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Época de elecciones

*Por Arnaldo Pérez Wat. Debemos mentalizarnos en que está próximo el bendito día en que logremos que los intereses de la mayoría se integren con un criterio justo y verdadero.

Juan Bautista Alberdi, además de genio, debió ser vidente, pues pensó con un siglo y medio de anticipación lo que ocurriría hoy: en su libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina , proponía que el presidente de la Nación sólo podría ser reelegido pasado un período de tiempo igual al de su mandato.

Ahora, cuando el político se hace cargo, en lugar de gobernar comienza a pensar en una reelección. Y como casi siempre se anuncia un escrutinio en alguna provincia o ciudad importante, hablar de "época de elecciones" resulta un contrasentido: equivale a decir "época cotidiana" o "época sempiterna".

Los comicios revelan, en su mayoría, que sobre el pueblo se encumbra el poderoso aparato del Estado, indiferente a las necesidades de aquellos a quienes tiene obligación de asistir. Vamos hacia los 30 años de democracia y la decadencia se acentúa: el pueblo, entregado, se va acostumbrando a que el Estado es algo lejano con el que no tiene nada en común. Y la oposición siempre tiene en la mira la distribución de cargos políticos, como si tal denuedo fuese la única finalidad de la alta política.

La riqueza natural inagotable del país parece permitir semejante desatino. Ello no es ignorado por un gobierno ansioso de perpetuarse, puesto que con regalías y subsidios se maneja a la masa del mismo modo que, llegado el caso, puede domesticársela con el hambre.

No faltan hombres con autoridad moral que podrían dialogar para construir. Hay candidatos que opinan sobre que es momento de dejar el lugar a los jóvenes; que ya es hora de probar con sangre nueva de una edad entre 25 y 40 años, pero a esos ciudadanos de palabra se los ignora.

Con la vejez, las arterias se esclerosan y el anciano puede hasta ignorar un infarto. En la inmensa población de la sangre, del trabajo del glóbulo, nace el bienestar del organismo y del espíritu, así como del trabajo del empleado y del obrero nace el bienestar de la nación. Pero ya apenas se escucha el latido de la muñeca, debido al ruido malintencionado de bombas, escraches y cortes de calles arbitrarios, porque el poder, con su inmoderado amor a la riqueza, sabe que si el país recobra la salud, se terminan sus negociados.

La reconstrucción. Sin embargo, no se puede claudicar. Nuestro organismo enfermo instintivamente luchará contra su mal y esta sociedad logrará sobreponerse a las grandes catástrofes. El Estado necesita el funcionamiento de un cuerpo que posea el vigor necesario para sustentarse.

Los ciudadanos argentinos ya no tienen dentro de la nación la igualdad de derechos ni representación política alguna, a causa de la intolerancia permanente, que no es sino el resultado de una vanidad ignorante.

Como suele decirse, "no nos queda otra" que ser constructivos y pensar que de las escuelas puede surgir una forma de restaurar los cimientos de las instituciones, que resurgirán como la base de una auténtica república democrática. Con ese fundamento legal, el voto podrá barrer la fatuidad sin control de ciertas facciones que piensan sólo en elecciones torcidas a su favor.

Debemos mentalizarnos en que está próximo el bendito día en que logremos que los intereses de la mayoría se integren con un criterio justo y verdadero. Que la igualdad de posibilidades se traduzca en comicios sanos, cuya intencionalidad sea el reflejo de una gran comunidad en donde todos los hombres gozarán del derecho de intervenir en los asuntos de interés general.