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El romance desconocido entre la vedette Nélida Roca y el campeón del mundo Carlos Monzón

Ella fue la estrella máxima de la revista porteña. La llamaban “La Venus de la calle Corrientes”. El autor fue uno de los pocos testigos del idilio y es la primera vez que lo cuenta.


Por Cherquis Bialo



Mi amigo Sito, un hombre respetuoso y de finos modales me pidió que cuando pudiere fuera a verlo a su local, una sastrería de alta costura. El mismo quedaba en la galería de Pueyrredón y Santa Fe. Era un negocio muy frecuentado por gente famosa; fue allí donde se conocieron, por ejemplo, el Loco Gatti y su entrañable esposa Nacha Nodar, quien por entonces desfilaba como modelo de las mejores pasarelas.

Por cierto que estamos hablando de los 70, una década brillante del deporte argentino: grandes jugadores, campeonato mundial del 78, Vilas, Reutemann, Monzón y tantos otros ídolos. Mientras iba al negocio de Sito, allá por fines de octubre de 1973, me preguntaba en qué podría ayudar a ese cálido amigo que atendía a tanta gente influyente y famosa.

Serían las dos de la tarde cuando entré al local y saludé a Sito y a su cuñado Roberto, quien le ayudaba a transcribir las medidas de los trajes y de las camisas. Luego de recibirme me pidió que saliéramos del local y una vez en uno de los pasillos de la galería, me tomó de los antebrazos y mirando hacia ambos lados, como de sotamanga, me dijo por lo bajo:

—Te tengo que pedir un favor que solo vos me lo podes hacer. No es para mí, es para mi mejor amiga, una dulzura de mujer, una reina que quiere conocer al Negro Monzón…

—¿Y cuál es el problema? El día que que esa señora venga por aquí a verte me lo decís y si se cuadra yo le pido a Carlos que me acompañe; ahí se lo presentas…

—¿Estás loco? Te estoy hablando de Nélida Roca… Una mujer que no va a ninguna parte más que al teatro a trabajar: ni a confiterías, ni a restaurantes, ni a hoteles; no permite que le saquen fotos fuera del escenario, no da entrevistas… es una dama, una verdadera lady que solo recibe en su casa a la gente que quiere ver o conocer. Y ahora me pidió tomar el té con Monzón, haceme este enorme favor.

No podía decirle que no a Sito; tampoco podría asegurarle que Monzón aceptaría ir a tomar el té con ella, aunque conociéndolo… difícilmente se negaría. El asunto era que no se enteraran ni Amílcar Brusa –su maestro y ”padre”– ni Tito Lectoure, su manager internacional y dueño del Luna Park. Fue así que un viernes, sabiendo que el campeón se iría a pasar el fin de semana a Santa Fe con su Torino Lutteral anaranjado, esperé a que finalizara el entrenamiento en el gimnasio del Luna y como casi siempre, nos fuimos a tomar algo al barcito Ring Side que estaba a la vuelta, por la calle Bouchard a pocos metros de Lavalle. Para alejarme de los demás periodistas que abrevaban en el mismo bar, me adelanté y en la vereda le conté la situación:

—Te quiere conocer la señora Nélida Roca y te invita a tomar el té a su casa.

—¿Quién es? ¿La que baila?- preguntó Monzón.

—Bueno Carlos, es mucho más que eso, es la Venus de la calle Corrientes, es la vedette número uno del teatro Nacional desde hace años, es una estrella internacional…

Sí, sí, yo la veo en los carteles –respondió el campeón. Y agregó: “Pero tiene que ser un lunes después del entrenamiento sin que se entere Brusa y vos tenés que venir conmigo”. Luego me aclaró contundentemente: “Si me gusta me quedo; si es un bagre me rajo y vos me sacas de ahí diciendo cualquier cosa”.

Era una condición de fácil respuesta pues, ¿quién no tomaría un té con Nélida Roca? De tal manera que le transmití a Sito que Carlos podría ir a la casa de la Roca el próximo lunes.

Lo pasé a buscar por el gimnasio tal cual habíamos acordado. Y antes de bajar de mi auto volvió a advertirme: “Si no me gusta nos vamos y si me quedo venime a buscar en dos horas, por favor no me falles…”.

Tras tocar el timbre de aquel piso en Recoleta nos abrió la puerta una mujer joven vestida de mucama como solo se veía en las películas: delantalcito blanco bordado sobre una pollera azul corta y ajustada, una cofia transversal sobre su negro cabello cuidado y una sonrisa amigable: “Pasen, la señora los está esperando”.

Un minuto después apareció esa reina mostrando la armonía de un cuerpo helénico, como si hubiese sido esculpido durante el periodo renacentista por Miguel Angel o Leonardo; además, aquellos dientes tan blancos y perfectos dibujaban una sonrisa particular por lo cercana y sensual. Era tan bella como yo la veía desde mi lejana butaca adolescente en el teatro El Nacional un par de veces por año. Bien que valía la pena hacer una hora de fila por Corrientes para conseguir una pulman o una platea… No importaba con quien compartía la cartelera. El capocómico de esa temporada podría ser Adolfo Stray, Tato Bores, Pepe Arias, Verdaguer, Dringue Farías, Alfredo Barbieri, Don Pelele, Tono o Gogo Andreu… Nosotros, sus admiradores íbamos por ella. Y transitábamos las dos horas del espectáculo para que llegara el jubiloso cuadro final. Era el momento de verla bajar las escaleras luciendo sus piernas perfectas.

Al encontrarnos en el living de su casa nos saludó con ternura y como no podía ser de otra manera Monzón con la mano derecha sobre la pierna se esforzó por mostrarme con inútil disimulo dos de sus dedos. Razón por la cual yo debía excusarme y regresar a las dos horas y llamar al portero eléctrico para que Monzón bajara.

Aproveché ese tiempo para ir a la Editorial Atlántida y recoger el ejemplar de El Gráfico, aún sin la tapa, que saldría esa noche. Y obviamente lo fui leyendo como cada semana de los 30 años durante los cuales tuve el privilegio de ser uno de sus periodistas.

Mientras lo llevaba de regreso a su casa de la Avenida Díaz Velez, esperé a que me dijera algo, que me hiciera algún comentario sobre esta inusual experiencia. Y lo único que salió de sus labios como a los 10 minutos de viaje en el auto fue: “Nunca toqué una piel tan suave, era como que alguien me envolviera con terciopelo; y tiene una voz tan dulce que cuando te habla al oído te enloquece…”.

El escritor y compañero Matías Bauso describió en 2019 con bella precisión a Nélida Roca a través de una nota en Infobae que permitirá conocer a esta mujer a quien él denominó como “nuestra Greta Garbo”. Esa nota exquisita la tituló: “El misterioso final de Nélida Roca, la Venus de la Calle Corrientes que triunfó en los escenarios y eligió desaparecer”. Y en uno de sus párrafos dice:

“Nélida Roca era una mediocre cantante, una poco grácil bailarina y una comediante de un solo registro y escaso timing para las réplicas. Sin embargo su atractivo era único. Convocaba multitudes que se conformaban con verla en escena. Su gracia, su principal habilidad, la mostraba en el cuadro final de cada revista. La apoteosis”.

“Con todo el elenco en escena, música estridente y una enorme escalera en el centro, ella descendía. En cada obra esa escalera contaba con más escalones. Porque eso era lo que el público iba a ver. A Nélida Roca, La Roca, bajando las escaleras con elegancia y sensualidad. Tacos infinitos, diminuta bikini, plumas, grandes estructuras saliendo de su espalda y cabeza. Mucho brillo, la cabeza erguida, la vista al frente y esas piernas que se cruzaban incitantes”.

“Ella era una esfinge en el escenario. Hierática, inalcanzable, inmutable, con poca movilidad. Alguien bien consciente de su atractivo. Su capital principal era algo inasible. Podría llamarse magnetismo. O magia”. Maravillosa definición.

Volvamos al campeón que a esa altura ya le había ganado a los mejores de la categoría conservando 9 de lo que fueron sus 14 defensas del título mundial. El campeón impresionado por las particular belleza de la vedette número uno de la Revista porteña, ya les había ganado 2 veces a Benvenuti, 2 veces a Jean Claude Bouttier, 2 veces a Emile Grifith, a Danny Moyer, a Benny Briscoe y a Tom Bogs.

O sea que cuatro meses después –febrero del 74- de haber conocido a Nélida Roca, Monzón defendería por 10° vez su título contra el ilustre cubano –radicado en México – José Angel Mantequilla Napoles. Por cierto que sobre el tema ni una palabra pues Brusa y Tito no tenían ni idea. Pero Carlos se había llevado el libro de la película La Mary pues Daniel Tinayre le insistió mucho para que lo vaya leyendo a pesar de la opinión en contrario de Tito Lectoure quien no quería que Monzón se mezclara con el ambiente artístico. Fue inútil tal recomendación pues Alain Delon quien debutaría como promotor del match al asociarse con el italiano Rodolfo Sabbatini –el histórico manejador de Monzón en Europa- lo alentaba: “Das un macho recio, típicamente latinoamericano”, le decía.

Nuestra rutina en cualquier ciudad del mundo era casi siempre la misma: correr a las 7 de la mañana, regresar al hotel, tomar algo liviano como un cortado, comer alguna fruta, descansar una hora y salir a caminar otra horita por las calles. Después volver al hotel, un almuerzo frugal, una siestita razonable y alrededor de las 15 ir hacia el gimnasio para entrenar la parte técnica: guantes, bolsa, puching, soga, gimnasia y elongación.

El día previo al combate –que Monzón ganó por KOT en el 7° round– salimos a caminar por París. Acostumbrados a alojarnos en el hotel Meridien nuestro itinerario era tomar la Avenida de la Grande Armee, cruzar el Arco de Triunfo y avanzar por Champs Elysees. En esta oportunidad Delon quiso que Monzón estuviese más cómodo y le asignó a toda la delegación el hotel Sheraton de Montparnasse en plena inauguración. Para el campeón, la suite presidencial. No obstante el cambio, nuestro recorrido se mantenía como siempre. Solo que ahora a Monzón, Brusa y Lectoure los trasladaba un auto puesto por Delon hasta el centro de Paris y nosotros nos íbamos en la línea 13 del Metro o en 73 del autobús; luego nos encontrábamos en el Café de Paris y arrancábamos desde allí pasando siempre por cábala –que resultó infalible- bajo el Arco de Triunfo.

Ese viernes –último día para comprar– cada uno fue en procura de lo suyo. Pero al llegar a Place Vendóme donde Tito debía comprarle algo que le había pedido su tía –y pareja- Ernestina en la Maison Chanel, lo vi a Carlos buscando un papel. Le pregunté si se le había perdido algo y me dijo: “Lo tenía anotado en un papel; tengo que comprar paté…”.

— ¿Paté?, le pregunté. Y agregué: ¿Paté de foie, paté de ganso, paté de ciervo, paté de faisán…? Al tiempo que iba buscando una boucherie, una carnicería en francés.

— Esperá, esperá, que encuentre el papelito, me respondió.

Por suerte, escarbando en el fondo del bolsillo derecho de su buzo apareció el famoso papelito y me lo dio sigilosamente para que lo leyera sin que se enteraran los demás. Lo llevé aparte y le dije “Carlos, esto no es un paté, es un Patek Philippe, una de las marcas más caras de relojes”.

“Soy un otario”, me dijo Monzón y agregó “le pregunté a la Roca si quería que le trajera algo de París y me dijo que no, que no me molestara. Pero como buen gil le insistí: dale, decime qué te gustaría porque igual algo te voy a traer de regalo, yo soy un caballero. Y como no le entendí lo que me decía le pedí que me lo anotara y es esto que acabas de leer…”

Disimuladamente ingresamos en la Patek Philippe Salons de Place Vendome mientras los demás estaban en la Maison Chanel y nos permitieron el ingreso sin cita previa porque se trataba de Monzón, un ídolo en toda Europa, especialmente en París. Eligió un modelo muy fino para mujer y pidió que se lo llevaran al hotel alrededor de las 12 del día siguiente pues no tenía los 8.500 dólares encima y en aquel tiempo no había tarjetas de crédito en Argentina. Después de algunas consultas que demandaron algo más de 15 minutos, vino sonriente un señor de mejillas redondas e impecable traje oscuro y le dijo: “Si lo desea puede llevarse su compra ahora señor Monzón pues hemos hablado con el señor Delon y está todo resuelto”. Luego agregó con solemnidad: “Es un honor para nuestra casa que nos haya elegido”.

“¡Qué te voy a elegir a vos y a tus relojes que cuestan un huevo, gordo..!”, murmuró el campeón para no ser entendido por el gentil gerente. Y concluyó: “Sabés el garrón que me comí…”. Luego accedió a que el fotógrafo de la casa le tomara unas fotos con la condición de no mostrar ningún reloj…

¿Cómo habrá sido el momento en el cual Monzón le entregó el regalo a la Roca? ¿Qué le habrá dicho? ¿Qué se le habrá ocurrido?. Vaya a saber… Lo que puedo asegurar es que el tiempo del romance entre Nélida Roca y Monzón fue secreto y leve. Duró desde un final de octubre del 73′ hasta un mediados de marzo del 74, cuando una joven vedette que hacía con Jorge Porcel en el Astral “La revista de oro 18 kilates”, comenzó a filmar la película La Mary con Monzón como actor.

Fue entonces cuando Nélida Roca pasó a ser un recuerdo y Susana Giménez, la nueva mujer del campeón…

Extraído de Infobae 

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