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Kicillof pulsea entre la teoría y la realidad

Esta semana, la reaparición de la Presidenta, la tragedia de Barracas y Fútbol para Todos lo corrieron del centro de la escena.

Por Pablo Sirvén
Nota extraída de diario La Nación

Esta semana, la reaparición de la Presidenta, la tragedia de Barracas y los interminables entuertos del Fútbol para Todos lo corrieron del centro de la escena.

Pero Axel Kicillof, de todos modos, recuperó fugaz protagonismo para deglutir otro sapo al anunciar en persona el aumento a los combustibles , luego de haber sido uno de los abanderados contra Shell , que ya había ajustado sus precios días atrás. Y también podría exhibir como modesto triunfo momentáneo los centavitos de retroceso del dólar oficial.

El "típico de petiso", con que la picaresca popular alude jocosamente a que los retacones suelen tener fama de pendencieros e intolerantes, recobró fuerza en estas últimas semanas. Razonan que para sublimar el complejo de inferioridad por la altura escasa, quienes despegan modestamente del piso sobreactúan carácter y personalidad. Se agrandan, en una palabra.

El comprimido ministro de Economía muestra su perfil más recio y enfurruñado en los medios cuando las cosas no salen como las soñó, algo que le sucede lamentablemente cada vez más seguido.

Salvo en las conferencias de prensa, donde se expone lo menos posible a la pregunta incómoda e indiscriminada, prefiere prestarse a hablar sólo con medios y periodistas amigos que no le opongan la más mínima dificultad. Pero aun en esas vidrieras donde se lo deja explayarse a gusto, pronto se acuerda de los que lo quieren mal y despotrica contra aquellos medios y periodistas "hegemónicos" a los que transfiere todas las desgracias de su frágil gestión.

Durante bastante tiempo estuvo más resguardado trabajando desde un cómodo segundo plano, con intermitencias estelares, en su paso por Aerolíneas Argentinas e YPF; pero en cuanto Cristina Kirchner resolvió blanquear su alta influencia sobre la marcha de las finanzas públicas al nombrarlo ministro, las malas noticias empezaron a caer como un torrente sobre su cabeza.

Tras el alejamiento de Roberto Lavagna, en 2005 por discrepancias con el rumbo distorsionado que desde entonces tomó Néstor Kirchner primero y, desde el 10 de diciembre de 2007, con más determinación su esposa y sucesora, los titulares de la cartera económica perdieron toda significación política y mediática. Salvo Martín Lousteau, con su ruidosa y breve incursión recordada por la resistida resolución 125 de su puño y letra, los demás pasaron sin pena ni gloria y, ni siquiera, son recordados por sus nombres.

La experiencia Kicillof, en su actual estadio, es un intento precario de reposición de la figura del superministro de Economía, amo y señor de las finanzas, que archiva, en cierto modo, la era de sus antecesores sumisos y silenciosos. Pero hasta por ahí nomás: la Presidenta honoraria está presta a bajarle el copete a cualquiera que se la crea demasiado, se llame Capitanich, Tinelli o Kicillof. Por eso, en la semana que pasó se lo vio más como figura de reparto que como protagonista.

En su afán de desmarcarse de todo aquello que pueda oler a establishment , el hacedor de los cedines cultiva un perfil que ya ha trascendido las fronteras y hasta The New York Times se atrevió a catalogarlo de "académico con patillas estilo rockabilly y aversión a los trajes".

Kicillof aplaude en los hechos las palabras pronunciadas en la cumbre de la Celac por el presidente uruguayo, José Mujica, sobre que "nos tenemos que vestir como gentleman ingleses porque ése es el traje de la industrialización y nos tuvimos que disfrazar todos de mono con corbata".

Hace un par de semanas, la tapa de la revista Noticias lo retrató en bermudas y arrastrando un changuito hacia un súper chino. Más allá de la curiosidad que la imagen despierta por su inesperada informalidad, también podría sugerir que el ministro se distrae en tareas domésticas fácilmente delegables o que realiza su trabajo "de campo" como economista al relevar los precios del negocio donde se abastece de comestibles.

¿En qué quedó el sesudo teórico que impresionaba en la facultad con sus performances académicas y con sus libros insoslayables? Por lo visto, son profundos los abismos que separan la teoría de la realidad.

Es que comparado con superministros de Economía de otras épocas -Alsogaray, Gelbard, Sourrouille, Cavallo-, que parecían tan sólidos cuando presentaban un plan, aunque luego naufragasen de distintas formas, Kicillof arrancó trémulo y contradictorio, en medio de la corrida cambiaria, con imprecaciones ideológicas más que con efectivas fórmulas económicas que neutralizaran la sangría de reservas y la inflación.

Como Lorenzo Sigaut ("el que apuesta al dólar pierde") y Eduardo Duhalde ("el que depositó dólares recibirá dólares"), al afirmar Kicillof que autorizaba la venta legal de la moneda norteamericana "con un sesgo hacia los que menos tienen", trascenderá junto a ellos a la posteridad con su memorable frase.

"Hubo una época en la Argentina donde cualquiera podía comprar dos millones de dólares por mes sin explicar el origen de los fondos", dijo Kicillof en Página 12. Nadie había sido tan franco hasta ahora en el poder: precisamente, ésa fue la cifra que en octubre de 2008 compró Néstor Kirchner.