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Hablo, porque hicimos mucho

* Por Luis Juez. Es necesario saber que los procesos de planificación urbana deben estar enmarcados en políticas de Estado que trasciendan una gestión.

Durante todo 2008 intenté que Daniel Giacomino comprendiera que había tareas inconclusas en la ciudad y que los cuatro años de mi gestión no me habían alcanzado para concretarlas. El plan estaba maduro y sólo había que continuarlo.

No deseo detenerme en Giacomino, pero sí en miles de cordobeses que entendieron por qué los planes que habíamos desarrollado no pudieron terminarse mientras él, en 2009, se encandilaba con elalfombrarrojismo de la Casa Rosada, desatando sus veleidades de soldado al servicio de los empresarios.

Me hice cargo de las circunstancias y mantuve, hasta hoy, un prudente silencio sobre cuestiones de exclusiva competencia municipal.

Tuve la satisfacción de que, más allá de los errores que cometí, cuando disputé la Provincia y mi banca de senador, los vecinos volvieron a apoyarme. Creo que me dieron esa posibilidad, además de por lo que hicimos en la Municipalidad, porque nunca callé cuando hablé de la ruina a la que llevaron, y siguen llevando a la Provincia, el tándem De la Sota-Schiaretti-De la Sota.
Permití que aquel a quien se le ocurriera meterme en la misma bolsa que a Germán Kammerath y Giacomino hablase de las ineficiencias de los últimos 12 años en la ciudad, sin importarle estar faltando a la verdad, ya que en mi período como intendente, puedo demostrarlo, no fui igual ni al que me precedió ni al que me sucedió. Reconozco haberme cansado de consentir lo injusto.

El urbanismo como ejemplo. Hoy veo a mi ciudad y a sus vecinos sometidos a una suerte de liquidación a bajo costo, en beneficio de un grupo de pícaros que les aumentan abusivamente los impuestos o el cospel y a la vez los privan de los más elementales servicios de alumbrado, bacheo y transporte digno, por nombrar sólo algunas cuestiones, porque nada han proyectado.
Un caso concreto es el referido al tema urbanístico.

El pasado 1º de abril, una nota publicada en este diario bajo el título "La política en el espacio urbano" señala: "La ciudad de Córdoba perdió muchas cosas en la última década. Tal vez la más importante sea la pérdida del rumbo urbanístico. Pasaron tres intendentes que esbozaron planes diferentes y apenas si pudieron concretar alguno, y la ciudad creció donde, cuanto y como los desarrollistas quisieron".

Me rebelo a consentir en silencio semejante afirmación.

Es necesario saber que los procesos de planificación urbana deben estar enmarcados en políticas de Estado que trascienden una gestión de cuatro años.

Deben ser asuntos consensuados con los sectores interesados mediante un debate amplio, escuchando a los vecinos, a profesionales, a académicos y a los técnicos municipales.
Son temas complejos, que deben tener en cuenta estudios de base, estadísticas y proyecciones, no sólo de la construcción, sino también del desarrollo económico de la ciudad y sus habitantes. Y así lo hicimos.

Quienes reclaman que hace 10 años que no se planifica deben decir que no todo fue lo mismo. Mi gestión recibió áreas técnicas desmembradas, más de 200 permisos de edificación de torres en Nueva Córdoba, la mayoría sin planos ni dueños conocidos y ausencia total de controles por parte del Estado.

Por eso revisamos y actualizamos cada ordenanza, todos los parámetros e índices de fraccionamiento, ocupación y uso del suelo. Eso significa que, proyectando esos índices, pudimos imaginarnos cómo sería Córdoba en el futuro.

Sorpresas impensadas. Pero fuimos mucho más allá, porque concretamos gran parte de la infraestructura de servicios para atender el crecimiento previsto y su materialización. Mientras esto hacíamos, tuvimos que enfrentar, con urgencia y por sorpresa, decisiones que tomaban otros actores políticos, como por ejemplo la venta de los terrenos del ex Batallón 141, con la finalidad de construir más edificios en ellos, o los barrios ciudad de De la Sota en la periferia, donde miles de cordobeses fueron librados a su suerte.

Eso no nos amilanó y muchas cuestiones pudimos definirlas. Hicimos 16 desagües, de 45 previstos, construimos cuatro nudos viales, pavimentamos tres mil cuadras, tuvimos un 96 por ciento de encendido lumínico, ampliamos la planta de Bajo Grande y hasta terminamos con el "inodoro gigante".

Establecimos pautas para que los nuevos edificios contemplen la construcción de cocheras, aumenten el número de sus ascensores y amplíen la superficie cubierta de los departamentos que construían, para que los vecinos tengan una mejor calidad de vida. No nos importó que los empresarios ganaran un poco menos.

Hicimos restringir la ocupación de tierras productivas para usos residenciales y establecimos una zona de transición entre lo urbano y lo rural, en protección de la salud de la gente. Creamos el catálogo de bienes inmuebles y lugares del patrimonio y prohibimos demoliciones de edificios de valor histórico, lo que sirvió para impedir negocios escandalosos.

Giacomino, en apenas otros cuatro años, derrumbó todo el esfuerzo hecho, entregando el negocio urbanístico a las corporaciones e instaurando mecanismos por lo menos sospechosos para la habilitación de cualquier emprendimiento, en cualquier lugar de la ciudad, sin haber concretado una sola obra de infraestructura que acompañe al crecimiento.

Ojalá el intendente Ramón Mestre mejore su rumbo hasta ahora intrascendente, porque si se sigue dedicando a controlar el horario de venta de choripanes, sin preocuparse por los buitres que acechan a Córdoba para quedarse con parte de su patrimonio, lo que ha logrado sobrevivir de aquel esfuerzo de mi gestión también corre el riesgo de ser destruido.