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El mar, divino tesoro

Un gigante turquesa que atrae multitudes.

Ahí está, nos llama y nos busca. El mar, tan de todos y tan fantástico que abruma. Quien lo conozca, sabe que tiene una presencia excitante y exquisita. Naturaleza naturalizada que sin embargo logra desafiar nuestra capacidad de asombro. El mar es imponentemente bello, está ahí para contarnos sobre siglos y sobre el tiempo. El mar es luna y tierra, es ritmo y pulsión.

Abierto para todos

En pañales, descubriendo esa textura nueva que muchas veces se llevan a la boca. Niños que corren a las olas, llenan baldes, encuentran caracoles y arman castillos. Adolescentes, con pelotas y paletas que arman juegos diversos. Amigos “porque faltaba uno” o dormidos al sol reponiéndose de una noche agitada. Ya adultos; en plan familiar, en pareja o grupo de amigos. No hay edad para disfrutar del horizonte y del mar.

Una lona, un mate y buena compañía bastan para pasarla bien. También hay paradores top, para quienes quieren reposeras de colchones blancos y tragos de autor. En silencio, con los auriculares propios o con los parlantes a todo lo que da. Comiendo los sándwiches traídos en la heladerita o las rabas pedidas en el parador.

Con la bikini de esta temporada o con la enteriza de hace tres años. El pareo que encontraste en la casa alquilada o el buzo que solo usás en verano. Ojotas gastadas o plataformas seleccionadas. Anteojos de sol, visera o vincha improvisada. Pelo a la “que me importa”, short que no raspe y tobillera comprada “al chico que viene a las cinco”, vestido de bambula y saquito que trajo tu amiga. En la playa todo combina, todos combinamos.

Solteros solos o en grupo, amigos y amigovios, matrimonios recientes y jubilados de la mano. Rondas de mate y truco. Secretos al atardecer con una cerveza fría de por medio. Parejas caminando por la orilla o discutiendo por dónde armar la carpa. Familias con niños y bártulos coloridos, cargados y sin dormir. Madres corriendo protector solar en mano, envolviendo con toallas o sirviendo jugo de manzana. Solitarios mirando el mar. Abuelos comprando palitos helados o alistando el tejo.

Lagartear desde las once, con protector “seis”, dándose vuelta cada una hora para irse ardido, pero parejo, a sufrir en carne viva hasta las sábanas a la hora de dormir. O tomar sol con recaudos, protección y según los horarios. O con capelina, anteojos, sotana blanca y a la sombra. Los amantes del sol (tengan una relación tóxica o amorosa) y los que lo evitan al extremo; todos están invitados.

A caminar, a trotar. Remontar barriletes, jugar al fútbol, tejo, pelota paleta, cartas. Tomar mate, barrenar, compartir una cerveza, bailar, hacer gimnasia o yoga, comer un choclo, escribir en la arena, leer un libro, hacer un crucigrama, dormir una siesta, broncearse, juntar caracoles, nadar, sumergirse o quedarse en la orilla, prometer y prometerse, "ojos rojos", abrazar y besar, saltar olas, guitarrear, “pareo o reposera”, ir a cargar el termo, acompañar al baño, hacerse milanesa, llenar el balde, correr al del helado, mirar el horizonte.   

A la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche. El mar invita a visitarlo, a perderse en su inmensidad. Si bien tiene más prensa en pleno verano, quién lo haya visitado en los meses frescos, sabe que el espectáculo sigue todo el año. El amanecer, el atardecer, y sus intervalos... El mar es una experiencia vívida, humana, ancestral. Es divino, místico y real.

Con mucho, con poco, con nada… con muchos, con pocos, con nadie… ¡el mar siempre se puede disfrutar!

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