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El hijo de los cuarenta III

¿Ser madre grande o preparse para ser abuela joven?. ¿Por qué estamos plenas a los veinte pero aptas a los cuarenta? De los resultados de este dilema habla esta nota.

Mi amiga llevaba su hijo como una lánguida escarapela, Su extrema veteranía (tenia cinco anteriores), le daban una tolerancia tan extrema que volvía a la criatura  temible.

Comer con un angelote

La hora de comer con un niñito de éstos merece un aparte.

Tratándose de un domingo se imponían los tallarines... Para sentar al enano hubo que amontonar dos almohadones, que de inmediato di por perdidos.  En tanto, la madre comenzó la tarea de picarle los fideos, hacerle un puré con la carne y completar todo el operativo requerido para alimentar  una criatura.

Digo yo si no saben comer solos, ¿por qué no dejar que opere la selección natural de la especie?

La criatura desbarató mis filicidias intenciones: en un espectáculo repugnante, revisó cada fideo cual si fueran lombrices venenosas, los introdujo de a uno entre sus dientitos de conejo, ¡les chupó el queso! y los volvió a dejar.  Terminado el operativo, con su propio plato se abalanzó sobre los de los demás con distinta fortuna.

El dueño de casa estaba tan impresionado que se los cedió por asco.

Mi hija seguía con el dulce "Madre look" así que se los dio con una sonrisa.

La madre estaba tan distraída que ni notó que la bestezuela le baboseaba el plato.

Yo cacé un tenedor, se lo apunté a un ojo y mi mirada debe haberle resultado más que elocuente, así que pude seguir comiendo.

Finalizado el episodio que dejó sin hambre a las almas más impresionables se dedicó al queso rallado: con una mano se lo comía a puñados mientras con la otra se lo refregaba por el pelo.  Por supuesto, los almohadones, el piso y sus alrededores quedaron hechos una cochambre infame.  Con absoluto desprecio rechazó el postre, abjuró del café y luego de limpiarse la cara y el pelo con todas las servilletas y la cortina decretó por terminado el almuerzo.

Despedida

 

Cerca de las seis de la tarde, la visita llegó a su fin.  El departamento había quedado como si hubiese vivaqueado todo el ejército de los gauchos de Güemes y librado batalla con los gauchos de Atila (o lo que fuere que comandaba Atila).  Todos teníamos los nervios hecho polvo.  El gato quedó con terrores nocturnos.  Y hasta hoy sigo mascullando preguntas sin respuestas: ¿todos los hijos de los cuarenta vienen así?, ¿vale la pena que la especie se perpetúe de este modo? ¿qué había hecho de malo ese buen señor llamado Herodes?

Pero, más allá de esta pequeña anécdota, aunque desconozco cabalmente las gratificaciones del hijo de los 40, conozco el resultado que produce en las madres.  El más notable es que cuando una mujer con sus hijos medianamente criados se embarca en esta historia, a los seis años comenzará de nuevo por dibujar palotes y años después cuando, una vez más "ingrese" al secundario, se encontrarán, ya pasados los 50 años estudiando junto con él, los misterios de las dicotiledóneas.  Y, que yo sepa, la germinación del poroto no es el tipo de conocimiento que embellezca o de plenitud a esa etapa de la vida. Pero yo sólo narro, no juzgo, y no he tenido un hijo a los cuarenta.