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La contaminación de los mares

Por Tomás Buch(*) Es un lindo día de playa. La familia toma sol, las olas rompen, fuertes o suaves, y los niños se meten hasta donde les da el coraje o hasta donde se lo permiten los padres.

Uno se deja enterrar en la arena hasta el cuello y sale como una milanesa, frito y todo. Otro construye un castillo con túneles para que la marea, al subir, lo destruya. Papá se aburre un poco en la playa, él prefiere pescar desde la escollera. Pero cuando saca un pez y lo abre, se encuentra con la sorpresa de que, en su estómago, el animal tiene restos de materiales plásticos. Tal vez papá ni se dé cuenta, no es un experto en fisiología ictícola. Y el resto de la familia tampoco se da cuenta de que la playa es más angosta que el año pasado porque, en la ausencia de dunas –ocupadas por construcciones – el mar se lleva la arena de las playas.
El intrépido navegante, que con su velero se interna un poco más en el océano, allí donde ya no se ve la costa, tal vez se encuentre con una iridiscencia sospechosa, que pronto queda atrás, pero que indica alguno de los frecuentes derrames, grades o chicos, de petróleo, de los que nos enteramos sólo si adquieren el nivel de catástrofe. Si nuestro intrépido navegante se interna más de 200 millas náuticas, tal vez se encuentre con toda una flota de barcos de muchos países que pescan merluzas o calamares más o menos clandestinamente a un paso de nuestras aguas territoriales. Los expertos llaman a esto, irónicamente, "la milla 201" –mar de nadie, donde rige, irrestricta, la ley del más fuerte. En realidad, más cerca también rige esta ley, porque no tenemos los medios marítimos para vigilar nuestras aguas.

El que toma un barco grande, un crucero de lujo –si se salva de encallar en un peñasco y hundirse– difícilmente vea nada de esto. Las puestas de sol son maravillosas, el agua es verde o azul marino, llegará a la Antártida o a África, donde tal vez se encontrará con la miseria tan pintoresca de los africanos y, tal vez, con contenedores misteriosos que contienen quién sabe qué. Mejor volvamos al casino o al shopping sin impuestos...

El mar es una de las fuentes más importantes de alimentos para todos los países. Pescados de todas clases solían abundar en todos los mares. Algunas especies ya están al borde de la extinción, porque se los pesca más rápido de lo que consiguen reproducirse. La merluza llegó a escasear en nuestras mesas. El atún corre peligro... y encima de la sobrepesca se juega con variantes transgénicas de atunes y truchas que crecen mucho más rápido y son mucho más agresivas con las demás especies, de modo que el equilibrio del ecosistema corre serio peligro.

Especialmente porque la pesca en gran escala usa un método particularmente perverso: la pesca por arrastre (una gigantesca red que es arrastrada por el fondo y atrapa todo, inclusive ejemplares infantiles y delfines que se tirarán al mar porque no se comen). No sin antes haberlos dejado morir en la superficie de los barcos-factoría, donde los ejemplares útiles se evisceran y se congelan.

Los mares son ecosistemas relativamente estables, pero hay variaciones (algunas relacionadas con el cambio climático y otras con actividades costeras) que afectan su temperatura y su salinidad. Muchas especies –por ejemplo, el krill– son muy sensibles a la temperatura del agua. Se trata de pequeños crustáceos que forman la base de la pirámide de alimentación de todas las especies marinas, donde es cierto que el pez grande se come al chico y éste –como algunas especies de ballenas– se alimentan de krill. Otra categoría de animales (Celenterados) extremadamente sensibles a cambios de temperatura y acidez del agua son los corales, que forman arrecifes calcáreos que juegan un gran papel en las condiciones de muchas zonas costeras. Estos corales son especialmente sensibles a la acidez, por eso mueren si el mar absorbe demasiado anhídrido carbónico, lo que lo acidifica. Recordemos que se piensa en el mar como sumidero del exceso del anhídrido carbónico, culpable del efecto invernadero.

Otro grupo de seres que realizan fotosíntesis, y por ello también sirven de sumidero de CO2, son las algas fotosintetizadoras microscópicas, que son el principal pulmón del mundo, aún más que las selvas. Para acelerar su crecimiento se hacen experimentos en mar abierto, sembrando sales de hierro, sin saber muy bien qué consecuencias puede tener ese experimento de geoingeniería. Demasiadas algas eutrofizan el mar, absorben el oxígeno y pueden asfixiar las demás especies marinas. Otra idea irresponsable cuyos efectos pueden ser imprevisibles. Una vez más, irresponsablemente, jugamos al aprendiz de hechicero.
Para terminar esta breve visita a las bellezas ocultas de los mares, mencionaremos la existencia de dos gigantescas islas de basura en el Pacífico: dos remolinos de miles de km de diámetro y una decena de metros de profundidad, 700.000 km2 –el área de toda la Patagonia– con basura flotante de todo tipo. También hay una isla similar en el mar de los Sargazos. Los peces comen esa basura, sobre todo plásticos de todas clases, pero también algunos materiales impregnados de metales pesados, como el omnipresente mercurio. Y nosotros comemos esos peces.

Y disfrutamos de nuestro próximo viaje a la playa.

(*) Físico y químico