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El impostor que le robó a un hombre hasta el derecho de morirse

Un taxista asesinó a quien le alquilaba una habitación en una casa de San Isidro y luego intentó venderla. Le dieron perpetua.

Al señor Stolzenwald le habían robado hasta el derecho a morirse. Ahora, su voz tenía la urgencia de quien ha aprendido que el tiempo vale más que el dinero. "De inmediato", insistía ante cada punto del contrato de venta que le explicaban. "De inmediato", pedía, casi rogaba, aquel 21 de agosto de 2013 en una inmobiliaria de Acassuso, San Isidro. "De inmediato", resaltaba, mientras le advertían que debían ir a tasar su propiedad antes de ofrecerla.

La ansiedad no se le había ido dos días después, cuando el tasador se presentó en la propiedad de la calle Los Sauces al 1000 y le anunció que podrían obtener 130.000 dólares. "Por 95.000 dólares la vendo", respondió el señor Stolzenwald. "Pero de inmediato".

Su necesidad, confesó, era vender antes del 16 de septiembre, plazo límite para cubrir una inversión. El aviso, sin embargo, tuvo respuesta mucho antes. El 4 de septiembre se apareció por la casa de la calle Los Sauces un posible comprador llamado Leonardo, quien llegó atraído por el anuncio y acompañado por su hijo de 3 años. Los recibió alguien que se presentó como "Giani", amigo del señor Stolzenwald y hombre de tanta confianza de aquel que se animaba a decir en su representación que estaba dispuesto a vender por 90.000 dólares.

Leonardo corrió a la inmobiliaria, dejó 1.000 dólares de reserva y se comprometió a volver al otro día para conocer al señor Stolzenwald. Y así lo hizo, el 5 de septiembre, junto a su esposa. Pero grande fue su sorpresa cuando en la entrevista se le apareció "Giani" y dijo ser, en realidad, el mismísimo dueño de la casa. Presentó su DNI y la escritura del inmueble y, ante las inquietudes que surgieron, apuró la situación con un "me parece que acá no hay interés de firmar". Al final, se firmó un acuerdo para cerrar la venta en cuatro días.

De inmediato.

A Leonardo, sin embargo, todo le olió mal. Se fue para el barrio, habló con una vecina y las mentiras se le hicieron certeza. Le mostró copia del DNI del señor Stolzenwald y las piezas que no encajaban empezaron a encontrar su lugar. Otro lugar. Más cuando el señor Stolzenwald empezó a comunicarse telefónicamente con él. Y sólo empezó a hacerlo, porque tras la primera conversación -donde le pidió que firmara la venta al día siguiente "sin que hiciera preguntas que lo pusieran nervioso"-, él no lo atendió más. Aún así, terminó recibiendo un mensaje que decía: "No puedo borrar de mi mente el rostro de tu hermoso hijo, llamame, quiero dormir en paz".

Suficiente para que fuera a denunciarlo.

Días antes de que el señor Stolzenwald pusiera en venta la casa, en la comisaría 4° de San Isidro sonó el teléfono. Eran las 10.30 del 15 de agosto cuando atendió una oficial y escuchó una voz que avisaba que en la calle Elcano al 1000 había una bolsa. Nada fuera de lo común, salvo porque parecía que contenía un cuerpo.

La oficial le avisó a su jefe y fueron para el lugar, frente a las vías del Tren de la Costa, sólo para confirmar que la bolsa era mortuoria y que adentro de ella se encontraba un cadáver vestido de jeans, suéter azul y zapatillas marrones. La cabeza estaba cubierta por una bolsa de supermercado y las manos las tenía adentro de las bolsillos porque escondían un secreto: alguien le había cortado la primera falange de cada uno de sus dedos para dificultar su identificación.

Tres se los había seccionado cuando aún respiraba, unas 36 horas antes. Luego le habían apretado el cuello con una soga hasta que el aire le faltó para siempre.

El 9 de septiembre, el día en que debía cerrarse la venta de la casa, la Policía recibió otra denuncia. Era de Rodolfo Stolzenwald, padre del señor Stolzenwald: pedía ayuda porque llevaba un mes sin ver a su hijo, Hernán, de 49 años. Cada vez que llamaba a su casa de la calle Los Sauces lo atendía un inquilino, al que conocía como "Giani", que le decía que su hijo estaba trabajando con "una señora" en una fábrica de bolsas de plástico en Moreno y que no se llevaba el celular porque ahí no tenía señal. "Está instalado allá y vuelve por acá cada cinco días", juraba "Giani". Pero, claro, esto no lo tranquilizaba.

Mucho menos lo calmaba saber que el inquilino tenía antecedentes penales. El padre del señor Stolzenwald agregó a la Policía que solía depositarle dinero a Hernán en su caja de ahorros pero que no la había usado. Y encima días antes lo había llamado un hombre para contarle que había puesto una seña por la casa, que hasta donde sabía no estaba en venta. La descripción de su hijo que le había hecho no coincidía con la realidad sino con el aspecto de "Giani" quien, según le había contado Hernán, dos meses antes había señado una casa para irse pero no lo había hecho porque le faltaba plata. Eso, le parecía, podía tener relación con su desaparición.

Así era: al señor Stolzenwald le habían robado todo, hasta el derecho a morirse.

La denuncia llevó a un allanamiento de urgencia a la casa de Los Sauces al 1000, que provocó inquietud: no sólo el señor Stolzenwald no se encontraba, sino que en su lugar había una sábana blanca con manchas de sangre. La habitación de "Giani", el inquilino, estaba tan vacía que no había dejado siquiera dudas. Por eso se ordenó su captura.

"Giani" se había ido de allí a las 3.50 de la madrugada, en un remís que lo llevó a Colegiales cargando cinco bolsas de consorcio. Quedó prófugo y así estaba cuando se supo que el ADN del cadáver era del verdadero señor Stolzenwald. Y que él, el falso señor Stolzenwald, era un hombre de 61 años que hasta seis meses antes había sido taxista y se llamaba Juan Pablo Barbaria.

No se lo volvió a ver durante los dos años siguientes. Hasta que la Policía intervino los teléfonos de su hija, comprobó que se iba a encontrar con él en un supermercado de la avenida Cabildo, en Belgrano, y la siguió hasta que le puso a su nieta en brazos. Fue el 4 de julio de 2015.

Barbaria nunca quiso declarar. El caso llegó a juicio a fines de 2017 en el Tribunal Oral N° 1 de San Isidro y, al principio, el acusado sólo abrió la boca para amenazar al frustrado comprador de la casa. "Te voy a agarrar del cogote", le gritó.

Luego aceptó hablar. Contó que el 13 de agosto de 2013, dos días antes de que apareciera el cuerpo de Stolzenwald, había salido a caminar y al regresar a la casa de la calle Los Sauces había visto "a Hernán colgando de una soga, atada a un parante, donde él iba a colocar una puerta de acceso a la cocina". Hizo un croquis del lugar y se mostró dolido: "Con Hernán no tenía sólo la relación de inquilino, eramos amigos hacía 30 años. Me pidió que vaya a vivir con él porque estaba mal de todo, anímicamente, muy depresivo y en una situación muy comprometida con la droga. Él fumaba cocaína y eso lo tenía muy mal, tenía cambios bruscos de carácter, tenía períodos en que estaba sin bañarse, inclusive un par de meses antes, cuando me quise mudar, le comenté a un vecino que no me iba porque se iba a matar".

Ante las preguntas del fiscal, identificó al vecino como "Vito Genovese": justo el nombre de un viejo capo mafia de la Cosa Nostra.

"Hernán estaba en un pozo depresivo a raíz de la abstinencia, porque dos meses antes tuvimos un allanamiento de Toxicomanía de San Isidro y se llevaron dos kilos y medio de cocaína que tenía Hernán, dólares, ropa, de todo", abundó. "¿Yo qué denuncia iba a hacer? Era Hernán el que estaba delinquiendo... Hernán la comercializaba y la consumía también... Yo en ese momento tenía captura porque me había evadido de una causa por tenencia de arma de guerra...".

Eso sí era cierto: Barbaria había sido detenido en Belgrano el 2 de agosto de 2011, cuando manejaba el BMW de su hija llevando un revólver calibre 38 y algo de cocaína. Lo habían liberado y nunca había vuelto a presentarse, quizás porque sabía que sus condenas previas por falsificación de documentos y venta de drogas -más de 8 años - lo encerrarían largo tiempo.

Pero ¿qué había hecho al ver colgado a Hernán? "Yo en el año 2011 tuve un problema cardíaco... en fin, no puedo hacer mucha fuerza, hice toda la fuerza que pude hasta que sentí la puntada...". Igual, describiría con horrorífica puntillosidad la forma en que había manipulado el cuerpo. "Me senté en la cama y me dije: '¿Qué hago? A la Policía no la puedo llamar porque voy preso, no tengo donde ir...' . No tenía un centavo, porque él mantenía la casa, él vendía droga a dos o tres clientes, me había llamado a mí para dejar la droga, para eso yo estaba con él, yo era el mejor amigo que tenía en ese momento... Jugábamos al truco o mirábamos una película, yo consumía en esa época también, para ser honesto...".

Aseguró que entonces había aparecido por la casa un policía de Toxicomanía, "El Gordo", para cobrarle a Hernán coimas por la venta de droga. "Me dio una cosa, una bolsita y me dijo que lo descolgara y lo metiera ahí adentro. 'Te quedas vos viviendo en la casa laburando', me dijo", declaró. Juró que el policía había sido quien le había cortado los dedos y que luego lo había obligado a deshacerse del cuerpo en Saavedra, pero que él se había asustado y lo había tirado antes.

Su temor, afirmó, era que "El Gordo" volviera a buscar la recaudación de la droga. "Un día voy a sacar algo para cocinar, un roast beef y saco la escritura de la casa, las cuentas, el documento y se me ocurrió para solucionar el problema venderla..". De inmediato. "Es que el 16 de septiembre iba a pasar 'El Gordo' a cobrar".

Los jueces Alberto Ortolani, Elena Márquez y Gonzalo Aquino nada le creyeron. Stolzenwald jamás había consumido ni vendido droga. Tampoco tenía una personalidad depresiva. A su impostor lo condenaron a perpetua.

Un dato terminó por desnudar todas las mentiras de Barbaria. El apuro por vender la casa del señor Stolzenwald antes del 16 de septiembre no era porque en esa fecha algún policía gordo fuera a ir a exigir dinero de la venta de droga. Ese día, en realidad, cumplía años el papá de Hernán. Y su ausencia se iba a hacer entonces aún más indisimulable.

(Fuente Clarín)