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La inflación como patología social

Si una junta médica le dijera a un paciente, después de estudiar sus análisis, que si quiere proteger su salud debe ajustarse a una estricta dieta, lo más probable es que ese paciente les hiciera caso y tomara medidas urgentes para atender la situación.

No obstante, se sabe de la existencia de pacientes que, a pesar de la señales de alarma y de los informes científicos, no modifican su conducta.

 
Valga el ejemplo para encuadrar la actitud del gobierno argentino que desde hace tiempo viene recibiendo señales muy claras de que la economía registra un índice inflacionario real del orden del 25 por ciento al año. Y eso anuncia una bomba de tiempo que en cualquier momento puede estallar.

Mientras en el mundo un índice inflacionario de diez puntos es considerado un dato grave que amerita medidas de ajuste, en la Argentina se convive alegremente con 25 puntos de inflación y, como en el caso del ministro Boudou, no se tiene empacho en decir que la inflación es un problema de los ricos. Y, desde la Casa Rosada se considera que incentivando el consumo gracias a las excepcionales condiciones internacionales, nada serio nos puede suceder.

Entre tanto, en Brasil la presidente Dilma Roussef ha advertido sobre el peligro que representa para la economía de su país -una de las potencias industriales de mayor evolución- un índice inflacionario del 6%. Algo parecido opinaba el ex presidente Lula, para quien la inflación golpeaba en primer lugar a las clases populares, su pertenencia social originaria, y experiencia distante para Boudou.

Palabras más, palabras menos, al único sector económico al que estos índices favorece es al de la especulación, que en este contexto hace su agosto. Algo parecido puede decirse de ciertos grupos económicos que en este escenario prefieren colocar sus divisas en el extranjero, motivo por el cual se estima que en los últimos tiempos se han fugado alrededor de 60.000 millones de dólares, una cifra que debería alarmar al gobierno, pero a que a nuestras autoridades pareciera no decirles nada.

Así y todo, da la impresión de que el funcionariado kirchnerista experimenta sensaciones contradictorias ante el fenómeno, porque si bien parecieran indiferentes a los números, al mismo tiempo manipulan las cifras del INDEC, lo cual demostraría que no les da lo mismo una cosa que otra. Algo parecido ocurre con los dirigentes sindicales oficialistas a la hora de discutir los aumentos salariales. Hugo Moyano arregló hace unos meses un aumento para su sector del 24 por ciento, porcentaje que coincide con los números reales de la inflación en la Argentina. Esto probaría que las cifras del INDEC operan como las ropas del rey en la conocida fábula: nadie las ve, pero todos dicen apreciar su calidad y textura. En el caso que nos ocupa ni siquiera hace falta la presencia de un niño denunciando al rey desnudo, porque todo el mundo lo sabe, incluso el propio rey o, en este caso, la reina.