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El verdadero valor de las revelaciones de WikiLeaks

*Por Adriano Bosoni. El desafío para los estados radica en aprender a vivir en un entorno en el que resulta cada vez más difícil guardar secretos.

La reciente difusión de documentos diplomáticos estadounidenses, que el sitio web WikiLeaks realizó en cooperación con un grupo selecto de diarios de primer nivel internacional, puso a la Casa Blanca de Barack Obama en una situación incómoda y abrió un intenso debate sobre el rol que los medios de comunicación tienen en el terreno de las relaciones internacionales.

Sin embargo, esta filtración –calificada como la más grande de la historia– tiene un valor más documental que revelador.

En rigor, los cables diplomáticos en cuestión no dicen nada que no hubiera sido escrito antes por periodistas o intelectuales. Tienen un valor casi totalmente documental y están lejos de poner en riesgo la seguridad mundial, como quisieron argumentar algunos sectores; entre ellos, el propio gobierno estadounidense.

Incluso, los segmentos más candentes, como aquellos que denuncian el doble rol que Pakistán juega con Washington y con la insurgencia talibán, o la revelación de que la Casa Blanca presionó a países aliados para que recibieran presos de Guantánamo, son material habitual en diarios, revistas, libros y publicaciones especializadas.

La debilidad de EE.UU. Por lo tanto, el valor de estos "secretos" no reside tanto en su carácter "revelador" sino en la crudeza con que desnudan los principales temas políticos de la actualidad.

Al leer estos documentos, el lector puede darse una buena idea de cómo funciona el mundo de comienzos del siglo 21, o al menos cómo cree Estados Unidos que ese mundo funciona.

Son documentos que permiten al ciudadano corriente convertirse por unos instantes en una mosca en la pared del poder, capaz de escuchar conversaciones privadas y entrometerse en reuniones secretas.

Más aún, estos archivos desnudan a unos Estados Unidos debilitados ante un planeta que puja por volverse multipolar.

Las filtraciones delinean un escenario en el que cada vez son más los actores que recelan del poderío norteamericano y buscan construir sus propias esferas de influencia.

Aquí no hay declaraciones "políticamente correctas" o poses para la foto. Y aunque ello le haya significado más de un dolor de cabeza al Departamento de Estado norteamericano –la propia Hillary Clinton se vio obligada a hacer varias decenas de llamados telefónicos para pedir disculpas a los afectados–, las partes involucradas saben que la diplomacia de cualquier país trabaja de ese modo.

Ocultar los secretos. En este punto radica, paradójicamente, el aspecto más sensible de las filtraciones: en el siglo 21, hasta la mayor potencia de la Tierra tiene problemas para ocultar sus secretos.

Una consecuencia de este episodio es que la labor diplomática podría resultar afectada. Es factible que, de aquí en más, los funcionarios estatales decidan moderar las palabras que usan en los reportes ante sus superiores, por temor a que la prensa acceda a ellos.

Esto debilitaría la labor diplomática y quitaría a los ministerios de Relaciones Exteriores una herramienta crucial para elaborar la política exterior.

El desafío para los estados radica, entonces, en aprender a vivir en un entorno en el que resulta cada vez más difícil guardar secretos. La protección de datos contra posibles ciberataques resulta tan esencial como la protección de los ciudadanos y de la defensa militar.

*Adriano Bosoni (Profesor de Análisis Internacional de la Universidad del Salvador)