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El diálogo de las cacerolas

* Por Dante Augusto Palma. Si el lector lo medita bien y se toma unos segundos, creo que podrá acordar con este escriba en que el elemento central que parece resumir las críticas más o menos consistentes, aunque también los rezongos vacuos, es la palabra (falta de) "diálogo".

Antes de empezar a leer esta nota le propongo al lector un juego simple, de verano en la playa o de colectivo rodeado de cemento casi incandescente. Supongamos que en un futuro debemos escribir el resumen de un libro de historia y, con un vértigo casi "luismajuliano", se nos pide que en una sola palabra resumamos la principal crítica que atravesó el proceso kirchnerista desde sus comienzos hasta 2011. Algunos pensarán en los malos modales; otros en la ausencia de conferencias de prensa; incluso habrá quienes comenten las carteras o los zapatos de CFK. Por último, los más serios pensarán en inflación, INDEC, o locos bajitos asesinos, pero luego se caerá en la cuenta de que, si bien resultan relevantes, son sólo términos de moda que van y vienen según la coyuntura y dependiendo del espacio que en el noticiero preferido se le pueda brindar más allá de la ubicuidad de todo lo referido al clima y a los alertas meteorológicos. Pero si el lector lo medita bien y se toma unos segundos, creo que podrá acordar con este escriba en que el elemento central que parece resumir las críticas más o menos consistentes, aunque también los rezongos vacuos, es la palabra (falta de) "diálogo". Claro que no se analizará aquí si detrás de esto se esconde un eufemismo que pretende crear un escenario en el que un telón oculte una verdadera trama de concesiones a los que se benefician con el status quo de la desigualdad, pues eso merecería una nota aparte. Lo que se intentará, más bien, es indagar si se cumple el presupuesto central de cualquier diálogo, esto es, un acuerdo respecto del significado de las palabras. No hay que ser un lingüista para darse cuenta de que la posibilidad de intercambiar información a través de un determinado lenguaje depende de que los hablantes estén de acuerdo implícita o explícitamente en el significado de las palabras que intercambian pues, de no ser así, seguramente, lo que aparenta ser un diálogo será sólo una superposición de monólogos. Tal cuestión es relevante para cualquiera que intente pensar el conocimiento y la realidad en general y, seguramente, es una idea heredera de lo que en filosofía se conoce como el "giro lingüístico" de principios del siglo XX, quiebre que podría resumirse así: los grandes desacuerdos respecto del mundo que nos rodea no obedecen a dificultades de los sujetos que pretenden conocer ni a una realidad inasible o en constante cambio. Más bien, la fuente de desacuerdo es el medio a través del cual los hombres se comunican y a partir del cual pretenden conocer: el lenguaje. Para decirlo en buen criollo, muchos de los "grandes problemas" se resolverían si los hombres se dieran cuenta que el desacuerdo se produce por la ambigüedad inherente al lenguaje. Esta ambigüedad que surge de la gran cantidad de sentidos que puede tener un término es la que muchas veces genera inconvenientes donde no debiera haberlos. 

La hipótesis de esta pequeña columna es, entonces, que buena parte de las discusiones prácticas y teóricas que inundan nuestra cotidianeidad y que no ahorran litros de tinta ni hastío en forma de voces repetitivas, se producen porque, sea por ignorancia, sea por malignidad, al menos uno de los interlocutores utiliza los términos de modo tal que su adversario tiene perdida la disputa desde el vamos. En esta línea, el interlocutor en cuestión no pretende dialogar sino sólo ganar la contienda verbal, simplemente persuadir. Ejemplificaré con dos casos: la idea de "populismo" y
de "periodismo militante".

Se dice que el gobierno sigue a un teórico neomarxista que se llama Ernesto Laclau quien a su vez sigue a un teórico nazi que se llama Carl Schmitt. Por si esta presentación no alcanzara, es decir, si los motes de "neomarxismo" y "nazi" no fueran lo suficientemente peyorativos, se afirma que el señor Laclau no tiene ningún empacho en defender el "populismo". Y aquí empieza el monólogo que aparenta ser diálogo pues se supone que Laclau defiende una idea de populismo tradicional que entiende por tal la lógica clientelística que establece una personalidad carismática con un vulgo ignorante que no puede pensar más que en satisfacer sus necesidades inmediatas.  ¿Es esto lo que Laclau entiende por populismo? ¿Hay alguien que puede defender el populismo definido de esta manera? ¿Es Laclau un cínico que nos refriega en la cara que somos una masa amorfa de bestias? Asimismo, ¿CFK es una Presidenta militante, un verdadero "cuadro" político, o una Maquiavela (SIC) posmoderna que busca erigir su poder sobre la base de grandes hordas hambrientas y desdentadas?

Pasemos al segundo ejemplo. A partir de una frase del nuevo director de la agencia de noticias estatal, Martín García, se dio el debate acerca de la controvertida categoría de "periodismo militante". Las luminarias de la ingenua neutralidad valorativa, con los ojos inyectados, destilaron peste y pretendieron hundir su pluma en las yugulares distraídas. Dijeron, entonces, que el periodismo no puede ser militante porque eso supone defender acríticamente una idea parcial, ejercer una suerte de cruzada fundamentalista en pos de evangelizar e introducir la verdad en aquellos que aun no se han convertido al oficialismo. Dijeron, con buen tino, que ese no puede ser el rol del periodista. Ahora bien, sin que me corresponda una exégesis de García, cuando se habla de "periodismo militante" ¿se le está dando este sentido? ¿Alguien podría defender ese tipo de periodismo?

Qué distintas serían las cosas si las plumas que ululan por el diálogo se tomaran el trabajo de leer los libros de Laclau con ideas que pueden estar equivocadas pero que, sin duda, no pueden simplificarse de ese modo. Notar la complejidad, las páginas y páginas que éste le dedica a la dificultad de una definición clara de populismo; su idea de que el populismo sin duda supone una noción de pueblo y de una figura carismática pero que se trata de una lógica de lo político que marca la inevitabilidad del conflicto, de la puja de intereses y de la disputa por la hegemonía que surge a partir del agrupamiento de un conjunto de hombres y mujeres que se enfrentan al poder una vez acumuladas una importante cantidad de demandas insatisfechas.

Y qué decir si en vez de una definición caricaturesca e indefendible del "periodismo militante" se limitaran a pensar cómo resolver, si es que fuera posible, la impronta subjetiva que cada uno de los que escribimos carga consigo entendiendo así la militancia no como la repartija casquivana de panfletos a cambio de prebendas sino como la inexorable manifestación de nuestras ideas aun en lo que consideramos la afirmación más trivial o el título más neutral y descriptivo. De ese modo se podrían sentar las bases para el comienzo de un diálogo verdadero y sincero en el cual ambas partes se vieran beneficiadas por el intercambio de opiniones sobre un lenguaje común. Se acabaría, entonces, el sinfín de slogans destinados a persuadir a una tribuna onanista que erige su forma de ver la realidad en los cimientos de palabras cuyos significados no están expuestos con claridad, palabras destinadas a persuadir a través del malentendido y con un único objetivo: hacer un ruido similar al del golpe de una cacerola.