a los sectores más rancios del electorado. De tal estrategia no fue ajeno su director escénico, Jaime Durán Barba. Todo empezó a tejerse –según contaría un dirigente del PRO a Tiempo Argentino– durante un almuerzo efectuado en los primeros días de diciembre en el comedor principal de Bolívar 1. Junto al gurú ecuatoriano estaba el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, y el secretario general Marcos Peña.

Los tres observaban en silencio al mandatario, quien permanecía absorto en la lectura de unas hojas. Era un sondeo de la consultora Ibarómetro sobre índices nacionales de xenofobia; sus cifras eran reveladoras: un 37,9% de los porteños y un 31% de los argentinos considera que los inmigrantes no deben gozar del derecho al trabajo, la educación y la salud pública. O sea, aquella masa de compatriotas tenía una cosmovisión similar a la suya. Cuando Macri cayó en la cuenta de tal coincidencia, Durán Barba esbozó una sonrisa.

Es que la toma del Indoamericano, iniciada por unas 20 familias sin vivienda durante la mañana del 28 de noviembre, ofrecía una oportunidad inmejorable para por fin plasmar en público sus sueños secretos de orden y pureza.

Así fue como Durán Barba inició al jefe de Gobierno porteño en el ejercicio del racismo populista, sin duda inspirado en la figura de Karl Lueger.

Nacido en 1844, este político vienés fue el líder del Partido Social Cristiano, un espacio de ultraderecha que lo condujo a la alcaldía de la capital austríaca en 1897, luego de que el mismísimo kaiser Franz Josef impugnara durante dos años su designación por las ideas racistas que profesaba. De hecho, Lueger era nada menos que el fundador del antisemitismo moderno.

Atildado, enfermizo –sufría una grave diabetes– y célebre por su fina elocuencia, basó su proyecto político en el odio racial, para así promover la movilización de masas, fijando su clientela en la clase media baja amenazada de extinción. De ese modo pudo seducir a una tipología de partidarios a los que bien se podría catalogar como "la aristocracia de la canalla", cuya mísera condición social supo ser mitigada por el consuelo de no ser judíos. En otras palabras, el uso propagandístico del resentimiento padecido por el ciudadano común fue la gran clave de su éxito. En ello, por cierto, se basaría luego Hitler al escribir Mein Kampf. 

Lueger se mantuvo en el cargo hasta su muerte, en 1910.

Quizás entonces no haya imaginado que 100 años después el Bürgermeister de un lejano país sudamericano tomaría sus ideas para perpetuarse en el poder.