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El caso Ángeles Rawson: el portero, corazón delator, y la descuartizadora que no lo fue

Las nuevas generaciones no conocen en plenitud el terror de leer a un Edgar Allan Poe o a nuestro Horacio Quiroga. Una vez más, la realidad imita a la ficción.

Por Jorge D. Boimvaser

@boimvaser

info@boimvaser.com.ar

La forma en que Jorge Mangeri se quiebra frente a la fiscal que lo creía inocente, parece calcado del cuento célebre de Edgar Allan Poe, "Corazón Delator".

Un criminal que odia al ojo del viejo que es su vecino, lo mata en plena noche, descuartiza el cadáver y lo esconde en el sótano de su casa. Hubo un grito en la noche. Los investigadores le van a preguntar por la denuncia sobre ese grito, y además si conoce el paradero del anciano que no está en su vivienda.

No lo ven como el asesino, sólo interrogan por rutina. El hombre dice que él gritó a la noche víctima de una pesadilla, que sabe que el anciano está de viaje. Los detectives inspeccionan la casa y no encuentran nada extraño.

Pero el criminal oye latir el corazón del muerto. Sólo él lo escucha, los policías no. El hombre cree que los investigadores ya lo saben y que fingen ignorar los latidos para burlarse de él. Entonces desesperado confiesa su crimen.

¿Qué escuchaba Jorge Mangeri cuando la fiscal lo interrogaba sin suponer que podía estar frente al autor de la horrenda muerte de Ángeles? Jamás se sabrá, pero la similitud con el cuento célebre de Edgar Allan Poe es imposible de pasarlo por alto.

Y ahora, menos ficción y más realidad. ¿Puede que alguien transporte un cuerpo moribundo en medio de la ciudad y nadie note nada? Sí, puede ser. En la gran ciudad nadie observa rarezas a su alrededor.

Aquí una historia personal que viví hace un par de años, a no más de 15 cuadras de la vivienda de la niña muerta.

Sábado a la nochecita. Una mujer de buena figura, robusta, bien vestida, de largo, con tacos altos que parecía llegar al metro 80 de estatura, caminaba llevando con gran esfuerzo un carrito y un enorme bulto tapado con lona.

Nadie se fijaba en ella. Era a metros de la Plaza Armenia, zona siempre de gran circulación de gente a toda hora.

Me acerqué para ofrecerle ayuda. Le costaba mucho llevar el bulto secreto.

Sí, también quise arrimar mis instintos. Me dijo sonriendo que no, gracias, podía sola.

"¿Vas a llevar sola el cadáver de tu marido?", le mandé de una.

"Estoy de mudanza", contestó seria.

Pensé que en serio era una viuda negra. Ahí pudo más mi instinto periodístico que el otro, el más bajo (no tan bajo, es humano que si a un hombre le gusta una dama intente usar sus trucos para cotejarla).

Pero la mujer alta no sonrió cuando le pregunté por la extraña carga.

Una mudanza vestida de fiesta, sola, con una carga pesada y un sábado a la noche no entraba en mis cálculos.

Mi fantasía era estar frente a una viuda negra, quizás descuartizadora. Si era así, una nota de alto impacto estaba frente a mis ojos y no la perdería de vista.

Me quedé parado hasta que ella avanzara, la seguí con sigilo y ella se dio vuelta para ver si yo continuaba en zona.

Siguió caminando algo más rápido. Justo pasó un patrullero a paso lento y con las luces azules encendidas. Creí que la mujer lo pararía para decirle que yo la estaba acechando. Pero no lo hizo, lo que reafirmó mi creencia que algo extraño ocurría.

El caso es que también los policías vieron lo que debía ser una imagen sospechosa. Pero siguieron de largo. Los transeúntes ni la miraban.

En un abrir y cerrar de ojos, la mujer desapareció. Me distraje apenas unos segundos y se la tragó la tierra o entró en una vivienda y chau mujer.

Esperé que los próximos días se encontrara un cadáver abandonado y yo sería el testigo y relator de esa obra. Pero no ocurrió jamás, en realidad, por suerte no pasó nada.

La conclusión de aquella anécdota es que vivimos sin ver qué ocurre a nuestro alrededor. Mi interés en ese momento es que creí encontrarme frente a una gran historia policial, y por eso mi atención.

Volviendo al presente. ¿Es posible que el portero hubiese sacado, sólo o acompañado, el cuerpo con la infortunada joven y nadie percibiera algo extraño?

Sí, es posible. En las grandes ciudades vemos cosas extrañas todos los días, y apenas si quienes buscamos casi con adicción irrefrenable una buena historia para ser contada, el resto de los ciudadanos parecen permanecer ajenos a todo, o no quieren ver.

Hace medio siglo, una serie norteamericana llamada "La ciudad desnuda", tenía un lema con el que cerraba cada capítulo. Decía el slogan: "Hay 8 millones de historias en la ciudad desnuda, ésta ha sido sólo una de ellas" (ese número eran los habitantes de New York).

Ya de grande sigo buscando las historias en esta ciudad desnuda, en la Buenos Aires miope o ciega en la cual se puede transportar un misterioso bulto enorme, y nadie se da por enterado. Ni la policía.

Si el corazón delator no le hubiera jugado una mala pasada al portero, quizás hoy tendríamos al padrastro de la joven entre rejas, solo por tener un rostro sospechoso y una mirada algo extravagante.

Sería uno más de... los sospechosos de siempre.