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La utilidad del asco

*Por Dante Augusto Palma. Cabe preguntarse qué es lo que tanto molestó de la utilización de esta palabra en la nota de Fito Páez.

Pasados ya varios días de la nota de Fito Páez en la que el cantante afirmara que le da asco la mitad de Buenos Aires, tal declaración sigue generando polémicas. Si bien la frase es, como mínimo, controvertida, no deja de sorprender la furiosa operación mediática por la que, de repente, el rosarino se ha transformado en la voz del Gobierno y de sus votantes. Seguramente, muchos de los que eligieron al candidato del kirchnerismo y hasta quizá varios funcionarios del Gobierno tengan sentimientos similares a los que expuso Páez, pero la ira ante un resultado adverso no es propiedad exclusiva del oficialismo nacional.

Es más, si se hiciera la lista de las expresiones de desprecio y odio que los opositores de la dirigencia política y de la corporación mediática expresaron en los últimos años, el número que arrojaría sería asombroso. Sin ir más lejos, cabe preguntarse si no es una forma de discriminación tanto o más grave que la de Páez, indicar que la única razón para apoyar al gobierno kirchnerista es el choripán y la coca, los cargos de gestión o la publicidad oficial. Eso sí: nadie ha dicho que les tiene asco a los seguidores del kirchnerismo. Sólo les han dicho: corruptos, ignorantes, violentos, fraudulentos y venales, entre otras tantas calificaciones. Pero centrémonos en el tema del asco porque quizás afirmar que parte de un electorado produce ese sentimiento sea más grave que decir todo lo que comúnmente se dice del oficialismo.

La primera pregunta sería, entonces, ¿el asco puede ser un criterio para juzgar una acción, en este caso, la decisión de una parte de la ciudadanía en el contexto de una elección a jefe de gobierno de la ciudad? La respuesta la debemos encontrar en una tradición más que importante dentro de la ética y es aquella que hace hincapié en la importancia de los sentimientos morales. Se trata de una línea de pensamiento que a lo largo del siglo XVII y XVIII generó pensadores de la talla de Shaftesbury, Hutcheson o Hume, entre otros. La controversia se daba frente a una tradición vigorosa que será llevada a su esplendor por Kant y que indicaba que juzgar como buena o mala una acción era un asunto de la razón. Esto significa que sentimientos tales como el asco o la ira, al no haber atravesado el filtro racional, no pueden ser fuentes de valoración de las acciones.

Sin embargo, los defensores del rol central de los sentimientos indicaban que es imposible valorar acciones prescindiendo de ellos y que, en todo caso, parece necesario analizar pormenorizadamente tales sentimientos para evaluar los aspectos positivos y negativos de cada uno. Está claro que la tradición racionalista expresará que los sentimientos son irracionales y que, por lo tanto, podrían derivar en la arbitrariedad y, eventualmente, en el horror y la persecución infundada. Pero los defensores de los sentimientos morales también tienen buenas razones a su favor. De hecho, la importancia de los sentimientos tanto en la ética como en la política ha renovado su vigor en los últimos años, justamente, a partir del análisis de las posibilidades del asco como criterio de corrección moral.

Así, Martha Nussbaum ha publicado diferentes trabajos entre 1999 y 2004 de los que se sigue una propuesta en la que se reivindica la importancia de los sentimientos morales en una sociedad liberal. Sin embargo, exige que los diferentes sentimientos se analicen por separado y concluye de allí que mientras la ira puede ser una reacción capaz de ser canalizada redundando en fines útiles para la sociedad, el asco parece intrínsecamente negativo pues está vinculado con la discriminación hacia el otro, lo cual afectaría la idea de dignidad humana, esto es, el supuesto de que todos los hombres y mujeres son iguales.

Si tomamos el caso de la bioética, en 1997 salió a la luz un artículo que se hizo bastante famoso y que llevó la firma de León Kass. Allí, el autor hablaba de "la sabiduría de la repugnancia" para, por ejemplo, rechazar la práctica de la clonación reproductiva en seres humanos. Si bien Kass utilizaba el asco arbitrariamente para rechazar todo aquello que no se condecía con una moral profundamente reaccionaria, su artículo revitalizó la importancia de la discusión en torno al rol de este sentimiento.

Sin embargo, en un artículo que recogía los puntos de vista de Nussbaum y Kass, Arleen Salles intenta una defensa "progresista" del asco como criterio de evaluación de las acciones morales.
Lo que la autora indica es que no se puede descartar de por sí al asco puesto que este puede ser útil como primera reacción que luego debe ser revisada racionalmente para no quedar expuesta a las reacciones viscerales y casquivanas que un individuo pudiera llevar adelante movido por la repugnancia.

En esta línea, Salles reconoce que en nombre del asco se han perseguido judíos, católicos, homosexuales, negros y todo tipo de minorías. Pero eso no significa que el asco no pueda darnos algunos indicios para determinar lo bueno y lo malo. Así, podemos indicar que si hacemos referencia al origen natural del asco, presente en todos los animales, se notará que este tiene que ver con una forma de defensa frente a un objeto comestible "peligroso".

Dado que en la naturaleza no existían envases que advirtieran que tal sustancia no es apta para el consumo humano, nuestro cuerpo, a través del asco, nos protegía de no llevar a la boca lo que pudiera dañarnos. Claro que luego hay una suerte de asco "social" que ya deja de ser "natural" para estar determinado por el contexto cultural. En este sentido, por más que algunos no quieran verlo así, la xenofobia y el rechazo a prácticas sexuales determinadas no es producto del "asco natural" sino del "cultural". Sin embargo, los teóricos que defienden el asco indican que este cumple también una función social en el sentido de que del mismo modo que impide que el cuerpo natural individual enferme por consumir un objeto inapropiado, es capaz de salvaguardar la estabilidad de las creencias y las instituciones de una comunidad.

Dicho esto, cabe preguntarse qué es lo que tanto molestó de la utilización de la palabra "asco" en la nota de Fito Páez. Evidentemente no debe ser la referencia a algún tipo de sentimiento moral pues aquellos que tildaron de "fascistas" las declaraciones del músico, son los primeros en reivindicar, por ejemplo, la acción de los indignados en España. En este sentido resulta llamativo que se reivindique la indignación, un sentimiento quizá tan visceral e irracional como el asco, aunque tal sorpresa encuentra una respuesta clara: la indignación fue reivindicada por las principales plumas porque estuvo dirigida contra la clase política, sea de España, de la Argentina o de cualquier otra parte del mundo.

En cambio, el asco estuvo dirigido hacia un electorado que habría "votado bien" pues votó en contra del gobierno nacional. De este modo, la corporación periodística manipula la referencia a sentimientos morales. Así, tales sentimientos serán aceptados si coinciden con sus intereses pero defenestrados como irracionales y totalitarios si van por un camino alternativo.

Diferente asunto será el que deberá plantearse en aquellos que están del otro lado de aquella corporación y que defienden los principios del gobierno nacional. En todo caso, parece claro que dejar al asco como criterio no revisable racionalmente puede llevar a la peor de las atrocidades aunque, en el caso de la actualidad argentina, apenas podría servir para fastidiar a un electorado que, según todas las encuestas, tiene a CFK primera en sus preferencias.

Quizá, como se decía algunas líneas atrás, el asco no deba descartarse de plano como sentimiento moral capaz de decirnos algo acerca de las acciones de las decisiones de los hombres y mujeres porteños, pero necesariamente debería complementarse con una evaluación lo más racional posible para hacer, de esa reacción visceral, un disparador capaz de penetrar en las razones para entender cómo es posible que tras una gestión tan pobre, el 47 por ciento de los porteños vote a Macri. La única explicación no puede ser que todos los porteños sean estúpidos ni tampoco podemos adjudicarla exclusivamente al marketing de un asesor con más prensa que buenas ideas. Así, porque molesta que indiquen que CFK gana por el clientelismo, la cooptación, el pragmatismo y el luto, parece necesario ir un paso más allá y no creer que todo empieza y termina en Clarín y Durán Barba.