Eleonora Cassano: "Dejo le danza clásica antes de que me deje a mí"
A los 46 años, en plena plenitud física y artística una de las mayores estrellas del ballet argentino e internacional está a punto de empezar su gira de despedida.
El 5 de enero de 1965, muy cerca de San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo, y en Noche de Reyes, nació la segunda hija de Lidia y Horacio. Pero fue -más tarde se sabría- Noche de Reina. Porque la beba, Eleonora Cassano, llegaría a una de las cumbres más arduas, y sólo para iluminados: étoile de ballet. Padre y madre la llevaron, apenas a sus siete años, al Templo y su Gran Ceremonia: el Colón, El Lago de los Cisnes, de Piotr Tchaikovski, estrenada en el Bolshoi en 1877. Y la niña, terminante, dijo: "Esto es lo quiero hacer; esto es lo que quiero ser". A los pocos meses entró a la Escuela de Ballet del Colón. Entre 600 aspirantes, quedaron 60. Luego, de las 60, apenas 30. Y diez años después...
¡egresaron dos! Una de ellas, Eleonora.
Ahora y aquí (Buenos Aires, noviembre 17). cumplidos 28 años de carrera, recorridos los más nobles escenarios del mundo, premiada decenas de veces, después de un ensayo, y con ese privilegiado cuerpo y esos huesos capaces de ir más allá del límite humano, y sus eternos 43 a 45 kilos que no mueven la aguja de la balanza aunque coma a lo Pantagruel, habla con GENTE.
"A los siete años, cuando mis padres me llevaron por primera vez al Colón, decidí lo que quería ser, y lo que soy. Es raro que a esa edad se decida una vocación, pero así fue "no porque sí". Porque ha empezado su retirada...
-¿Adiós para siempre? ¿El cuerpo se declaró en rebeldía?
-No. Me siento muy bien: mejor que hace dos años. Y sobre un escenario soy tan feliz como el primer día. Pero me voy del ballet clásico porque quiero un final digno para mi carrera.
-Sin embargo, al verte ensayar o actuar, hasta el menos entendido creería que entre el ballet clásico y vos no hay ni una grieta.
-Es cierto. Incluso, ni siquiera me molestan las clases: me encanta seguir trabajando mi cuerpo.
-Entonces. ¿Por qué el adiós?
-Porque cuando uno sigue, y sigue, y sigue, pierde perspectiva. Me niego a eso. Quiero retirarme de la danza clásica, antes de que esa danza me retire.
-Julio Bocca creía lo mismo...
-Es cierto. Pero él lo planificó con tiempo, fijó una fecha.
y la cumplió. Yo no puedo. Pero si extiendo el plazo, corro el riesgo de equivocarme, y que el público lo advierta.
Además, no hacer más danza clásica no implica bajar el telón. Puedo hacer muchas más cosas sobre un escenario. Y lo hice. Bailé tango, swing, mambo. Hice revista en el Maipo. Actué, y hasta canté... aunque no canto como bailo. Sin embargo, puedo mejorar.
-¿Tu gran final será en el Obelisco, como leí en algunas notas de prensa?
-No. O mejor, no sé... No quiero pensar en ese momento, poner fechas, imaginar repertorio. Será cuando tenga que ser...
-¿Estás preparada para enseñar?
-Totalmente, me encanta, y enseñando no soy una profesora rígida. Soy una más. Me tiro al piso, me revuelco..., lo mismo que una alumna. ¡Me entrego!
-¿Bailar cualquier género se lo debés a tu formación clásica, o es un don?
-La escuela clásica te da amplitud para hacer ciertas cosas, pero también te obliga a cierta rigidez. Ese corset es lo que me impulsó a hacer cosas diferentes. Estar en el escenario desde otro lugar.
-¿Pero podrías hacer esas cosas sin la formación clásica?
-¡No!
-Comprendo. Gaudí, el célebre arquitecto catalán, pudo hacer columnas torcidas... porque antes aprendió a hacerlas derechas.
-Es buen ejemplo, sí.
-¿No sos demasiado joven para abandonar la danza clásica? Porque se te ve muy aniñada.
-Tengo cuarenta y seis...
-¿Tus huesos lo sienten?
-Son nobles. Me duelen, pero me han respondido. No tengo operaciones, como tantos bailarines. Sólo dos cesáreas, para tener a mis dos hijos: Tomás, que tiene quince, y Julieta,
de nueve.
-Saber que hay ballets que ya no volverás a hacer, ¿te duele?
-Sí, claro. La nostalgia te pega fuerte. No volver a bailar un Romeo y Julieta, un Lago de los Cisnes, un Don Quijote, me duele. Pero tengo autodefensa: no pienso en lo que hice, sino en lo que haré.
-¿Veinte años con Julio Bocca son fácilmente olvidables?
-¡Jamás! Fue el mayor de los privilegios, porque él pudo elegir a muchas otras, pero me eligió a mí. Pensá que recorrimos el mundo, que ganamos premios, que hicimos más de quinientos Quijotes, que nos ovacionaron en los escenarios más famosos, y que convivimos en países, en hoteles, en desayunos, almuerzos, cenas, y que hasta dormimos juntos... Sentí celos cuando bailaba con otra. Fue como mi segundo matrimonio.
-¿Te llamó para el ballet uruguayo que dirige?
-No. Y está bien: a veces no conviene mezclar las cosas.
Pero la puerta está abierta.
-¿El cuerpo no te pasó ninguna factura?
-Sí. Tengo achaques por todos lados. La quinta lumbar me recuerda que existe. Pero grave, nada.
-¿Tu familia influyó en tu decisión de bailar?
-Sin duda. Mi madre cursó toda la escuela del Colón, bailó (aunque no allí), y después de que nos tuvo a mi hermana y a mí, abandonó. Ella vive. A mi padre lo perdí hace quince años.
-¿Cómo es tu casa de San Antonio de Padua? ¿Un templo del ballet? ¿Un museo de recuerdos?
-¡No! ¡Nada que ver! No hay nada de eso. Ni siquiera un estudio de ensayo. Cuando bajo del escenario soy la esposa de mi marido (Sergio Albertoni, químico), la madre de mis hijos, una señora que se levanta a las seis de la mañana, los lleva al colegio, va al supermercado a cara lavada. Han llegado a decirme "¡Cómo se parece a Eleonora Cassano!". A veces me piden autógrafos, y me halaga, claro. Una mujer me dijo "A mi hija le puse Eleonora, por usted". Son cosas que me emocionan, pero nunca mezclo el escenario con mi vida privada. Tengo el mismo marido hace veinticinco años, no fumo (fumé, pero él me hizo dejarlo), no me drogo, no tomo alcohol, salvo un vinito a la noche, para relajarme...
¡soy un plomo!
-¿A qué apuntan tus hijos?
-Tomás hizo mucho deporte, y ahora toca el bajo en un grupo.
Estoy segura de que algo tendrá que ver con el escenario.
¿Julieta? Es una divina: repite todos mis pasos de baile...
-Llegamos a La Duarte, tu espectáculo basado sobre la vida de Eva Perón. ¿Cómo nació?
-Lino Patalano me lo propuso hace mucho tiempo, y llegó el momento. Te aclaro que no soy peronista, no nací en una casa de peronistas, ni me convertí al peronismo al encarnarla.
Pero, para bien o para mal, fue una mujer extraordinaria, pasional, insoslayable. Imposible rechazar esa propuesta.
-¿Cómo la compusiste?
—Leí cosas sobre ella y vi muchas filmaciones para estudiar sus gestos y su contacto con la gente. Pero no la imito. Simplemente me tiro el pelo hacia atrás, como ella, y uso muy poco maquillaje. Lo extraordinario es... ¡que me parezco mucho a ella! Me asombro, y representarla me genera una sensación que nunca sentí antes. Pero insisto: en ese fenómeno no hay ninguna consideración política.
-El Colón no fue justo con vos ni con Julio Bocca. ¿Me equivoco?
-Para nada. Fue así. A mí ni siquiera me llamaron, y a Julio, casi hasta el final de su carrera, lo ignoraron.
-¿Por qué?
-Porque la Argentina es un país de encasillamientos. Si sos bailarín clásico, nunca podés ser otra cosa. Si bailás tango o hacés revista en el Maipo... ¡fuiste!
-¿Días de llanto copioso? ¿Los peores de tu vida?
-La última vez que bailé Don Quijote con Julio, y la noche en que Julio se despidió de los escenarios. Lloré como nunca en mi vida.