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La derecha y sus candidatos

*Por Ricardo Forster. Gran parte de la oposición siguió, y sigue, expresando el impulso pospolítico y posideológico emanado con fervor evangélico del neoliberalismo que suele moverse a gusto entre la jerga de los economistas ortodoxos.

Gran parte de la oposición siguió, y sigue, expresando el impulso pospolítico y posideológico emanado con fervor evangélico del neoliberalismo que suele moverse a gusto entre la jerga de los economistas ortodoxos.

Un paso a la derecha. Ricardo Alfonsín y Francisco de Narváez, un dúo que confirma la decisión del radicalismo de olvidarse del progresismo.

Una de las principales características de la época neoliberal fue, a caballo del anuncio del fin de la historia y de la muerte de las ideologías, avanzar en la despolitización de la sociedad apuntalando el proceso de una doble devastación: de las tradiciones de los grandes partidos populares (el botón de muestra fue la brutal metamorfosis que sufrió el peronismo a manos del menemismo, el saqueo de su historia en nombre de la entrada del país en "el primer mundo" y en la economía global de mercado), y del espacio público como el ámbito propio de la vida democrática para reemplazarlo por la privatización generalizada de casi todas las esferas de la vida social. Fuimos testigos del predominio del lenguaje empresarial que pareció conquistar, con su carga de retóricas administrativas y de "gestión eficiente", al conjunto de las fuerzas políticas expropiándoles sus tradiciones y su anclaje en una memoria popular cada vez más debilitada.

El neoliberalismo logró desbordar sus "límites económicos" para desplazarse con sed hegemónica por la totalidad de la escena argentina hasta prácticamente lanzar al cuarto de los trastos viejos todo aquello que remitía a otra época y a otro mundo ideológico. Entramos, satisfechos de nosotros mismos, empachados de "modernidad", al tiempo sin tiempo del capitalismo especulativo financiero que nos ofrecía el espejismo de la aldea global accesible desde este punto del sur del mundo y a la altura de una nueva forma de individualismo consumista que se tragaba de un solo bocado todo recuerdo de equidad y de solidaridad que había habitado en la memoria de los argentinos. Mientras se eslabonaba la continuidad de la plata dulce de la dictadura con el deme dos de la convertibilidad, avanzaba, asfixiante, la más brutal de las concentraciones de la riqueza en cada vez menos manos y la multiplicación de la miseria, la pobreza y la injusticia, asociado, este giro salvaje, al vaciamiento de la política que encontró su punto de inflexión y de derrumbe en diciembre de 2001 cuando cayó, prisionero de sus propias limitaciones y de sus opciones conservadoras, el gobierno de la Alianza con el radicalismo a la cabeza.

Las profundas marcas dejadas por nuestra propia década infame, el daño causado sobre amplios sectores populares (daño económico-social junto con un daño que caló hondo en la estructura cultural) siguió presente en el reflejo antipolítico y abarrotado de prejuicios de una parte principal de la clase media; prejuicios que nos permiten entender la relación entre los "aires insurreccionales" de las cacerolas del 2001 y el apoyo ferviente que estos mismos sectores le brindaron a la Mesa de Enlace durante el conflicto por la 125 en el que volvieron a aflorar con fuerza inusitada los núcleos duros de la cultura noventista. Gran parte de la oposición siguió, y sigue, expresando el impulso pospolítico y posideológico emanado con fervor evangélico del neoliberalismo que suele moverse a gusto entre la jerga de los economistas ortodoxos, de esos que aterrorizaron el sentido común de la población desde los tiempos de la hiperinflación, y la invención marketinera de "nuevos políticos" surgidos de las usinas de publicistas y encuestadores. Todos comparten la peregrina convicción de la ausencia final de izquierdas y derechas y el predominio de una nueva dirigencia "preocupada por lo que le pasa a la gente". En un giro "a la moda", el radicalismo ha decidido, haciendo carambola a dos bandas, incorporar, a un mismo tiempo, a un exponente del establishment económico y a un emergente, millonario él, de la "creatividad" publicitaria.

Mientras en nuestro país el radicalismo termina por convertirse en un partido conservador anulando, de este modo, las tibias reminiscencias que le había otorgado Raúl Alfonsín cuando lo soñó como parte de la internacional socialdemócrata, el pueblo peruano acaba de elegir como presidente a Ollanta Humala reafirmando los vientos de transformación que vienen soplando con fuerza, y en la época de los bicentenarios de nuestras independencias, por el sur de un continente que supo sufrir los estragos del neoliberalismo.

Entre nosotros se despliegan decisiones políticas que, más allá de cierta sorpresa inicial (nacida del parecido del hijo con el padre y de su continua imitación que parece haber llegado a su punto final con el acuerdo sellado con De Narváez), vuelven a afirmar que la única fuerza que hoy expresa una vocación emancipatoria en sintonía con lo que viene sucediendo en varios países hermanos, es el kirchnerismo. Del lado de la derecha (nombremos a las cosas por su nombre) se han constituido al menos tres propuestas capaces de ofrecernos una rápida imagen de un tren fantasma que nos quiere reconducir a un pasado que ya conocimos y del que hemos logrado salir en los últimos ocho años. Lo sorprendente es que hacen poco y nada por evitar las comparaciones o por alejar las huellas de una regresión hacia aquel otro país cuyas dolorosas consecuencias todavía no se han cicatrizado del todo.

Alfonsín Jr., cada vez más lejos de su padre, ha salido a buscar compañero de fórmula entre las filas de viejos y ajados economistas que supieron hacer de las suyas en el tiempo en el que reinó inmisericorde su majestad el mercado; González Fraga ha sido el bendecido por un partido que se ha quedado a la derecha incluso de su tradición alvearista y antipersonalista haciendo añicos los últimos restos, ya definitivamente extraviados, de su original impulso popular yrigoyenista. ¿Qué dirían Alem e Yrigoyen del hijo pródigo que no dudó en imitar a su padre, en los trajes y en los gestos, en la retórica y en la inflexión de la voz, pero al precio de falsificar lo mejor de su paso por la historia? ¿Dónde habrá quedado el partido que supo enfrentarse "al régimen" allí donde su actual heredero sella una alianza con la derecha empresarial y con los residuos impresentables de un peronismo sin memoria ni vocación popular pero bien compensado por los dineros del millonario colombiano? Hambriento de votos y deudor de los sumos sacerdotes de la religión de los Durán Barba, el radicalismo no dudó en desprenderse de su socio socialista para atrincherarse con los exponentes del conservadurismo liberal.

Por esas cosas de la fatalidad deberá competir con otra opción de derecha, esta vez emergente de un peronismo autoritario y oscuro, representada por Eduardo Duhalde y su nuevo compañero de andanzas, el desprestigiado Mario Das Neves que intenta olvidar rápido el bochorno electoral de su provincia. El núcleo de su resentimiento lo ha llevado directamente a las fauces del otrora regenteador del justicialismo bonaerense. ¿Queda alguna duda de que una de las dos listas está de más? Tal vez surgirá algún periodista, de esos que suelen hacer gala de su independencia, que sugerirá, en sintonía con algún representante del "verdadero" progresismo, que todo es el resultado de una maniobra maquiavélica del propio kirchnerismo que ha sabido comprarse las voluntades de sus opositores. Hemos leído y escuchado tantas lucubraciones inverosímiles en estos años que una más no nos sorprendería.

Cual paladín de una lucha solitaria queda, como último bastión del virtuosismo republicano, la pitonisa de catástrofes que nunca ocurrieron. A la altura inconmensurable de su inmaculada virtud profética ha decidido salir a dar testimonio de un principismo a prueba de óxido, pero lo ha hecho sin hacerle ascos a su inclinación, cada vez más pronunciada desde las jornadas inolvidables de la confrontación con las patronales agromediáticas, hacia una derecha liberal que le ha permitido agenciarse, como economista de cabecera, a Prat Gay, y como operadora política avezada en travestismos múltiples a Patricia Bullrich, alguien que le garantiza coherencia y transparencia a la hora de ser fiel a sus orígenes. Los restos de la Coalición Cívica se preparan, impulsados por Elisa Carrió, a una catástrofe no anunciada por ella: su propia debacle electoral.

Alfonsín Jr., Duhalde y Carrió saldrán, feroces, a disputarse el electorado de derecha. El primero tratando de insistir en que le queda algo de progresismo, aunque sea bajo el espejismo de su parecido con el padre mientras elige como socios a De Narváez y a González Fraga exponentes, en verdad, aunque no lo parezcan de los ideales socialdemócratas del que se dice portador Alfonsín Jr. Tan inverosímil resulta esta alquimia que tal vez algún desprevenido creerá que lo insólito puede estar ocurriendo en la vida política argentina. El segundo de nuestros candidatos no se anda con vueltas y vende públicamente lo que es y piensa: se ofrece como el garante del orden y de la seguridad, de la mano dura y de los grandes grupos de poder económicos. El recuerdo de sus andanzas sigue todavía fresco entre los argentinos como para no perder el tiempo recordando su paso por el gobierno. La tercera, ya se dijo, parece enredada en sus propias profecías que, de cumplirse, terminarían al mismo tiempo con sus aspiraciones y, de paso, con el país. Este es el mapa, estimado lector, de la derecha argentina que también tiene su exponente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aunque en este último caso el candidato haya renunciado a participar de las ligas mayores una vez que su inefable encuestólogo, Durán Barba, le mostró cifras elocuentes de su inapelable derrota a manos de Cristina Fernández de Kirchner. Nos ahorró, Mauricio Macri, el espectáculo, seguramente bochornoso, de un debate inimaginable con la Presidenta del país. ¿Encontrará los recursos intelectuales, además de los artilugios de sus comandos de campaña, para enhebrar algún discurso coherente y sostenible frente a Daniel Filmus? ¿Será capaz una parte de la ciudadanía de Buenos Aires de renunciar a pensar por sí misma a la hora de optar por Macri? Una vez ya lo ha hecho aunque los vientos actuales soplan en otra dirección.

Hasta acá hemos llegado porque todavía queda por dilucidar si el impenetrable Binner se decidirá a ser el candidato de un frente autodenominado progresista o preferirá, con sabia resolución, prepararse para una oportunidad mejor. Mientras tanto, aquellos que sentimos la importancia decisiva de esta hora latinoamericana, de la cual la Argentina es una pieza clave desde mayo de 2003, celebramos el triunfo en el Perú de Ollanta Humala que ha logrado vencer el horror de la regresión fujimorista al mismo tiempo que reintroduce a su pueblo en la esperanza de un futuro compartido con los otros pueblos del continente que siguen aspirando a la igualdad y a la justicia. Ese es el viento que sopla, el famoso viento de cola, que sabe diferenciar a la restauración conservadora de los procesos de transformación popular. En nuestro país, y a estas alturas, ya no nos pueden vender gato por liebre ni siquiera aquellos que dicen vestirse con las ropas del progresismo.