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Francia: una intolerancia cargada de frustraciones

Por Marcelo Cantelmi* La masacre cometida en Toulouse por un fanático de origen islámico encontró su caldo de cultivo en la crisis.

Nadie debería sorprenderse por lo que sucede cuando se juega con fuego. Tampoco por el vínculo que aletea entre la catarata de expresiones de un racismo incandescente lanzadas tanto por el gobierno como la oposición francesas y la breve pero sanguinaria carrera criminal del asesino de Toulouse Mohamed Merah. Este muchacho de 23 años, francés de origen argelino, muerto el jueves pasado de un tiro en la cabeza por el equipo de policías especiales que lo sitió en su guarida, ha sido identificado por el Estado como el autor de la masacre de tres niños y un rabino en una escuela judía de París y, antes de eso, de haber acribillado a tres militares franceses de origen extranjero y musulmanes como él.

Esos crímenes conmocionaron a una Francia abrumada por un presente económico y político muy complicado y que se encuentra en plena carrera electoral para las presidenciales de abril. Los comicios, en los cuales el presidente Nicolás Sarkozy juega su reelección, están intoxicados por una campaña en la cual el lenguaje dominante es el odio y el desprecio hacia los extranjeros, en particular a los árabes y el islam, aunque también caen en ese pozo de intolerancia los gitanos rumanos o quien quiera que sea visualizado como un "otro" temible.
Francia no escapa a la regla general de las calamidades de una Europa ahogada por una crisis histórica de crecimiento.

Esos abismos han venido pariendo una generación de políticos que postula salidas mágicas extremistas a un electorado de clase media desilusionado. En Holanda, en Suecia, en Finlandia y hasta en Rusia han crecido alternativas de poder que, en un espejo del estilo del fenómeno fascistoide del Tea Party norteamericano , proponen como clave para recuperar la calidad de vida perdida la eliminación de los extranjeros y de los diferentes (gitanos, negros) de su espacio económico. Una digresión necesaria: el tremendo asesinato racista hace pocas semanas de un jovencito negro de 17 años en el Estado de Florida por un "vigilante barrial" blanco que le disparó aunque el muchacho no había hecho nada, forma parte de este sentido común de insularidad que se extiende por el norte mundial y que hasta justifica como razonable que el criminal no haya sido detenido por la policía. Cuestión que hubiera tenido otro trámite sin dudas si el color de la piel de esta gente hubiera sido a la inversa.

En Europa hay ya un rito de la islamofobia y la arabofobia, especialmente en países como Francia donde residen cinco millones de musulmanes y en un continente en el cual ese credo tiene ya más de 25 millones de seguidores. La idea fuerza que unifica a la legion de intolerantes es que la inmigración en general pero de aquella confesión en específico, es el lastre en una economía que de otro modo sería floreciente . Es un razonamiento estúpido y autista, pero ha servido para ubicar afuera las razones de un fenómeno interno para el cual no hay una solución clara e inmediata y que se expresa en más desocupación, precariedad y menos Estado benefactor. El resultado de esa contradicción y del relato xenófobo ha sido el crecimiento sin precedentes de candidaturas como la de la ultraderechista Marine Le Pen en Francia que si no ganará las elecciones ha tenido sí el mérito de imponer su agenda a Sarkozy y a su principal rival, el socialista François Hollande.

El presidente francés ha llegado a hacer campaña sosteniendo que en Francia "hay muchos extranjeros" y presionando a sus socios europeos para eliminar la libre circulación de la gente que permitió en un notable avance cosmopolita el tratado de Schengen en 1985. Hollande no se quedó atrás y planteó que para resolver el problema de la inmigración de gitanos rumanos se debería construir campos especiales donde internarlos. Es un escándalo. No hace falta un gran esfuerzo de memoria para hallar en la historia ejemplos de estas "soluciones finales" destinadas a grupos raciales específicos. Ese mismo rumbo de sobreactuada fe xenófoba explicó en su momento la impetuosa participación de Sarkozy en el bombardeo a Libia para ayudar a derrumbar la dictadura del carnicero de Trípoli. Fue un gesto para entusiasmar a los arabofóbicos y entender que tenían en el presidente también a uno de ellos.

El caso de Merah ha articulado perfectamente en esa línea. El terrorista rodeó sus asesinatos de una serie de proclamas en las cuales se adjudicó pertenencia a la gaseosa red Al Qaeda y haber recibido entrenamientos militares en Pakistán y Afganistán que lo habrían convertido en un luchador salafista ( lo correcto , la version más rígida del islam). El gobierno de Sarkozy contribuyó también a fortalecer la imagen de que se trató de un criminal aplicado a la guerra santa islámica. El ministro del Interior Claudé Guéant había revelado que Merah era seguido por los servicios de inteligencia luego que se supo que viajó a Afganistán en 2007 donde estuvo detenido. Eso ocurrió cuando el terrorista tenía sólo 18 años. Precoz, según la versión oficial acabó preso en Kandahar acusado de plantar bombas. No se sabe cómo, pero el muchacho logró escapar del penal. El dato se torna aún más curioso si se lo contrasta con las declaraciones que funcionarios de Pakistán formularon a la agencia Reuters en las que sostuvieron que Merah jamás estuvo arrestado en Kandahar y remarcaron que no tenían información alguna sobre el. La contradicción la intentaron zanjar fuentes del gobierno de Kabul que señalaron a la BBC que podría haberse tratado de otra persona con el mismo nombre.
Merah era un ratero que estuvo preso sí, pero en Francia por delitos menores . Era "un vulgar criminal no un mujaidín", abundó el responsable de lucha antiterrorista de la Unión Europea, el belga Gilles de Kerchove. Lo cierto es que este criminal mató a judíos y también a musulmanes. Y al hacerlo pareció una clase de terrorista menos en el camino de la Jihad que en el del neonazi noruego Anders Behring Breivik que el año pasado masacró a un centenar de personas en Oslo en nombre de un mundo nuevo. Merah formaba parte de un amplio océano de marginalidad y desilusión que se refleja en Francia en la existencia de 8,2 millones de personas en la pobreza. No es, sin embargo, un problema limitado a ese país: un cuarto de la población europea, 115 millones de ciudadanos, viven en los límites de la miseria debido a la profundización de la crisis global. En un ambiente como ese, cargado de frustraciones y bombardeado desde los máximos liderazgos con discursos irresponsables, lo menos que debería asombrar es la aparición de fanáticos no importa la máscara que se cuelguen. Jugar con fuego ...